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Una ciudad californiana que se convirtió en el pequeño El Salvador siente el dolor de la separación

Roving musicians offer their services in the central park of Sensuntepeque, Cabañas.
Músicos ambulantes ofrecen sus servicios en el parque central de Sensuntepeque, Cabañas, en busca de salvadoreños que visitan la ciudad desde Estados Unidos.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times)
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La gente que se quedó en este pueblo de las colinas salvadoreñas, y los que huyeron al Valle de San Joaquín en California, piensan en los demás con emociones encontradas.

Amor y dolor. Añoranza y envidia. Gratitud y culpa.

Separados por 2.500 millas, Sensuntepeque, en el centro de El Salvador, y la polvorienta comunidad agrícola de Mendota, a 35 millas al oeste de Fresno, están unidos como por un cordón umbilical de necesidad económica y codependencia emocional.

En las últimas tres décadas, Sensuntepeque, de 40.000 habitantes, ha enviado a miles de migrantes a Estados Unidos. El Valle de San Joaquín se ha convertido en el hogar de tantos salvadoreños que el gobierno de El Salvador ha abierto este mes un nuevo consulado en Fresno, que se suma a los que ya existen en Los Ángeles y San Francisco.

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La mayoría de los exiliados salvadoreños estaban desesperados por huir de la pobreza endémica, de las plantaciones agrícolas en decadencia y de los tormentos persistentes de una guerra civil de larga data. Pero el éxodo masivo dejó muchos hogares rotos a su paso.

“Que estén tan lejos, sin poder verlas, es una pesadilla. La familia no está completa”, dijo María Hilda Carballo, de 53 años, cuyas dos hijas se fueron al Valle Central hace años.

Maria Hilda Carballo lives in a house valued at just over $300,000, in the municipality of Victoria, El Salvador.
María Hilda Carballo vive en una casa valorada en algo más de 300.000 dólares, en el municipio de Victoria, El Salvador. La casa fue construida por su hermano, Julio Carballo, residente en Mendota, California.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times)

En el cinturón agrícola de California, comunidades como Mendota, de 11.500 habitantes, han llegado a depender del sudor y el trabajo de los migrantes mexicanos y, cada vez más, de los centroamericanos para extraer frutos de la tierra.

“Esto es un mini El Salvador”, dijo Miguel Urías, nativo de El Salvador y copropietario de Antojitos Guanacos, una cadena de restaurantes y panaderías, y uno de los muchos negocios de Mendota cuyos nombres señalan sus raíces salvadoreñas. “Desde hace seis años veo que estamos llegando en montones”.

A cambio de la mano de obra mal pagada que recibe, Mendota envía miles de dólares en remesas a Sensuntepeque y al departamento de Cabañas.

En 2020, a pesar de la pandemia, El Salvador ingresó casi 6.000 millones de dólares en remesas desde Estados Unidos, un aumento del 4,8% respecto a 2019, según el Banco Central de Reserva del país. Cabañas en 2020 recibió un promedio mensual de 357 dólares por hogar, el segundo más alto entre los 14 departamentos del país.

“Sin remesas la economía no se movería”, dijo Edgar Bonilla, quien fue alcalde de Sensuntepeque entre 2006 y 2021. Según Bonilla, el 75% de la población de Sensuntepeque tiene parientes en Estados Unidos, y al menos la mitad de ellos recibe remesas de un pueblo de California que muchos nunca visitarán.

El dinero enviado desde California ha puesto en marcha negocios, ha comprado casas y las ha llenado de muebles y artículos electrodomésticos.

“A esta gente le mandan remesas todos los días, los bancos están llenos todos los días”, dice Rosa Barrera, de 46 años, que vende fruta, licuados y bocadillos.

Rosa Barrera offers juices, fruits and snacks next to the central park of Sensuntepeque.
Rosa Barrera ofrece jugos, frutas y bocadillos junto al parque central de Sensuntepeque, donde los visitantes del extranjero vienen a reencontrarse con sus familias.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times)

En muchos sentidos, la relación entre estas comunidades emparentadas es mutuamente beneficiosa y armoniosa. Pero hay tensiones.

Los dólares enviados desde California han convertido este rincón de El Salvador en un centro comercial, ahora cuenta con 10 bancos y cooperativas financieras, pero también han hecho que los costos de la vivienda se disparen. Las desigualdades son más visibles que en el pasado.

