El zapoteco en el 90006, el k’iche’ en el 90057: el nuevo mapa destaca las comunidades indígenas de Los Ángeles
Un nuevo mapa del condado de Los Ángeles realizado por la UCLA y CIELO, una organización indígena, pretende documentar dónde se hablan las lenguas indígenas.
No es el tipo de mapa del condado de Los Ángeles que la gente espera ver.
En lugar de áreas geográficas, muestra idiomas.
Las áreas de Pico-Union y Westlake tienen puntos rojos y verdes para los hogares que hablan zapoteco oaxaqueño y k’iche’ maya. Los puntos azules salpican Long Beach para los hablantes de chinanteco, también de Oaxaca.
CIELO, una organización local cuyo acrónimo es Comunidades Indígenas en Liderazgo, recopiló los datos durante la pandemia de COVID-19 para tratar de llamar la atención sobre los indígenas latinoamericanos que a menudo son etiquetados como latinos pero que solo tienen un conocimiento básico del español. Los defensores dicen que las escuelas, los hospitales, los tribunales y la policía deberían prestar más atención a estas barreras lingüísticas porque la falta de comunicación, o de proporcionar un intérprete, puede tener consecuencias nefastas.
“Nosotros sí existimos”, dijo Odilia Romero, cofundadora de CIELO, que llegó a Los Ángeles a los 10 años desde el pueblo oaxaqueño de San Bartolomé Zoogocho. “Existe la suposición de que todos los que están al sur de la frontera son latinos y hablan español, y eso no es cierto”.
Alrededor del 20% de la población de México se considera indígena; en Guatemala, más del 40% de los residentes se identifican como mayas.
Las lenguas que hablan pueden ser tan diferentes del español como el chino lo es del inglés, y pueden contener docenas de variantes. Hay 32 lenguas mayas, por ejemplo, según Danny Law, lingüista de la Universidad de Texas en Austin.
Algunas de las primeras redes migratorias de indígenas mexicanos a California se establecieron durante el programa bracero, un acuerdo de 1942 entre Estados Unidos y México que trajo a millones de hombres mexicanos para trabajar en la agricultura. Continuaron después de que el programa terminara en 1964.
Pero no fue hasta la década de 1980 que los indígenas oaxaqueños comenzaron a establecerse cada vez más en Estados Unidos tras la devaluación del peso mexicano. Muchos indígenas guatemaltecos también huyeron a California como refugiados durante la guerra civil que azotaba a su país.
El censo de Estados Unidos no registra el número de personas de México y Guatemala que hablan lenguas indígenas. El Estudio sobre Trabajadores Agrícolas Indígenas de 2010, realizado en colaboración con California Rural Legal Assistance, o CRLA, estimó que un total de 165.000 trabajadores agrícolas indígenas y miembros de sus familias viven en California, una proyección basada en entrevistas con individuos de 342 pueblos de origen mexicano, así como en datos de la Encuesta Nacional de Trabajadores Agrícolas del Departamento de Trabajo de Estados Unidos.
Los investigadores han calculado que el número de indígenas latinoamericanos en el sur de California es significativamente mayor.
Raúl Hinojosa-Ojeda, profesor del Departamento de Estudios Chicanos y de la UCLA, ha calculado que hasta 200.000 zapotecos viven en el condado de Los Ángeles, basándose en entrevistas con asociaciones de pueblos de origen y sus correspondientes pueblos en Oaxaca, así como en datos consulares sobre dónde viven los emigrantes que han salido de México.
Eric Campbell, lingüista de la Universidad de California en Santa Bárbara, dijo que la estimación de la población es difícil porque los inmigrantes pueden ser reacios a revelar que hablan una lengua indígena - por temor a la discriminación - o pueden pensar que no es relevante.
La carga acaba recayendo en gran medida en las organizaciones indígenas sin ánimo de lucro que prestan servicios de interpretación y realizan actividades de divulgación durante emergencias como los incendios forestales y la pandemia. Los niños nacidos en Estados Unidos suelen interpretar para sus padres.
“Gran parte de lo que vemos son hablantes de lenguas indígenas que intentan arreglárselas en español; y eso se debe a que un proveedor de servicios ignora una solicitud de interpretación, no sabe que esa persona no domina esa lengua o tal vez no es clara”, dijo Marisa Lundin, directora legal del programa indígena de CRLA.
Durante la pandemia, CIELO distribuyó ayuda en efectivo a varios miles de familias indígenas que viven en EE.UU sin documentos, algunas de las cuales no recibieron información vital sobre la pandemia debido a las barreras lingüísticas.
Los miembros de la comunidad difundieron la ayuda financiera en fábricas y restaurantes, dijo la cofundadora de CIELO, Janet Martínez.
“Tuvimos zapotecos apoyando a los k’iche’s, k’iche’s ayudando a los chinantecos, chinantecos apoyando a otras comunidades indígenas”, expuso.
Viendo una oportunidad, CIELO también encuestó a estos hogares y trabajó con la UCLA para crear dos mapas virtuales que muestran los códigos postales donde viven las familias que hablan lenguas indígenas.
Uno de ellos refleja unos 2.500 hogares que recibieron ayuda financiera de la organización sin ánimo de lucro. El otro representa casi 1.300 de esos hogares en los que al menos un miembro dijo que prefería hablar una lengua indígena. Los mapas de densidad trazan los miembros de cada domicilio y suponen que tienen las mismas preferencias lingüísticas que la persona de la vivienda que completó la encuesta de CIELO.
