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Cómo Vin Scully me ayudó a aprender inglés y a mantener a mi familia junta 

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Cuando tus padres son inmigrantes, generalmente creces hablando otro idioma, ya sea cantonés, mandarín, coreano, armenio o español.

Cierras tus ojos y ese lenguaje te transporta hasta tus sueños.

Pero hay un punto en el que una puerta se cierra y otra se abre. Ya no sueñas tanto en el idioma de tus padres. Comienzas a soñar en inglés.

Eso me pasó cuando me convertí en un aficionado de los Dodgers. Tenía seis años y apenas comenzaba a ir a la escuela Sheridan Elementary, en Boyle Heights. El narrador de esos sueños -yo corriendo por el jardín central de Dodger Stadium- era Vin Scully.

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Su voz transportó mis sueños a tal punto que era yo, no Kirk Gibson, el hombre que pegaba ese gran batazo que traería gloria y felicidad a esta ciudad.

Scully fue el primer narrador que comenzaba a escuchar con frecuencia, y sonaba como ninguna persona que había conocido o escuchado. Daba vida a las jugadas de Steve Garley, Dusty Baker y mi favorito, Pedro Guerrero.

Al igual que la escuela, los deportes y las caricaturas de Bugs Bunny, me enseñaba inglés.

Y no había un tutor más grande que sonara como si el poeta Lord Alfred Tennyson estuviera en la sala de transmisión y se plantara en frente del micrófono.

Me convertí en trilingüe: hablaba español, inglés y deportes.

Scully y los Dodgers ayudaron a que mi familia se mantuviera junta también.

Mi fallecido padre vino a EE.UU. en una cajuela de auto en 1965, y no lo hizo por la emoción de cruzar así. No tenía papeles. Mi madre llegó un par de años después con una visa y terminó quedándose, sin permiso.

Fueron, como se dice popularmente, “ilegales”. Con ella vino mi hermano mayor y mi hermana. Yo no había nacido; lo hice siete años después.

Cruzar la frontera ilegalmente en los ‘70 y los ‘80 era más sencillo que ahora, aunque no era tan fácil. Cuando íbamos a la tierra de mis padres, Jalisco, los niños eran divididos entre varios vehículos para minimizar la probabilidad de que nos agarraran a todos. Mi hermana menor, como yo, era ciudadana, pero mis hermanos mayores tenían que mentir y decir que eran estadounidenses.

Mi hermano Javier recuerda que en el verano de 1977, cuando mi familia regresaba de México de ver a nuestra abuela, tuvieron una experiencia que lo marcó. Tenía 14 años; ahora tiene 52.

“Había vivido en Los Ángeles desde los dos años; era la única casa que conocía”, dice. “No tenía ningún derecho legal para vivir en esta ciudad. Mis papás no sabían si dejarme ir a un viaje de fin de año al zoológico de San Diego”.

Mientras mi familia trataba de cruzar de regreso, de Mexicali a Calexico, Javier y mi hermana Patricia viajaban con familiares distantes. Los dos habían sido entrenados para decir “somos ciudadanos de EE.UU.”.

“Cuando llegamos para cruzar la frontera, los conductores le dieron nuestras visas y le dijeron que habíamos ido a visitarlos y que estábamos regresando a Los Ángeles”, recuerda Javier. “Estaba sentado en el lado más cerca al guardia. Entonces, el agente se acercó a mi ventana”.

“¿Cuál es tu equipo favorito?”, preguntó el agente.

Qué suertudo era mi hermano.

“1977 era un año muy bueno para ser aficionado de los Dodgers”, dice Javier. “Ganaron el banderín de la Liga Nacional de 1977 a 1978 y el campeonato en 1981. Pasé varias tardes y noches en el verano escuchando a Vin Scully. La respuesta era muy simple”.

“Le respondí con entusiasmo: ‘¡Los Dodgers!’ Y entonces el guardia nos dejó ir. Bienvenidos a los Estados Unidos”.

“En los Dodgers sentí un sentido de comunidad”, dice mi hermano. “Era parte de algo especial. No era un ilegal”.

Para mí, no recuerdo la primera vez que fui a Dodger Stadium. Sí recuerdo escuchar la voz de Scully navegar por el aire, desde las bocinas de los radios.

Como siempre hago, estoy seguro que miraba hacia arriba en la sala de prensa, como alguien que está buscando entre las nubes y los rayos del sol aquel hombre con la voz de un dios del deporte.

En octubre de 2013, finalmente conocí a Scully. Estaba haciendo una historia de su colega en español, Jaime Jarrín. En frente de mí estaba Scully caminando en la cafetería de la sala de prensa en el estadio y le pregunté sobre Jarrín.

“No es el Vin Scully en español. Es lo que es, Jaime Jarrín. Es el anunciador del Salón de la Fama y un tremendo ser humano”, dijo Scully.

Le agradecí y le di la mano. Luego vi el teléfono que había usado para grabar la plática. Agarré la voz, pero no su rostro. Desafortunadamente, el video se había enfocado en la corbata de Scully. ¿Qué puedo decir? Era como haber visto de frente al sol.

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