Mientras que un mayor número de hogares en Sensuntepeque cuentan ahora con televisores de pantalla plana y autos de último modelo en sus entradas, las carreteras de la región siguen llenas de baches y sus escuelas carecen de fondos y sus clínicas médicas no cuentan con los suministros esenciales.

Pero los problemas son más profundos. En el centro de Sensuntepeque, cuyo nombre indígena significa “400 colinas”, algunas casas cuestan ahora hasta 300.000 dólares, mientras que un lote de unos 2.700 pies cuadrados se vende por 10.000 dólares, dijo Paul Nimrod Salgado, agente inmobiliario. Son sumas exorbitantes en una nación donde el ingreso per cápita anual es de 4.000 dólares.

Y mientras las remesas se disparan en Sensuntepeque, en Mendota los residentes se enfrentan a la escasez de viviendas.

“Es muy difícil porque no hay casas disponibles”, dijo Sindy Orellana, una inmigrante salvadoreña de 19 años que busca una casa para su familia y que actualmente paga 1.000 dólares por alquilar un apartamento de dos habitaciones.

Los trabajadores agrícolas y los propietarios de restaurantes de Mendota se enorgullecen de poder ayudar a sus parientes lejanos. Pero algunos también sienten la carga de las expectativas, de tener que trabajar muchas horas mientras intentan dominar un nuevo idioma.

Like other Salvadoran immigrants, Emérita Barrera first worked in California's tomato industry.
Como otros inmigrantes salvadoreños, Emérita Barrera trabajó por primera vez en la industria del tomate de California. En 2008 abrió su propio negocio, Ally’s Beauty Salon, ubicado en la calle 7 de Mendota.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times)

“Para sentirse estable hay que pagar un precio muy alto”, dijo Emérita Barrera, que emigró a Estados Unidos en 1994.

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El conflicto armado de 12 años de duración entre el gobierno derechista salvadoreño, apoyado por Estados Unidos, y las guerrillas izquierdistas apoyadas por Cuba, cobró 75.000 vidas en un país que entonces tenía sólo 4,5 millones de habitantes.

Las remesas enviadas desde Mendota han ayudado a la zona de Sensuntepeque no sólo a recuperarse, sino a alcanzar un estilo de vida inimaginable antes de la guerra.

En el cantón San Pedro, que se levanta sobre un entramado de maizales y calles de tierra, las viejas chozas de barro dan paso a vistosas casas de bloques de hormigón. Un estallido repentino del altavoz de un camión rompe la atmósfera apagada.

Un jinete a caballo recorre las polvorientas carreteras del San Pedro, El Salvador.
Un jinete a caballo recorre los polvorientos caminos del cantón San Pedro, en el municipio de Victoria (El Salvador).
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times)

“¡Tenemos papas, repollos y zanahorias!”, pregona una áspera voz masculina. El mismo vehículo anuncia sillas, colchonetas, cántaros de plástico y otros bienes de consumo.

“Los habitantes de aquí tienen los mejores teléfonos y televisores”, dice Miguel Amaya, de 25 años, un residente de Sensuntepeque que trabaja como motorista, observando la escena de la calle. “¿Crees que estas casas son de gente pobre?”.

Un niño mexicano nació con una pierna 11 pulgadas más corta que la otra. Una cirugía extraordinaria y un amigo inquebrantable le ayudaron a caminar por sí mismo.

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Bajando una cuesta, unos pasos más allá de una iglesia católica, se encuentra una casa de dos pisos y cuatro habitaciones con finos acabados de madera y columnas doradas. Su propietaria es María Hilda Carballo. Una de sus hijas, María Cindy, de 29 años, emigró a Mendota y otra, Griselda, de 35, a Kerman. No han podido ver a su madre desde que se fueron de casa hace muchos años.

Hoy, las hermanas trabajan en plantaciones de tomates y almendros para reunir unos 200 dólares al mes para enviar a Carballo.

“Las dos me ayudan con lo poco que ganan allí”, dijo.

La espaciosa casa de Carballo fue pagada por su hermano Julio, quien también se mudó a Mendota. Vive con otra hija y dos nietas adolescentes. Antes, vivía en una casa hecha de barro y trozos de madera mientras cultivaba maíz y hacía queso para sobrevivir.

En el mismo caserío, al otro lado de un arroyo y subiendo otra empinada cuesta, María Gloria Reyes, de 49 años, vive con su marido, cinco hijos y un nieto en una casa que tiene un valor de 40.000 dólares pagada con ayuda de sus hijos, Emanuel, de 27 años, y José, de 32, que se unieron al éxodo a Mendota a principios de la década del 2010.