El zapoteco, el chinanteco, el k’iche’, el mixe y el q’anjob’al encabezan la lista de más de una docena de lenguas representadas, dijo Mariah Tso, una cartógrafa navajo de la UCLA que trabajó en el proyecto.
La mayoría de los hablantes de zapoteco se concentraban en las zonas de Pico-Union y Koreatown, y la mayoría de los hablantes de k’iche’ en la zona de Westlake. De los encuestados, el 44% dijo que trabajaba en el sector de los restaurantes, seguido del 29% en el sector de la limpieza y el 11% en fábricas de ropa.
Brenda Nicolás, profesora de zapoteco en la Universidad Loyola Marymount cuya investigación se centra en las diásporas indígenas latinoamericanas, dijo que la concentración de familias en barrios como el centro de Los Ángeles refleja las redes migratorias que han permanecido juntas para mantener su cultura.
Los niños participan en bailes tradicionales y bandas de música oaxaqueñas. Las asociaciones de vecinos celebran fiestas a fin de recaudar fondos para el desarrollo de infraestructuras en sus comunidades en México.
CIELO no impone niveles de ingresos a las familias a las que ayuda. Pero Gaspar Rivera-Salgado, director del Centro de Estudios Mexicanos de la UCLA, dijo que, dado que el mapa refleja a quienes recibieron asistencia en efectivo, probablemente deja fuera a las familias indígenas de clase media.
“Cuanto más conozcamos e identifiquemos y creemos políticas dirigidas a la población más vulnerable, mejores serán las políticas públicas”, manifestó.
Los activistas señalan otros ámbitos, como los distritos escolares, en los que sería útil disponer de mejores datos sobre los estudiantes indígenas latinoamericanos.
El Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles dijo que para el año escolar 2020-21, las encuestas obligatorias en las que se pide a las familias que indiquen el idioma principal del hogar o de un estudiante, identificaron 247 para el k’iche’, 88 para el q’anjob’al, 21 para el mam, 17 para el akateco, 12 estudiantes para el zapoteco, uno para el popti y tres para el mixteco. Más de 218.000 se inscribieron en español.
Marcos Aguilar, director de la Escuela Mundial Anahuacalmecac de El Sereno -una escuela que imparte clases de náhuatl, dijo que esa cifra es muy inferior a la real. Afirmó que las cifras son probablemente de decenas de miles, dada la importante porción de la población mexicana que se identifica como indígena.
Una mejor recopilación de datos señaló, podría garantizar que las familias que hablan principalmente una lengua indígena reciban el apoyo que necesitan, y ayudaría a los educadores a evaluar la creación de programas de lenguas indígenas. El Consejo de Educación del distrito escolar votó el mes pasado por la asignación de 10 millones de dólares para apoyar a los estudiantes indígenas.
“Hasta este momento lo que nos hemos encontrado es una enorme invisibilidad dentro del distrito”, destacó. “Nadie sabe cuántos estudiantes indígenas están matriculados en las escuelas del LAUSD”.
Los activistas indígenas ya han trabajado con las agencias gubernamentales para abordar las barreras lingüísticas. En 2019, CIELO se asoció con la policía de Los Ángeles para proporcionar tarjetas de bolsillo a los oficiales que pueden ayudarles a identificar a un hablante de lengua indígena y, si es necesario, llamar a un intérprete. La iniciativa surgió de años de capacitación por parte de líderes de la comunidad indígena mexicana para los oficiales de LAPD después del tiroteo fatal de 2010 a Manuel Jaminez Xum, un hombre indígena maya que hablaba k’iche’.
CIELO afirma que su campaña de difusión de vacunas, que ha ayudado a más de 2.000 personas a conseguir citas, demuestra por qué los datos son cruciales. Martínez dijo que compartieron el mapa con los funcionarios de salud del condado para abogar por un sitio de vacunación móvil para los residentes indígenas.
En una reciente y calurosa tarde de sábado, las empleadas de CIELO Aurora Pedro, que habla la lengua maya akateco, y Alba González, que habla k’iche’, se reunieron en el parque MacArthur, en el centro de Los Ángeles, para comenzar su labor de divulgación.
Para ello, preguntaron a los vendedores de jugos de frutas y ropa, que se alineaban en la acera, si habían recibido la vacuna COVID-19. La mayoría lo había hecho y aceptaron algunos folletos con información sobre los lugares de vacunación para tenerlos en sus puestos.
En una plaza comercial cubierta, Francisco Hernández, un vendedor de productos electrónicos de 36 años procedente de la región guatemalteca de Totonicapán, dijo a las mujeres que hablaba k’iche’. Les comentó que recientemente había entregado uno de sus volantes a un hombre maya que, según sospechaba, carecía de información sobre la vacuna.
“Le expliqué en mi idioma”, dijo.
Cerca de allí, Elizabeth Huinac, de 33 años, también de Totonicapán, vendía ropa para bebés. Les dijo a las mujeres que ella y la mayoría de su familia no se habían vacunado debido a las dudas sobre si la vacuna funcionaba o era segura.
Pero aseguró que ahora estaba dispuesta a vacunarse, animada por escuchar a otras personas -como los trabajadores de divulgación- que lo habían hecho.
“Me quita un poco el miedo”, manifestó.
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