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Recordando la “esperanza”: La primera californiana vacunada contra COVID reflexiona sobre el año transcurrido

Helen Cordova, con su madre, Betty Cordova, en casa.
Helen Cordova, la primera persona en California en recibir la vacuna contra COVID-19 fuera de un ensayo clínico, en su casa el 14 de diciembre pasado con su madre, Betty, en el Valle de San Fernando.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)
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Helen Cordova ha celebrado dos vacunaciones contra COVID-19 en su familia este mes.

Su madre recibió un refuerzo en su cumpleaños número 66 y luego se dirigió a una bulliciosa cena familiar en Chili’s, algo que no fue posible el invierno pasado cuando se prohibieron las comidas tanto en interiores como en exteriores.

Unos días más tarde, la sobrina de 5 años de Cordova, recién elegible, recibió su primera dosis después de que le prometieran una paleta.

Esas inyecciones, entre más de 62 millones de dosis del antígeno contra COVID-19 que ahora se han administrado en California, fueron tan fáciles de conseguir que resultaron prácticamente ordinarias.

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Cómo han cambiado las cosas desde que Cordova, una enfermera practicante de 33 años del Valle de San Fernando, recibió su propia vacuna Pfizer-BioNTech.

Este mes, hace un año, Cordova se convirtió en la primera persona en California fuera de un ensayo clínico en recibir un antígeno contra COVID-19, haciendo historia en un momento en que el virus abrumaba a los hospitales y las preciosas primeras dosis se limitaban a la gente con mayor riesgo: adultos mayores y trabajadores sanitarios de primera línea.

Helen Cordova es vacunada mientras Gavin Newsom aplaude
El gobernador de California, Gavin Newsom, observa cómo Helen Cordova recibe la vacuna de Pfizer-BioNTech contra COVID-19 en el Centro Médico Kaiser Permanente Los Ángeles, el 14 de diciembre de 2020.
(Associated Press)

“Recuerdo la esperanza que sentí cuando recibí la vacuna porque probablemente fue el período más oscuro de la pandemia”, comentó Cordova, quien trató a pacientes con COVID en la unidad de cuidados intensivos (UCI) del Centro Médico Kaiser Permanente Los Ángeles en ese momento.

El día en que se administraron las primeras dosis en Estados Unidos, el 14 de diciembre de 2020, se marcó un nuevo capítulo esperanzador en la pandemia.

Los estadios de béisbol y los recintos feriales se convirtieron rápidamente en clínicas de vacunación masiva. Las infecciones y las muertes se desplomaron durante meses, a medida que los antígenos altamente efectivos se volvieron ampliamente disponibles. Se suprimieron las restricciones comerciales y los mandatos de uso de cubrebocas. Las escuelas reabrieron.

Pero el aniversario de la primera vacuna aplicada es agridulce.

Este mes, el número de muertos en Estados Unidos por el coronavirus superó los 800.000. Los casos y las hospitalizaciones están aumentando nuevamente debido a las variantes Delta y Ómicron. Las inoculaciones, obstaculizadas por la división política y la desinformación desenfrenada, se han estancado.

Durante el último año, “ha habido algunos éxitos tremendos, uno de los cuales es el hecho de que estos antígenos están disponibles en todo Estados Unidos”, indicó el Dr. Timothy Brewer, epidemiólogo de UCLA. “Pasamos de identificar un nuevo patógeno a una vacuna en menos de un año. Eso hubiera sido inaudito incluso hace cinco años”.

Pero “una de las grandes tragedias de la pandemia del COVID-19 en Estados Unidos”, agregó, es la politización de los cubrebocas y antígenos, lo que aceleró demasiadas enfermedades y muertes prevenibles.

En California, el 67% de la población está completamente inoculada. Millones de personas que son elegibles para recibir el antígeno no han obtenido una sola dosis, y son, cada vez más, individuos que sostienen que nunca se lo aplicarán.

Pero es importante reconocer lo lejos que han llegado las cosas, subrayó la directora de Salud Pública del condado de Los Ángeles, Bárbara Ferrer, en una entrevista. Solo en el condado de Los Ángeles, se han administrado más de 16 millones de dosis, según el rastreador de vacunas del Times. Esa es una cifra que Ferrer llamó asombrosa y el resultado de un “esfuerzo hercúleo”.

