SALINAS, Calif. — Neri Ortiz se llevó las manos al regazo mientras relataba con seriedad su último episodio de salud a la doctora Eva Perusquia.
Recientemente, en el trabajo, donde Ortiz empaqueta verduras por la noche, le sobrevino una oleada de náuseas y lágrimas. Consiguió reponerse lo suficiente como para continuar su turno, le dijo a la doctora. Pero hacía años que no experimentaba un desbalance tan abrumador.
Perusquia la escuchó atentamente. Ortiz, de 42 años, era su paciente desde el año pasado, cuando buscó un médico hispanohablante en la Clínica de Salud del Valle de Salinas. Perusquia fue la primera doctora que le explicó su hipotiroidismo y la necesidad de tomar un medicamento para regularlo. Ortiz sabía que la doctora entendería cómo se sentía.
Perusquia dijo que los desbalances emocionales podrían estar relacionados con los niveles de glucosa de Ortiz, que pueden causar cambios de humor. Pediría pruebas para ver si los niveles de Ortiz eran normales.
Ortiz se sintió agradecida. Tener a Perusquia explicándole todo en español fue un cambio bienvenido después de años de acudir a diferentes médicos. Antes, los médicos que le hablaban en inglés la dejaban confundida y dudaba de haber entendido correctamente sus instrucciones.
“Lo entiendo todo. Me lo explica todo con claridad”, afirma Ortiz.
Una ley estatal de 2002 -que tardó casi dos décadas en aplicarse- hizo posible que médicos mexicanos como Perusquia trabajaran en California en medio de una escasez crónica de médicos hispanohablantes. Los latinos representan el 40% de la población del estado, pero sólo el 6% de los médicos colegiados son de ese origen. Las diferencias lingüísticas y culturales se hacen sentir con mayor intensidad en las vastas extensiones rurales de la Costa Central y el Valle Central de California, donde los inmigrantes de México y Centroamérica forman parte integral de la economía agrícola. Los hospitales y las clínicas sanitarias que atienden a los trabajadores agrícolas y a sus familias luchan constantemente por contratar y retener a médicos que hablan inglés, por no hablar de atraer a médicos que hablan español y lenguas indígenas.
La Clínica de Salud del Valle de Salinas, un centro de salud con reconocimiento federal que administra 13 clínicas en el Valle de Salinas, ha dado un paso importante para paliar la escasez de médicos. Los directores de la clínica, en colaboración con las autoridades sanitarias de California y México, contrataron a médicos mexicanos y enviaron a algunos de ellos a otros centros de salud comunitarios de los condados de Fresno, Kern, San Joaquín, Tulare y Ventura, todos ellos centros agrícolas cuyas comunidades de trabajadores llevan mucho tiempo desatendidas.
En la actualidad, 24 médicos mexicanos trabajan en estos condados tras ser evaluados por la Junta Médica de California. Los médicos están especializados en pediatría, ginecología, medicina interna y medicina familiar. Si se renueva, el innovador programa piloto podría ampliarse.
“Esto es algo que nunca había ocurrido”, dijo Maximiliano Cuevas, director ejecutivo de la Clínica de Salud del Valle de Salinas. “Reconocemos que esto no es la panacea para el problema al que se enfrenta nuestro país, que es la escasez de médicos”.
Aun así, ve el esfuerzo como un paso crucial en el cumplimiento de la misión de los centros de salud comunitarios: “Vamos a facilitar el acceso a las personas que necesitan asistencia sanitaria”, afirma Cuevas. “Podemos traer médicos cualificados”.
Muchos de los médicos mexicanos que participan en el programa dijeron que lo ven como un deber cívico, una forma de servir a sus compatriotas y a otros inmigrantes que buscan una vida mejor en EE.UU. Han descubierto que sus pacientes anhelan tener a alguien con quien hablar en su idioma nativo.
La Dra. Georgina Centeno, gineco-obstetra que trabajó en Ciudad de México antes de llegar a Salinas, dijo que ha tenido pacientes que se abren sobre preocupaciones íntimas de salud e incluso tristeza durante la primera cita. “Me cuentan cosas que les han pasado”, dijo Centeno, “y me dicen: ‘Bueno, nunca había podido hablar de eso, porque mi otro médico nunca me entendió’”.
Después de sus exámenes, los pacientes suelen invitarla a comer a sus casas o a la iglesia para expresarle su gratitud.
Los médicos cruzaban la frontera desde México, pasando por San Diego y Los Ángeles. Era principios de 2021, y para muchos, su destino final sería el Valle de Salinas, la “Ensaladera del Mundo”.
Algunos dejaban atrás a su marido o mujer, mientras que otros traían consigo a sus cónyuges e hijos pequeños. Buscaban una oportunidad de trabajar en Estados Unidos y cubrir una necesidad de mano de obra, no muy diferente de la de los trabajadores agrícolas a los que venían a servir. Podían ver los paralelismos entre sus vidas y las de los trabajadores del campo que a menudo huían de la pobreza, el hambre o la violencia y buscaban un nuevo comienzo en el norte.