Corn tortillas are prepared every day by María Gloria Reyes for her entire family in Cabañas, El Salvador.
Las tortillas de maíz son preparadas todos los días por María Gloria Reyes para toda su familia en Cabañas, El Salvador, cuyo sustento depende de dos hijos que viven en Mendota.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times)

“Al ver la pobreza aquí, decidieron irse para allá”, dijo Reyes mientras echaba tortillas en una plancha.

En las inciertas semanas mientras sus hijos hacían el peligroso viaje, Reyes sintió desesperación y un dolor en el pecho, preguntándose si volvería a verlos.

“No sabes lo que puede pasar en los caminos”, dice.

Antes de que se construyera su nueva casa, Reyes y su marido, Leandro Membreño, alquilaban una casa hecha de arcilla y cubierta de lámina galvanizada. Hoy en día, Membreño se permite el lujo de pasar más tiempo descansando en su hamaca, pero en todas partes hay recuerdos de una familia separada.

“Cuando haces una comida, te acuerdas de ellos”, dice Reyes. El plato favorito de los hermanos es la sopa de pollo de su madre.

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Tenía el sueño de hacer algo diferente. Mucha gente viene arriesgando su vida. Los salvadoreños somos de mucha garra para escalar nuestro camino y salir adelante.

— Emérita Barrera

Los perros ladran en una mañana oscura y fría en Mendota. El reloj marca las 5:30 a.m, pero el estacionamiento de Sonora Market ya se ha convertido en un hormiguero mientras los vehículos entran y salen con trabajadores agrícolas. Ellos ingresan en la tienda y salen rápidamente con tazas de café y pan dulce.

Farmworkers enter the Sonora Market grocery store in preparation for the hard day ahead.
Los trabajadores agrícolas pasan por Sonora Market antes del amanecer para comprar comida caliente, agua, refrescos y hielo para el duro día que les espera.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times)

Es la rutina diaria de una comunidad cuyos residentes ayudan a llenar los refrigeradores y las mesas de los comedores de todo Estados Unidos.

Abdul Obaid, un empresario originario de Yemen, dice que el mapa demográfico de la ciudad ha cambiado por completo en los 17 años transcurridos desde que su familia estableció el Sonora Market y el negocio hermano cercano, el supermercado Mendota Valley Food, ambos generosamente abastecidos con comida popular salvadoreña.

“La población salvadoreña se ha cuadruplicado en una década, y es porque la gente va a donde se siente como en casa”, añade Obaid.

Desarrollada originalmente en 1891 como un sitio de almacenamiento para el ferrocarril Southern Pacific, Mendota fue incorporada en 1942, y su prosperidad depende de la producción de almendras, pistachos, melones, tomates y maíz. En 2019, los trabajadores agrícolas del condado produjeron 1.500 millones de dólares en almendras, 962 millones en uvas y 660 millones en pistachos.

Cuando el hermano de María Hilda Carballo, Julio Carballo, dejó El Salvador en 1994, tenía 14 años. Sabiendo que podía conseguir trabajo en Mendota cosechando melones y espárragos, decidió ir a vivir con un tío allí.

Es un trabajo agotador, dice Carballo, de 42 años. “Hay que ir a trabajar muy temprano”, dijo, “el frío es muy pesado”.

A man stands near a row of large trucks.
Julio Carballo llegó a Mendota en 1994. Después de cinco años recogiendo melones y espárragos, se convirtió en camionero y ahora posee una flota de 25 camiones.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times)

Pasó unos cinco años en el campo antes de obtener la licencia comercial y convertirse en chofer de camiones. En 2004 pidió un préstamo de 40.000 dólares para comprar su propio vehículo y creó su empresa, JCC Transport Inc. Hoy es propietario de 25 camiones y tiene a su cargo más de 40 empleados.

Ahora que su impulso empresarial ha dado sus frutos, y que su estatus migratorio está cubierto por el programa federal Estatus de Protección Temporal (TPS), dijo, “puedo retirarme mañana”.

Luis Fernando Macías, profesor de estudios migratorios en la Universidad Estatal de Fresno, dijo que el trabajo que antes realizaban los mexicanos en Mendota lo hacen ahora en su mayoría salvadoreños. En los primeros años de la migración salvadoreña, eso a veces daba lugar a tensiones.