“Teníamos tanta escasez al principio; la gente esperaba meses para aplicarse sus dosis”, señaló. “Ahora, cuando llega a un sitio, no tiene que esperar para vacunarse”.

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Dic. 13, 2021

“Siento que teníamos muchas esperanzas en diciembre pasado, y estamos así este diciembre. Sabemos que estos antígenos son superpoderosos, incluso con la amenaza de Ómicron... [y] le debemos mucho crédito a la valentía de esas primeras personas”.

Cordova recibió la vacuna frente a las cámaras de reporteros, con el gobernador Gavin Newsom de pie junto a ella con un cubrebocas quirúrgico.

Al principio, ni siquiera quería aplicarme la inyección, por temor a que se había producido demasiado rápido.

“Yo sentía que eso había sido demasiado rápido. No confiaba en ello. ¿Cómo vamos a saber qué va a provocar? Otros pueden seguir adelante y yo miraré”, recordó Cordova.

Ella cambió de opinión después de hablar con colegas y leer datos de los ensayos clínicos de los antígenos. Y después de pensar en el infierno que había presenciado en la unidad de cuidados intensivos de COVID.

En marzo de 2020, Cordova estaba trabajando en Kaiser mientras hacía malabares con su último semestre en UCLA, donde estudiaba para convertirse en enfermera practicante.

Al comienzo de cada turno, ella y sus colegas se reunían en una sala de conferencias y recibían las asignaciones de sus pacientes. Un día, ella y algunas otras enfermeras fueron retenidas cuando otras se fueron. Se les indicó que trabajarían en la nueva unidad para COVID.

“Solo recuerdo haberme sentido un poco conmocionada, luego con nervios e inquietud porque no sabíamos nada sobre el virus. Cero”, explicó.

Artículos de periódico enmarcados en la habitación de Helen Cordova
En las paredes de la habitación de Helen Cordova hay notas de periódicos enmarcadas del día en que se convirtió en la primera persona en California fuera de un ensayo clínico en recibir la vacuna contra COVID-19, en diciembre de 2020.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)

Cordova le envió un mensaje de texto a su madre y a sus dos hermanos mayores. Recen por mí, pidió, antes de que la llevaran a la unidad, que estaba cerrada con llave y tenía guardias de seguridad.

Nunca olvidará a su primer paciente: Una latina de mediana edad con tos, que estaba aterrorizada cuando Cordova se acercó a ella con equipo protector de la cabeza a los pies.

La mujer se relajó cuando la enfermera comenzó a hablarle en español. La paciente había sido examinada para detectar el coronavirus, pero era cuando los kits de prueba eran nuevos, lentos y escasos. Pasó varios días en la unidad, con otro paciente conectado a un ventilador en la habitación contigua, antes de enterarse de que era negativa.

Cordova, hija de inmigrantes salvadoreños, sintió el impacto del virus al ver la unidad de COVID llena de latinos, quienes han sido infectados y han muerto por el virus a tasas desproporcionadamente altas.

“Fue desgarrador porque hay tanta desconfianza en el sistema de salud”, comentó. “A veces, en un grupo de ocho camas de pacientes, siete eran latinos”.

Córdova comentó que era una de las tres traductoras certificadas de español en el personal de la UCI. La llamaban constantemente para decirle a un paciente moribundo que debería llamar a su familia antes de ser intubado. Ella “sostuvo muchos iPads” para el último “Te amo” y “Estoy orando por ti”.

“Probablemente tengo algo de trastorno de estrés postraumático sin procesar debido a esto”, comentó. “Es difícil hablarlo”.

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Dic. 9, 2021

Al recibir la vacuna contra COVID-19, Cordova quería dar un ejemplo a esos pacientes y a su familia.

Cordova vive con su madre, Betty, en la casa de Winnetka donde creció. Estaba aterrorizada de contagiarla.

Durante meses, se duchó antes de salir del hospital, luego nuevamente en casa. Tenía dos pares de zapatos que alternaba para ir al trabajo y que dejaba afuera, empapándolos con lejía después de cada turno. Ella se mantuvo alejada de su madre.

Cada vez que parecía que su madre tenía un resfriado, entraba en pánico y se sentía culpable.