Cuando empezaron a atender a los pacientes, los médicos dijeron que sentían el peso inmediato de su trabajo: las madres hablaban de malos tratos en el hogar, los adolescentes se desbordaban de ansiedad y depresión. Sus pacientes describieron el duro trabajo en el campo y los dolores en el cuerpo que conlleva. El trauma, tanto físico como mental de los inmigrantes que acuden a sus modestas salas de reconocimiento se expresa casi tan pronto como los médicos empiezan a preguntar en español por su salud, su trabajo y su estilo de vida.
Cuando se reúne con los pacientes, Perusquia, una mujer menuda que lleva el pelo recogido en una coleta alta suele programar un cronómetro de 15 minutos para permanecer dentro de su horario. Pero en su primera consulta con Yolanda Torres, dejó que su paciente contara su historia durante media hora.
Torres, de 58 años, explicó que había sufrido un accidente automovilístico y cobraba una pensión de invalidez, pero que le había costado encontrar un médico que se tomara en serio su dolor; que un laboratorio le cobró 160 dólares por una radiografía; y que su dolor persistía. Perusquia se esforzó por no mostrar su conmoción. Hizo planes para que Torres se sometiera a las pruebas y procedimientos que necesitaría para seguir teniendo derecho a los pagos por incapacidad.
“Si Dios quiere, le veo en tres semanas”, dijo Perusquia. Después de la visita, Torres dijo que estaba agradecida de que Perusquia se tomara el tiempo de escucharla. La doctora utilizó términos que Torres no había oído desde que salió de México hace años.
Andrea López Hernández, de 20 años, llegó un miércoles reciente a su cita mensual con el Dr. Armando Moreno, ginecólogo-obstetra. Se limpio las palmas de las manos con desinfectante y se las frotó mientras le informaba de los últimos resultados de las pruebas de su bebé.
“Gracias a Dios, todo ha ido bien”, le dijo. A las 20 semanas, Hernández estaba en la mitad de su embarazo y ya había elegido un nombre: Ashley.
“Vamos a escuchar su corazoncito”, dijo Moreno suavemente, para explicar que escucharían el corazón del bebé con un ultrasonido. Colocó gel en el bajo vientre de la paciente y un zumbido constante llenó la habitación.
“Muchas felicidades, se escucha todo muy bien”, dijo Moreno, felicitándola por la buena salud de su bebé.
Para Hernández, originaria del estado de Hidalgo, tener acceso a Moreno alivió su ansiedad ante la posibilidad de no ser entendida. Recordó un episodio en el que le dolía el estómago y acudió a un hospital. Un intérprete le ayudó durante la visita, pero tenía un acento que le dificultaba entender lo que el médico intentaba transmitirle.
“Hice preguntas, pero no supieron explicarme bien las respuestas”, explica.
Hernández recoge lechugas en el campo, un trabajo agotador que empezó en mayo. Antes había trabajado en Utah pintando casas. Mientras se prepara para dar a luz a su segundo hijo, dice que se siente reconfortada por haber encontrado a Moreno, que puede orientarla en su lengua materna.
“Es diferente con este médico”, dice. “Confío en todo lo que me dice”.
Generar confianza es parte de la razón por la que la clínica luchó tanto para poner en marcha el programa.
“No dejo de oír historias de personas que han pospuesto la atención médica porque sentían que nadie les escuchaba, que los doctores se burlaban de ellos porque no hablaban el idioma, o que los médicos les insultaban”, explica Cuevas.
Pero pasar de la concepción de la idea a la realidad, fue una jornada frustrante y agotadora.
En 2002, la Asamblea Legislativa de California aprobó un programa piloto para la contratación de médicos procedentes de México, en el que se establecían los requisitos básicos que debían cumplir los médicos y un proceso de solicitud. Pero la Asociación Médica de California y los médicos latinos de EE.UU. se opusieron, advirtiendo que un sistema de atención de dos niveles relegaría a los trabajadores agrícolas a médicos menos cualificados. El programa se estancó.
Los médicos latinos acusaron a Cuevas y a Arnoldo Torres, entonces director ejecutivo de la California Hispanic Health Care Assn. y defensor del programa, de crear un “programa de médicos braceros”, una referencia al acuerdo de 1942 entre EE.UU. y México para enviar trabajadores a trabajar en los campos y ferrocarriles durante una escasez de mano de obra.
“Hubo bastante oposición a esta pequeña idea de proporcionar médicos en estas comunidades rurales”, relató Cuevas. Sin avances, dejaron reposar el programa durante más de una década.
En 2015, cuando la necesidad de médicos hispanohablantes era cada vez mayor, la oposición al concepto había desaparecido. Cuevas y Torres reavivaron sus esfuerzos y viajaron a México para reclutar médicos. El gobierno mexicano estaba dispuesto a aceptar, con la condición de que los médicos exportados no permanecieran más de tres años en EE.UU. El estricto límite de tiempo ayudó a disipar las preocupaciones en México sobre una “fuga de cerebros” permanente de talento médico.
