Los bares gay han sobrevivido a la crisis del sida, a la opresión y a las recesiones, pero la pandemia está provocando el cierre de bares en todo el país, especialmente los que atienden a personas de color.
Los espectáculos nocturnos de drag, o transformismo, se anunciaban en folletos de Facebook, redactados en español al estilo dramático. “Maritza y sus divas” se presentaba los miércoles. “Chantal y sus muñecas”, los viernes. Y el sábado, “Noches tabú”, de Yesenia Gaitán, era anunciado como el mejor espectáculo musical en el centro de Los Ángeles.
El New Jalisco Bar le daba la bienvenida a sus clientes tal como eran: gays, transgénero, sin papeles, vestidos de vaqueros y lo suficientemente mayores como para sentirse fuera de lugar bailando música house en West Hollywood.
Era un respiro para los marginados de los marginados, incluso en una ciudad dominada por latinos, con una de las escenas LGBTQ más florecientes del país, donde se podría pensar que existiría más de un puñado de bares para personas de ambas categorías. Era un lugar para que los latinos queer se sintieran vistos todas las noches de la semana.
“Para mí, el New Jalisco es como ir a una [fiesta de] quinceañera familiar”, reconoció Gabriela Ruiz, de 29 años, una artista de performance queer. “Todo el mundo allí es como tu tío gay”.
Pero eso fue antes de la pandemia de COVID-19. El bar ha estado cerrado durante casi un año, mientras que otros espacios LGBTQ en toda la ciudad y el país cerraron sus puertas para siempre: Cuties, en East Hollywood, la única cafetería de L.A. centrada en el público queer; la discoteca Rage, en West Hollywood; el bar gay más antiguo de San Francisco, The Stud; Little Jim’s, el segundo bar gay más antiguo de Chicago.
El declive de los bares gay comenzó mucho antes de la pandemia, en parte porque la mayor aceptación de las personas queer disminuyó la necesidad de contar con bares como lugares de refugio.
Hasta el 37% de los bares LGBTQ cerraron entre 2007 y 2019, según un estudio de Greggor Mattson, profesor de sociología en Oberlin College, en Ohio. La tendencia es aún más marcada entre aquellos que prestan servicios a personas de color; casi el 60% de ellos cerró en 2019.
Según Mattson, los bares para personas queer de clase trabajadora tienen más probabilidades de ser desplazados por la gentrificación que los destinados a hombres gay blancos y de clase media, señaló.
Históricamente, las personas transgénero y no blancas no eran bienvenidas en muchos bares gay principalmente destinados a hombres blancos, comentó el especialista. “La ironía es que, ahora que los bares gay se han vuelto más inclusivos, están empezando a desaparecer”, reflexionó.
Pero los propietarios del New Jalisco están luchando para que su cierre no sea permanente. María Rosa García, de 53 años, comenzó como camarera allí, en 1992. Fue su primer trabajo en Los Ángeles unos meses después de emigrar de la Ciudad de México, a los 24 años, junto con sus dos hijas.
El New Jalisco está en la calle Main y 2nd, frente a Vibiana, un centro de artes. En ese entonces era un bar de billares, llamado Jalisco Inn. García, extrovertida y amigable, solía tomar una cerveza o dos con los clientes mientras intercambiaban historias y bromas.
En ese momento, solo había un bar gay en el centro: The Score. Entonces, cuando empezaron a llegar algunos hombres gay, ella los recibió con los brazos abiertos.
A medida que el dueño envejecía, dejó que García administrara el bar por sí misma. Cuando el hombre murió, en 2005, Jalisco se convirtió oficialmente en propiedad de García. Para entonces, ella se había casado con Sergio Hernández, quien dejó su trabajo como guardia de seguridad de otro bar y comenzó a ayudar en Jalisco.
Los Ángeles en la década de 1990 vivía un clima racial y políticamente tenso. Los votantes de California habían aprobado la Proposición 187, que buscaba negar a los inmigrantes indocumentados el acceso a los servicios, incluida la salud pública y la educación. El entonces presidente Clinton inició la política de “No preguntar, no decir”, que impidió que los miembros de los servicios fueran abiertamente gay, lesbianas o bisexuales sin la amenaza de ser despedidos. Y la prevalencia del sida entre los latinos en todo el país se disparó en un 130% entre 1993 y 2001.
En el Jalisco, algunos clientes que no estaban acostumbrados a ver parejas del mismo sexo, se volvían agresivos con los nuevos clientes. Después de que The Score cerró, a principios de la década de 2000, los clientes LGBTQ instaron a García a dedicar su espacio por completo a la comunidad que ella había aceptado tan abiertamente.