“Me inscribí para ser enfermera”, comentó. “Esa fue mi elección. No me inscribí para estar expuesta a esto. Vi a tanta gente en el hospital, y a muchos que por lo demás estaban sanos, luchando por respirar, y la situación estaba en contra de mi madre en caso de que se contagiara”.

En 2001, Betty tenía la presión arterial extremadamente alta y los médicos descubrieron un aneurisma de la aorta torácica. Le indicaron que siempre trajera con ella sus radiografías de tórax dondequiera que fuera en las semanas previas a la cirugía, en caso de que se reventara y los trabajadores de emergencia necesitaran saber qué sucedió.

Cordova era una estudiante de secundaria de 13 años en ese momento. Si Betty llegaba un poco tarde a recogerla, a Helen le preocupaba que hubiera muerto.

Betty pasó por una cirugía, un derrame cerebral en el hospital y más operaciones después de que se encontró un segundo aneurisma años después. Cordova se convirtió en enfermera debido a los problemas de salud de su madre.

El 13 de diciembre de 2020, Cordova estaba terminando un turno cuando su gerente la llamó y le preguntó cómo se sentía acerca de la vacuna. Le comentó que finalmente se había decidido: Se la iba a aplicar.

Helen Cordova junto a su madre, que está sentada en la sala de su casa
Helen Cordova con su madre, Betty Cordova, en su casa el 14 de diciembre en el Valle de San Fernando.
(Dania Maxwell/Los Angeles Times)

“Está bien, entonces, ¿qué vas a hacer mañana?”, recuerda que le preguntó.

El gerente le informó que el hospital había recibido algunas de las primeras dosis y que ella podía conseguir aplicarse una porque había ayudado a abrir la sala de COVID. Podría haber algo de personal de medios de comunicación pertenecientes a Kaiser allí, mencionó, pero nada demasiado grande.

Ella respondió que sí. Pero sus nervios se habían apoderado de ella cuando llegó a casa y se lo contó a su madre.

“Al principio, estaba muy nerviosa y asustada”, comentó Betty Cordova. Le preocupaba lo que le pasaría al cuerpo de su hija. Pero al mismo tiempo, explicó, estaba “llena de esperanza y alivio”, sabiendo que finalmente había algo para combatir el virus.

Cordova envió un mensaje de texto a sus hermanos y les comentó que se aplicaría el antígeno al día siguiente. Recen por mí, volvió a pedir.

Se quedó despierta toda la noche enviando mensajes de texto a sus amigos, preguntándoles si había tomado la decisión correcta.

Cordova se despertó temprano y volvió a leer los estudios de Pfizer. Antes de irse, Betty le dijo que había decidido que ella también recibiría la vacuna cuando llegara su momento.

Cuando llegó al trabajo, alguien le comentó que su vacunación sería un evento un poco más grande de lo que pensaban. El alcalde de Los Ángeles, Eric Garcetti, estaría allí, también Newsom. Así como todos los medios de comunicación de la región.

Ah, agregaron, y ella sería la primera persona en California en recibir el antígeno.

“Protégeme”, expresó riendo, justo antes de que un colega la pinchara con la aguja en el brazo mientras la gente vitoreaba y las cámaras grababan.

Su teléfono explotó con mensajes en éxtasis de amigos y familiares que la vieron en las noticias. Pero también recibió cientos de mensajes y solicitudes de amistad en las redes sociales de extraños y opositores a las vacunas.

Se permitió echar un vistazo a los comentarios en la publicación de Facebook de un canal televisivo de noticias sobre su inyección: Helen Cordova, vas a morir. Helen Cordova, nunca tendrás hijos; y nunca más volvió a leerlos.

Cordova ahora labora como enfermera practicante en Tarzana, un trabajo que comenzó unas horas después de su primera inyección. Ella aplaude cuando les pregunta a los pacientes si están vacunados y ellos con orgullo responden: “¡Sí, y además con refuerzo!”.

“Yo respondo, ‘¡Sí, lo está! ¡Sí, lo está!’”.

Su madre ahora les dice a todos los que puede, en la iglesia, en el consultorio del médico, en la tienda, que su hija es la enfermera que recibió la primera vacuna.

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