Los salarios de los médicos visitantes en California varían según la especialidad, pero comienzan alrededor de 250.000 dólares al año. El gasto lo cubre el sistema de salud Clínica de Salud, financiado por el gobierno federal para atender a residentes de bajos ingresos y sin seguro médico. Según Cuevas, los médicos mexicanos cobran los mismos sueldos que los médicos de clínicas formados en Estados Unidos.
El programa será revisado a finales de año por la Universidad de California en San Francisco y el Colegio de Médicos de California para garantizar que los médicos prestan la misma atención que los médicos formados en EE.UU. La revisión determinará si el programa se prorrogará tres años más.
Según Cuevas, ya hay indicios de éxito, como el ritmo al que los médicos atienden a los pacientes. Los médicos mexicanos van camino de atender un promedio anual de 4.500 pacientes cada uno, cumpliendo así las expectativas.
El condado de Monterey, hogar del Valle de Salinas, tiene una de las mayores poblaciones de trabajadores agrícolas de California. Casi el 90% de los trabajadores agrícolas del estado dicen que el español es su lengua materna. Pero muchos hablan también lenguas indígenas como el triqui, el mixteco y el zapoteco. Se calcula que un tercio de los trabajadores agrícolas proceden de comunidades indígenas.
Si el programa continúa, dijo Cuevas, tratarán de reclutar médicos que hablen esas lenguas.
La Dra. Olga Padrón, que se especializa en medicina familiar y trabaja en el consultorio de la clínica en Greenfield, ha comenzado a aprender triqui para poder entender mejor a sus pacientes. Originaria de Monterrey, dijo que nunca había oído hablar triqui antes de llegar a Salinas.
Dijo que su juventud y sus privilegios la llevaron a creer que los mexicanos que emigraban al norte habían abandonado a su pueblo en lugar de luchar por un país mejor. Pero al llegar a Salinas en 2021, dijo, se dio cuenta de que las oportunidades económicas en México no son iguales para los mexicanos indígenas mucho más propensos a vivir en la pobreza.
“¿Cómo iban a salvar a México, Olga?”, recuerda que se decía a sí misma. “Tenían hambre. México les falló y por eso están aquí”.
El año pasado, Padrón contrató a un tutor triqui para entender mejor a sus pacientes indígenas. Lleva un cuaderno lleno de traducciones al triqui de las partes del cuerpo. Su colega, Perusquia, ha aprendido palabras en mixteco y tiene una servilleta llena de traducciones. Palabras como “dolor”, “cabeza” y “gracias” se han convertido en claves para conectar con sus pacientes. En su consulta guarda una rosa de plástico que le regaló un paciente.
“Para ellos, es importante saber que alguien intenta al menos conocer algunas de sus palabras”, afirma Perusquia.
Ha habido pruebas para los médicos mexicanos cuando han hecho de California su hogar.
La Dra. Nadia Arias, pediatra, fue la primera en llegar en febrero de 2021. Recuerda que su primera noche en Salinas buscó un restaurante alrededor de las 9 p.m., hora habitual para cenar en México. Pero todos los restaurantes estaban cerrados y la ciudad tranquila. Confundida, envió un mensaje a Cuevas preguntándole dónde podía comer.
Cuevas se disculpó. Todo en Salinas cierra temprano, le explicó. Arias regresó a su hotel.
Perusquia llegó sin familia. Los fines de semana son los más duros sin su marido, dice. Pasa las noches de los sábados en FaceTime con él, un tequila en la mano, un whisky en la suya.
Los médicos, que antes del programa no se conocían, se apoyan mutuamente. Y han adquirido una nueva habilidad: hablar en español mientras teclean notas en inglés.
Han asistido juntos a un concierto de Maná y pasan los fines de semana viendo películas y haciendo cenas en grupo. Se reúnen para celebrar cumpleaños y acuden unos a otros en busca de consejo médico. Una noche entre semana, algunos de los médicos se reunieron en una taberna para tomar algo y cenar. Mimaron a la hija de Arias, Mia, que había aprendido a caminar en su casa de Salinas.
La Dra. Juana Lucio, de Los Cabos, fue la incorporación más reciente, ya que llegó en enero. Seis más llegarán a finales de año. Bromeó diciendo que cuando más nerviosa se pone es cuando atiende a pacientes angloparlantes.
“Me entra el pánico”, admite Padrón.
“A mí también”, añadió Moreno, mientras los demás asentían con la cabeza. El grupo se rio.
El futuro del programa está por definirse. Pero Moreno dijo que no se puede medir lo que él y los otros médicos ven cada día: pacientes que se abren al oír su lengua materna.
“No sé si en el futuro el programa será revisado positiva o negativamente”, dijo en español. “Pero para mí, y para todos los que vemos pacientes cada día, ver cómo se les ilumina la cara cuando entras y dices: ‘Hola, ¿cómo estás? ¿En qué puedo ayudarle? Eso, para mí, lo llevaré conmigo”.
Dania Maxwell, fotógrafa del Times, ha contribuido a este reportaje.
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