“Hay que reconocer que es un bar gay”, le dijo Hernández a su esposa. Así que colgaron una bandera del arcoíris afuera. Después de eso, el número de clientes heterosexuales disminuyó, mientras que los clientes LGBTQ aumentaron.
Rechazados o no bienvenidos en otros lugares en tiempos menos tolerantes, las personas queer podían reunirse en bares, que durante generaciones sirvieron como plazas públicas de la comunidad y siguen siendo centros de organización y recaudación de fondos.
“Aún así, en esta era en la que podemos ver contenido queer en YouTube y encontrar parejas sexuales o románticas mediante aplicaciones telefónicas, si quieres estar en una habitación con otras personas queer, los bares son a menudo la única opción”, señaló Mattson. “Eso es algo en lo que los individuos heterosexuales no suelen tener que pensar. Toda persona queer puede decirte la primera vez que fue a un bar gay. Sigue siendo un rito de iniciación”.
Mattson está seguro de que estos sitios no desaparecerán por completo. “Los bares gay han sobrevivido a la opresión política, la crisis del sida, las recesiones anteriores, por lo cual sobrevivirán a esta pandemia también”, comentó. “Pero hay algo especial que se pierde cuando un bar de 30 años se hunde, porque se lleva consigo una historia local y a todo un personal que conoce los nombres de los clientes”.
En los últimos años, las fiestas de circuito itinerante se han vuelto populares entre los jóvenes queer. Y más bares que brindan servicio a la comunidad LGBTQ en general, incluido Micky’s, en West Hollywood, dedican ciertas noches de la semana a los latinos y otros grupos étnicos.
Pero así como no hay sustituto para un bar queer, no hay sustituto para aquellos que se enfocan en los latinos, remarca Eddy Francisco Álvarez Jr., profesor asistente de estudios de chicanas y chicanos en Cal State Fullerton, cuya investigación incluye la historia de los latinos queer.
Lo que la comunidad necesita, destacó, son más “espacios de jotería”, lugares donde los latinos queer “no tienen que separar las diferentes partes de quienes somos. Podemos presentarnos y ser latinos, chicanos, inmigrantes, afrolatinos, mujeres y trans -todas esas identidades cruzadas- y simplemente ser quienes queremos. Y ser desordenados”.
Sobre la entrada al New Jalisco, un mural muestra a personas bailando sobre un fondo lavanda: dos mujeres, dos vaqueros, los cantantes Celia Cruz y Juan Gabriel, así como a Ignacio “Nacho” Nava Jr., un ícono de la vida nocturna queer local, que murió en 2019.
Ruiz, la performer, pintó el mural junto con el artista Rafa Esparza. Se inspiraron en una ilustración de un periódico mexicano de 1901 llamada “El baile de los 41”, basada en un escándalo en el que la policía allanó un baile de hombres, algunos de los cuales llevaban vestidos.
Los espacios de vida nocturna a menudo se trivializan, señaló Álvarez, pero son lugares no solo de diversión y celebración, sino también donde se puede compartir el dolor y aliviar las dificultades. Durante la crisis del sida, presentarse en el club significaba haber sobrevivido, dijo.
“No podemos hacer eso ahora. No podemos ir al club y lamentar la pérdida de nuestros seres queridos que mueren a causa de esta pandemia. Tenemos este problema de no poder congregarnos y estar juntos, bailando”, expresó.
En el New Jalisco, entre las muchas víctimas económicas de la pandemia se encuentra Vanessa Antonely, una artista drag que se especializó en interpretar a Adele y Amanda Miguel.
Antonely, de 44 años, corría entre el New Jalisco y otras presentaciones en el Club Cobra, en North Hollywood, y trabajos paralelos como maquilladora. Tenía actuaciones en fiestas de quinceañeras y bodas reservadas para todo el 2020. Hasta que todo se detuvo. El Club Cobra, que también atendía a latinos LGBTQ, cerró en mayo pasado.
Recientemente, comenzó a ayudar a su socio a administrar un negocio móvil de peluquería canina.
Antonely siempre había sido optimista; la amiga alegre y divertida del grupo. Pero mientras observaba cómo sus ahorros de $13.000 se reducían a cero, sabiendo que carecía del estatus legal necesario para pedir el seguro de desempleo y otros beneficios, cayó en una profunda depresión. “Cuando eres trans, la gente piensa que vas a cortar cabello o ser prostituta. Te castigan en eso”, comentó. Pero ella siempre había querido actuar; trabajar en espacios LGBTQ fue un salvavidas.
El New Jalisco tenía 20 empleados: García, Hernández y tres camareros, además de los artistas drag y los DJ, que eran trabajadores eventuales. La mayoría son trans y alrededor de la mitad de ellos son indocumentados.