“Cuando llegué, era un poco complicado. Los mexicanos te miraban de menos. Siempre había discriminación cuando ibas a trabajar”, dice Tulio Vargas, de 52 años, oriundo de Sensuntepeque, que llegó a Mendota en 1980.

La estudiante de la Escuela Secundaria de Santa Ana estudiará biología en el otoño de 2021. Pero primero tuvo que ayudar a su padre a salir de un centro de detención de inmigrantes.

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Oleadas de inmigrantes salvadoreños han animado el paladar de Mendota, sirviendo pupusas, torrejas, panes mataniños y sopa de garrobo, llamada así por su ingrediente principal, una iguana negra de cola espinosa en peligro de extinción.

“Ahora, es una comunidad sólo de Sensuntepeque, puro el departamento de Cabañas”, dijo Carmen Chévez, de 69 años, que dejó El Salvador en la década de 1990.

Emérita Barrera llegó a Mendota gracias a una solicitud de residencia permanente hecha por su marido. Aunque había estudiado cosmetología, ella también comenzó en su país de adopción trabajando en los campos de tomate.

Después de 10 años, hizo un paréntesis para obtener su GED, se nacionalizó, tomó clases en una escuela de belleza de Fresno junto con algunos cursos de administración de empresas, y finalmente abrió su propio salón.

“Tenía el sueño de hacer algo diferente”, dice. “Mucha gente viene arriesgando su vida. Los salvadoreños somos de mucha garra para escalar nuestro camino y salir adelante”.

El trauma de dejar atrás a sus padres y seis hermanos aún la persigue. Sus padres murieron en 2013, mientras Barrera estaba fuera de su país natal. La última vez que visitó El Salvador fue en 2018.

A pesar de labrarse una vida mejor económicamente, los salvadoreños de Mendota enfrentan enormes desafíos.

Según la Oficina del Censo, el 40,9% de la población de Mendota vive en la pobreza. En 2019 el ingreso promedio por hogar fue de 31,237 dólares. Se estima que entre el 40% y el 60% de la población es indocumentada.

En el período 2015-2019, la tasa de graduación de la escuela secundaria fue del 30,8%, y solo el 1,5% de la población de Mendota obtuvo una licenciatura u otro título universitario.

Estas estadísticas no reflejan la historia de Jessenia Núñez, que pronto podrá exhibir su título de abogada.

Hija de trabajadores agrícolas migrantes de Sensuntepeque, Núñez nació en 1992 en el condado de Riverside. Cuando estaba en segundo grado, su familia se instaló en Mendota y la impulsaron a ir a la universidad: primero a la UC San Diego, donde se graduó de la licenciatura en Ciencias Políticas, y luego a la Escuela de Leyes de la UC Berkeley.

“Le debo mucho a Mendota, a mis padres, a toda mi familia, que siempre me ha apoyado”, dijo. “Vi a mis padres luchar. Me enseñaron a perseverar”.

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En la distancia, el pueblo agrícola de California y el pueblo de la colina salvadoreña siguen soñando el uno con el otro. Tulio Vargas, aún recuerda el día en que salió de Sensuntepeque, siendo un niño de 8 años, con su madre y sus dos hermanos.

“Salimos al amanecer”, recuerda. “No le dijimos a nadie”.

El gobierno militar salvadoreño y su implacable aparato de seguridad del Estado estaban desapareciendo y matando a cualquiera que sospecharan que simpatizaba con la rebelión. Vargas dijo que las fuerzas de seguridad participaron en el asesinato de su padre y de un compañero de negocios. Por temor a las represalias, la familia huyó.

“Prácticamente dejamos la casa tirada”, dijo.

José Zelaya, el único diseñador y animador digital salvadoreño de Disney Television Animation, de niño soñaba con “trabajar para Mickey Mouse”.

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La familia se instaló inicialmente en Belice, pero dos años después, a la edad de 10 años, Vargas y un amigo se trasladaron a Mendota. Con el paso de las décadas, llegó a ser administrador de granjas y, como tantos otros, empezó a enviar remesas a su tierra natal.

De vuelta en el barrio de Los Remedios, en Sensuntepeque, un tío consiguió mantener la casa en la que vivieron Vargas y su familia. Ahora él visita su pueblo natal una o dos veces al año, aunque Mendota también es su hogar.

“La verdad”, dijo él, “es que El Salvador es la tierra de uno, como sea”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí.

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