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Latino de San Diego invita a comer a su ‘mesa’ a 1200 familias de bajos recursos cada mes

Latino invita a comer a su "mesa" a 1.200 familias de bajos recursos cada mes
El creador de la Mesa de Justicia y Esperanza, Christian Ramírez, posa con las voluntarias, las mexicanas Araceli Mora (2i) y Alma Alcantar (2d), y las guatemaltecas Ofelinda (i) y Marcela (d), frente a una mesa surtida de frutas, vegetales y algunas latas de alimentos el 5 de junio en el barrio de Sherman en San Diego, California.
(EFE/Manuel Ocaño)
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En lo más duro de la pandemia, un vecino de un barrio latino de San Diego sacó a la calle una mesa con algo de fruta y vegetales para ayudar a los más necesitados. La llamó la Mesa de Justicia y Esperanza, un proyecto que ahora alimenta sin costo a más de 1200 familias cada mes.

Esta pequeña iniciativa surgió fruto de un “genuino deseo de ayudar, aunque fuera con un poquito” a las familias más impactadas por la pandemia en el barrio de Sherman, explica su creador, Christian Ramírez.

Comenzó el año pasado con unas docenas de naranjas, limones y unos pocos vegetales y hortalizas, pero ahora llegan hasta esta mesa camiones con alimentos donados y cuenta con grupo de madres inmigrantes que se turnan para ayudar a la comunidad todo el día.

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“Mi familia y yo estábamos muy preocupados al ver en el vecindario a otras familias sin ayuda de desempleo, sin transporte, ni alimentos ni ayuda oficial”, recuerda Ramírez.

Ante este panorama, sacó de su casa una mesa sobre la que extendió los productos de cultivaba en su jardín y les agregó algunas latas de alimentos y colocó un letrero en el que invitaba a los transeúntes a tomar de ahí lo que necesitaran, y, si podían, dejaran en trueque algo para otros vecinos también necesitados.

Pronto personas de la tercera edad comenzaron a llegar en busca de papas y frutas y dejaban a cambio enlatados u otros productos perecederos.

La mesa, dice Ramírez, ha apoyado en este año a inmigrantes de “casi todo el mundo”, aunque la mayoría de las personas que llegan en busca de alimentos son latinas.

AYUDA DIRECTA Y CERCANA

Mientras aguarda a que las voluntarias terminaran de acomodar alimentos la señora Armida Lara, vecina del barrio latino de Logan, explica que este proyecto ha sido una “gran ayuda” para ellos en plena pandemia y ve “admirable” lo que hacen estas “personas de tan buen corazón”.

La necesidad era real. Los bancos de comida estaban por lo general lejos y sus horarios de atención tampoco eran accesibles a las familias que, en medio de una de las etapas más feroces de la pandemia, tenían que transbordar en transporte público por horas para acercarse hasta ellos.

Y conforme los residentes de esta zona del condado de San Diego se enteraban del proyecto de la mesa comenzaron participar con lo que podían.

A ellos se sumaron residentes de vecindarios de mayor poder adquisitivo que empezaron a reunir donativos para este proyecto que poco a poco fue dejando de ser una solo el espacio que ofrecía la pequeña mesa para ser algo mucho más grande.

SOLIDARIDAD DEL CAMPO

Ahora hay sindicatos que hacen algunas compras y pasan hasta Sherman a dejarlos, pero el cambio más notable empezó cuando gente ligada al campo se sumó al proyecto.

Ramírez explica que un importador de productos frescos mexicanos empezó a donar a la mesa cargamentos de frutas y vegetales que, de permanecer guardados más tiempo, podrían echarse a perder.

“Nos traen cajas de productos que tal vez ya no están tan frescos como los que la gente encontraría en un supermercado, pero que siguen perfectos para preparar la comida en los siguientes días”, dice.

Ahora llegan también productores agrícolas del condado de San Diego y hay cadenas de tiendas de alimentos que surten a la mesa del barrio inmigrante.

MADRES DE FAMILIA

Después de unos meses, el proyecto rebasó al fundador y algunas de las madres de familia inmigrantes que se beneficiaban con esta iniciativa solidaria decidieron sumarse.

Alma Alcantar, una madre de familia mexicana, acuerda con sus hijos cada día el tiempo que donará a la “esa de Justicia y Esperanza.

“A veces vengo tres horas al día, a veces cuatro, según pueda desocuparme de mis obligaciones de la casa sin descuidar a mi familia”, explica.

Alcantar es parte de un equipo de ocho madres mexicanas y guatemaltecas sobre las que descansa ahora el proyecto.

“Abrimos los costales de arroz, de frijol o de azúcar, y separamos en bolsas de plástico por libras, para que les toque a más personas”, explica la mujer.

Un rato después de cargar costales de cebolla y papas, de desempacar y ordenar enlatados, el grupo de madres suda pero refleja satisfacción.

“Nada tan bonito como ayudar a la gente”, dice una madre guatemalteca, demasiado tímida para identificarse.

La madres inmigrantes voluntarias, “unas verdaderas heroínas de la comunidad”, según Ramírez, también fueron llamadas hace unas semanas para que ayudaran en el proceso de vacunación contra la covid-19 en el Centro Comunitario Sherman, porque ahora son muy conocidas en el vecindario.

Y muchos las conocen por sus nombres —Marcela, Araceli, Angélica, Ofelinda, Cinthya, Flor y Erika— y su popularidad las llevó también a darse tiempo para presentar en redes sociales platicos que cocinan para sus familias con productos que ellas mismas toman de la Mesa de Justicia y Esperanza.

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