Todos los empleados se quedaron sin trabajo el 16 de marzo, el día en que los funcionarios del condado de Los Ángeles ordenaron el cierre de bares y gimnasios.
García y Hernández aprovecharon el cierre inicial e invirtieron sus ahorros de $10.000 en renovaciones; mejoraron las tuberías viejas en el baño de mujeres y crearon un vestidor para que los artistas drag no tuvieran que cambiarse en un pequeño armario de almacenamiento. Instalaron un perchero lo suficientemente alto como para que las batas no tocaran el piso.
Pero la gran reapertura nunca llegó. En cambio, García y Hernández visitaban su querido bar una vez a la semana para revisar el correo, y contenían la respiración cada vez que recibían las cuentas por pagar.
En el interior, las paredes de ladrillo a la vista están decoradas con retratos de Marilyn Monroe y Elizabeth Taylor. Un pequeño letrero detrás de la larga barra, fácil de pasar por alto en la luz oscura, muestra a una mujer con un sombrero mexicano, apuntando con dos pistolas: “Yo nací cabrona porque pendejas ya había muchas”, se lee.
Las ‘X’ marcadas con cinta adhesiva amarilla en el piso de baldosas marcan el lugar donde habrían ido las mesas cuando el servicio en interiores se reanudó brevemente, en junio. Pero antes de que García y Hernández pudieran seguir adelante, el gobernador Gavin Newsom ordenó que los bares en Los Ángeles cerraran nuevamente, a medida que los casos de COVID-19 escalaban.
En una visita reciente, Hernández abrió un refrigerador de metal y sacó una botella de Miller Lite. Se puso los anteojos para leer la pequeña fecha de vencimiento estampada en oro: 3 de agosto de 2020.
El matrimonio debe $55.000 solo en alquiler. Tienen casi $5.000 en cerveza y otras bebidas alcohólicas que han expirado y deben desecharse.
De pie detrás de la barra, con docenas de sobres apilados en el mostrador frente a ella, García tomó una factura del Departamento de Agua y Energía de Los Ángeles. El total: $5,954.42.
García y Hernández conocen íntimamente las luchas de Antonely y los demás trabajadores indocumentados. Debido a que ellos también carecen de estatus legal, no han sido elegibles para los préstamos para pequeñas empresas y otras ayudas del gobierno federal relacionadas con el COVID.
En lugar de ello, Hernández tomó ahora un trabajo en una empresa de mudanzas y García se ha dedicado a vender tacos y quesadillas frente a su casa, en el sur de Los Ángeles.
Justo antes de Navidad, Ruiz se acercó para ver cómo estaban. Entristecida por la idea de que el Jalisco pudiera cerrar definitivamente, los ayudó a crear una recaudación de fondos en línea. Hasta el momento van a mitad del camino hacia la meta, de $80.000 dólares.
Los donantes compartieron sus recuerdos y su gratitud.
“El New Jalisco ha estado ahí para mí cuando necesitaba un espacio queer para sentirme seguro”, escribió alguien.
El Jalisco “es un espacio comunitario tanto como un bar”, dijo otro.
Si bien es significativa, la cantidad recaudada habla de la brecha socioeconómica entre los clientes del Jalisco y lugares como Akbar, el pilar de Silver Lake, que estaba a punto de cerrarse antes de que sus propietarios recaudaran $230.000 en donaciones.
Si el New Jalisco sobrevive a la pandemia, García y Hernández todavía tendrán que lidiar con la gentrificación de su vecindario. García dijo que pagan la mitad de renta que algunos de sus nuevos vecinos.
Un jueves por la noche el mes pasado, García se puso de pie frente a una parrilla colocada bajo un dosel, en la calle oscura frente a su casa. Un pequeño letrero LED en una esquina mostraba la palabra “tacos”.
Amasó tortillas frescas en una prensa de madera. Una freidora hacía un crujido hueco mientras se cocinaban las quesadillas.
Antonely, la bailarina drag, pronto llegó junto con otros trabajadores del Jalisco: Marco Ortiz, conocido por sus imitaciones de Juan Gabriel y Vicente Fernández; Lluvia Guzmán, quien dirigía los espectáculos y actuaba como Jenni Rivera; y Chantal Fernández, quien imita a Cher y Katy Perry.
El grupo reconoció que su amistad se volvió más fuerte durante la pandemia. A pesar de sus propias luchas con el desempleo, se reunían varias veces a la semana para cenar en el puesto de García. Ella les había dado trabajo, razonaron, así que ahora era su turno de apoyarla.
García puso tazas de café de olla caliente y platos de bolillos con mantequilla en la mesa, para sus amigos.
“No te preocupes, Rosita, que vamos a regresar a trabajar en el club”, le dijo Antonely.
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