Anuncio

El coronavirus está forzando el distanciamiento social. ¿Por qué sentimos que con el coronavirus es diferente?

UCLA
Las clases se trasladaron a Internet en UCLA a partir del miércoles.
(Christina House/Los Angeles Times)
Share via

Justo el otro día, salí y observé a personas conversando.

Miré a una multitud de turistas en el patio de lo que todavía llamo, Mann’s Chinese, colocar sus manos, como siempre lo han hecho, en las huellas de cemento de las estrellas.

Observé cómo los compradores se agolpaban alrededor de las mesas y acariciaban los brillantes iPhones y MacBooks que se exhibían en la Apple Store en The Grove. Miré a las familias acurrucarse junto a otras familias para admirar la fuente danzarina del centro comercial al aire libre.

En el centro comercial no noté a nadie que hiciera un esfuerzo obvio por estar a seis pies de distancia de alguien más. Si el distanciamiento social estaba pasando, era demasiado sutil para mí.

Anuncio

Estaba soleado. La lluvia aún no había caído. La vida en la época del coronavirus, pensé, no parecía haber cambiado tanto nuestros hábitos.

Aún así, cuando me paré al lado de estas escenas, sentí una intensa ola de pérdida y nostalgia. Sólo más tarde, cuando estaba solo en casa, comencé a entender por qué.

Al principio pensé que me encontraba penando por la separación forzada que estábamos a punto de comenzar a experimentar. Luego me di cuenta de que estaba de luto por una unión que ya estaba ahí, desde hace mucho tiempo antes de Amazon, de Netflix o de Postmates. Anterior a los gigantescos televisores domésticos de pantalla plana con sonido envolvente y de la realidad virtual.

Estamos en medio de una pandemia. La gente de repente se enferma. Se están muriendo. Debemos practicar el distanciamiento social ahora, por nuestra propia salud, para proteger la salud de los demás y luchar para mantener este coronavirus bajo control.

¿Pero no nos hemos distanciado el uno del otro cada vez más durante años? ¿Estar separados no es cada vez más nuestra norma?

Empecé pensando en cómo, en California, estamos acostumbrados a las crisis que nos hacen unirnos, no separarnos. En los escombros, en las cenizas, tenemos la costumbre de cruzar nuestras propias líneas de propiedad y zonas de confort y llegar a cualquier persona que necesite ayuda.

Pero luego me di cuenta de que parte de lo que llama la atención de nuestros terremotos, incendios y deslizamientos de tierra en la era moderna son las muchas veces que los vecinos que eran extraños se encuentran unos a otros, cuando las comunidades en catástrofes de repente cobran vida y se unen.

Porque en la era moderna, en circunstancias ordinarias, muchos de nosotros nos mantenemos cada vez más solos. Después de todo, se ha vuelto muy fácil y conveniente.

¿Por qué ir a un restaurante cuando puede recibir exactamente lo que hubiera ordenado allí en la comodidad de su hogar? ¿Por qué ir al cine cuando se puede ver una película que prácticamente se acaba de estrenar en la televisión?

¿Por qué ir a ver a un amigo cuando se puede usar Facetime y enviar mensajes de texto? ¿Por qué ir a la tienda y ver gente, a excepción de las compras de pandemia de pánico, cuando cuenta con Amazon e Instacart? ¿Por qué trabajar en una oficina con otros cuando puede hacer su trabajo en solitario y en pijama?

El día después de que salí en busca de multitudes, la lluvia llegó aquí a Los Ángeles, literal y figurativamente.

El sur de California se volvió gris y húmedo. El coronavirus había llegado.

Los eventos que atraen multitudes comenzaron a cancelarse por todos lados. También lo hicieron muchas reuniones bastante más acogedoras e íntimas. Conciertos, conferencias, festivales, torneos, clases, servicios religiosos, mítines de campaña, todo cancelado, pospuesto o preparado para transmitirse en línea.

Todo cambió en un instante, dictado por la necesidad. La distancia social ya no era teórica, el aislamiento ya no era opcional.

He escrito antes acerca de mis preocupaciones sobre un mundo moderno en el que cada vez más las personas están aisladas y solitarias, trabajando en tareas sin oficinas, pasando días enteros sin contacto humano real. Ahora estamos todos en ese barco.

Espero que la separación forzada sea efectiva y ralentice la propagación comunitaria del coronavirus. Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para ayudar a que eso pase. Creo que todos tenemos que participar para que suceda.

Aún así, muchas cosas que elegí hacer de inmediato se sintieron diferentes y restrictivas cuando ya no eran por elección.

Todas nuestras comodidades modernas, pantallas y aplicaciones, compras en línea, servicios de entrega, pueden proporcionarnos tanto confort y facilidad cuando nos sentimos sobreestimulados y agotados y necesitamos retirarnos del gran mundo exterior.

Pero una cosa es trabajar desde casa porque te apetece y puedes y otra es que te digan que no podrás pasar el día con tus compañeros de trabajo en la oficina. Una cosa es transmitir una película por elección o elegir ver un partido de baloncesto en la televisión y otra que te digan que no debes ir a una sala de cine, que no puedes ir a un partido de baloncesto, que los conciertos han sido suspendidos.

Una cosa es pedir comida porque quieres ponerte la ropa cómoda y acurrucarte en el sofá y otra es recibir una nota de una de las aplicaciones de entrega que dice que ahora puede solicitarla sin ni siquiera ver a la persona de entrega, sino que deja su pedido en la puerta principal.

Una cosa es saber que puedes elegir el gran mundo en cualquier momento, cuando estás cansado del sofá y de los mensajes de texto.

Ahora mismo, por supuesto, dentro de unos días, no querré nada más que salir a comer con amigos, abrazar a un vecino, tomar una mano.

Espero que lleguemos al otro lado de esta situación sin una tragedia a gran escala. Todavía no hay forma de saber si lo haremos.

Pero si lo hacemos, espero que la experiencia del distanciamiento social nos detenga y nos haga darnos cuenta de cuánto hemos extrañado la compañía, no sólo la de aquellos que conocemos y amamos, sino también de extraños.

Vivimos en un mundo que puede dar miedo, uno donde la gente dispara contra las multitudes, los mercados bursátiles colapsan, la brecha entre los que tienen y los que no tienen sigue creciendo, junto con la ira y la división. Pero espero que si superamos esto, no permitamos que el miedo se apodere, que volvamos a unirnos en plena apreciación de lo bien que puede sentirse.

Justo el otro día, vi gente mezclarse en masa. Espero volver a verlo pronto.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

Anuncio