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Columna: La cantidad de desamparados en L.A. puede paralizarnos. Las historias nos ayudan a ver a las personas, no las estadísticas

A homeless encampment on Ocean Front Walk in Venice Beach.
Un campamento para personas sin hogar en Ocean Front Walk en Venice Beach.
(Mel Melcon / Los Angeles Times)
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Veo el mundo en historias, en los detalles íntimos de la vida de las personas. Las vidas se viven en una escala que puedo entender y sentir. Me conecto con ellos de una manera que a menudo no hago con los grandes números, que a veces simplemente se aplanan, se congelan y se entumen.

No creo que esté sola en esa reacción ante lo horroroso de nuestra crisis de personas sin hogar.

En la ciudad de Los Ángeles, según el último conteo, tenemos más de 36.000 personas sin hogar. Si incluye al condado, estamos cerca de 60.000.

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La semana pasada, en un esfuerzo por aclarar cómo se sentiría estar entre ellos, les conté la experiencia cercana de dos jóvenes que formaron parte de esa abrumadora multitud durante meses.

Del sueño de Hollywood a desamparados en una tienda de campaña - un cuento con moraleja sobre venir a Los Ángeles para hacer algo grande.

Oct. 21, 2019

Como la gran cantidad que vinieron antes que ellos y muchos que los seguirán, llegaron aquí con poco más que una ilusión. Traían sus maletas, $800 y lo que resultó ser una débil promesa de que cuando arribaran serían recibidos y alojados.

En retrospectiva, por supuesto, entienden que su viaje aquí fue peligroso. Dos semanas después, estaban sin hogar.

Algunos lectores se han quejado por tomarme el tiempo en contar la historia de las personas que dicen que no merecen nuestra atención por ser imprudentes e irresponsables, no planearon y nunca deberían haber venido a Los Ángeles en primer lugar.

Pero realmente no fue la razón por la que Loxk Calhoun, de 20 años, y Bri Meilbeck, de 24, vinieron aquí, o para abrir un referéndum sobre la sabiduría de su decisión, lo que me llevó a compartir su historia con ustedes.

Con aproximadamente 500.000 viviendas unifamiliares en Los Ángeles, si sólo el 10% de los propietarios de viviendas dispusieran de una habitación libre, no veríamos a ningún joven viviendo en nuestras calles.

Sep. 2, 2019

Era su historia en sí misma: de un rápido descenso a la falta de vivienda, de cómo se sentían y qué hicieron cuando sucedió, de lo que pasó después cuando se encontraron hundiéndose más profundamente.

Estos no eran adictos empedernidos, tampoco eran personas con enfermedad mental. Para mí, simplemente se sentían invulnerables como los jóvenes a menudo lo hacen y realmente no miraban hacia dónde iban, por lo que cayeron en un hoyo profundo. Cometí muchos errores a su edad que realmente no fueron tan diferentes. Y cuando escucho este tipo de historias, a menudo pienso: ¿soy realmente tan inmune, incluso ahora, a las crisis que podrían cambiar mi propia vida de manera similar?

Bri Meilbeck, 24, and Loxk Calhoun, 20
Bri Meilbeck, de 24 años, y Loxk Calhoun, de 20, se relajan al final del día en un sofá en PodShare DTLA. Los dos ahora tienen refugio, pero se quedaron sin hogar poco después de llegar a Los Ángeles desde Detroit esta primavera.
(Nita Lelyveld / Los Angeles Times)

Sabía que tenía que contar la historia tan pronto como Bri me describió lo asustada que estaba esa primera noche sin un techo sobre su cabeza o incluso una tienda de campaña para protegerla de la intemperie, acostada en un parque en una ciudad que no conocía y no tenía idea de qué hacer a continuación.

Cuando intenté ponerme en su lugar, sentí un escalofrío real que me recorrió. Aquí había una persona joven con mucha menos experiencia que yo viajando y encontrándose con lo nuevo, sin embargo, me sorprendió que fuera más valiente y más capaz de lo que yo podría haber sido en la misma situación.

Cuando miro a las personas que viven en nuestras calles, ciertamente, sé que no tengo el poder de resolver cómo llegaron a esa situación. No puedo mirarlos y conocer el origen de sus historias. Tampoco tiene sentido para mí tratar de decidir quién tiene una razón legítima para terminar ahí.

¿Cómo sé sin muchos informes, por ejemplo, si la falta de vivienda, la enfermedad mental o la adicción fueron primero? ¿Cómo sé quién perdió la vivienda y quién no y, por alguna razón, puede que no la quiera?

Como regla, no trato mucho ‘el poder tener y debería tener’ y el juzgar a estas personas que no conozco. El hecho es que están ahí, y muchos de ellos necesitan ayuda y compasión.

A veces creo que esta persona necesita tratamiento con drogas, o aquella otra realmente no tiene la capacidad de cuidarse a sí misma, o aquel que grita y se lanza sobre los demás podría ser un peligro para él y para mí. A menudo pienso en las soluciones y en lo lejos que parecemos estar de ellas.

Muchas veces también cierro los ojos por un segundo al ver a un extraño y creo que esa persona se ve cansada o desgastada y me pregunto cómo será su vida. ¿Está solo? ¿Tiene un hogar?

Igualmente me encuentro pensando en mi propia suerte, en cómo tengo cosas que otros no tienen, tanto tangibles (la casa en la que vivo, un trabajo, dinero) como menos tangibles (personas que me aman, estabilidad, un sistema de apoyo). Y me pregunto cómo me las arreglaría si de repente perdiera mi rica gama de protecciones.

Siempre me ha fascinado la gente que llega aquí cada día con nada más que grandes sueños de Hollywood. He conocido y escrito sobre muchos de ellos a lo largo de los años. Son un cliché por una razón, y esa razón es que son comunes.

Bri y Loxk, los soñadores particulares sobre los que escribí la semana pasada, ahora están recibiendo ayuda adicional, gracias a la generosidad de los lectores. Si lo que escribí les ayuda a tener éxito, seré feliz.

Pero no escribí sobre ellos para obtener un poco de ayuda.

Espero que en mis columnas pueda presentarles a personas que de otro modo no conocerían, que pueda hacerles sentir su experiencia, y tal vez, incluso, algo de humanidad compartida.

Tantas fuerzas están trabajando aquí. Mucha gente juega un papel. Pero sé que no estoy sola en la creencia de que necesitamos hacer ruido, presionar y trabajar juntos para reducir este gran problema que todos enfrentamos.

La compasión, la empatía y la educación sobre cómo la gente termina viviendo en nuestras calles pueden ayudarnos a decir sí a las personas sin hogar que viven en nuestros vecindarios. Puede hacernos sentir obligados a presionar a quienes están en el poder por el tratamiento y los recursos que muchos necesitan pero que no pueden obtener fácilmente.

Si pensamos en aquellos que viven en la calle no como otras personas, sino como individuos que no son tan diferentes debajo de todo lo que conocemos, también podría hacernos idear nuevas estrategias para dirigir a quien lo necesita hacia la ayuda existente.

Fue con esa simple intención en mente que les conté la historia de dos personas que cometieron algunos errores y luego se encontraron en serios problemas, más adelante, sin embargo, obtuvieron un poco de ayuda para corregir su curso.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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