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Opinión: el mito de la masculinidad reflejado en las Olimpiadas de París 2024

La argelina Imane Khelif celebra tras derro
La argelina Imane Khelif celebra tras derrotar a la china Yang Liu para llevarse el oro en la final de la división de 66 kilogramos del boxeo de los Juegos Olímpicos de París, el viernes 9 de agosto de 2024. (AP Foto/Ariana Cubillos)
(Ariana Cubillos / Associated Press)

La percepción de las mujeres en los deportes de contacto y el insensible caso de la boxeadora Imane Khelif en los Juegos Olímpicos.

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En la universidad escribí un artículo sobre la percepción de las mujeres en los deportes de contacto y los conceptos asociados a su cuerpo.

Este tema me intrigaba, especialmente porque yo practicaba artes marciales mixtas en una época en México en la que corrías peligro de ser asesinada solo por el hecho de ser mujer. Recibía constantemente cuestionamientos por preferir “un deporte para hombres” y, sobre todo, notaba la preocupación por el riesgo de las consecuencias de practicarlo. Pero no, no era el daño físico lo que la sociedad temía, sino un miedo tácito a perder la “feminidad”, a volverme masculina.

Royce Gracie, leyenda de las MMA, en una entrevista opinó acerca de la incursión de las mujeres en este deporte tras el debut de Ronda Rousey en 2013:

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“Nunca pensé que vería mujeres peleando. Personalmente, me gusta que mis mujeres sean femeninas, pero si mi hija mañana se acercara y me dijera: ‘Papá, quiero pelear,’ entonces yo le diría ‘hagámoslo.’”

Gracie, quien ha estado en este deporte desde sus inicios, en una época en la que las MMA eran dominadas completamente por los hombres, no creyó que alguna vez vería a mujeres pelear en el octágono. Su comentario revela una preocupación no por las posibles lesiones del deporte, sino por la aparente masculinización de la mujer. Su verdadera preocupación radica en la pérdida de la feminidad.

Esta idea perduró en mi mente por años, y tras leer a Judith Halberstam entendí que existen múltiples tipos de masculinidades, pero por alguna razón las masculinidades femeninas se consideran las sobras despreciables del paradigma dominante, con el fin de que las propiedades de los hombres asociadas a la virilidad puedan aparecer como lo único verdadero. Sin embargo, la construcción de lo masculino también se da a través de las mujeres, y no solo de personas nacidas como “varones”. Este tipo de manifestación alternativa demuestra que es posible una hombría sin hombres, aunque sigue habiendo un fuerte rechazo a aceptarla.

Se considera que la masculinidad es un producto congénito del varón; sin embargo, existen características de la virilidad que han sido desarrolladas por mujeres. Aquellas que presentan indicios de este tipo, regularmente son juzgadas.

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La medallista de oro argelina Imane Khelif besa su medalla de la final femenina de boxeo de 66 kg en los Juegos Olímpicos de Verano de 2024, el viernes 9 de agosto de 2024, en París, Francia. (AP Photo/John Locher, Archivo)
(John Locher / Associated Press)

El libro de Halberstam sugiere que el concepto de masculinidad no debe y no puede ser reducido al cuerpo del hombre y sus efectos, ya que existen diferentes tipos de masculinidad adoptadas por las mujeres. Sin embargo, esta hombría se vuelve un signo patológico cuando abandona el cuerpo del varón, siendo dicho malestar un producto del binarismo de género, un sistema encargado de producir cuerpos anatómicamente diferenciados.

Michel Foucault llamó ‘biopolítica’ a este mecanismo encargado de administrar el control sobre los cuerpos, lo que da como resultado una sexualidad genitalmente organizada.

La teórica queer Judith Butler considera que esta clasificación sexual no solo crea a individuos masculinos o femeninos, sino, y quizá esto sea lo más grave, heterosexuales.

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La argelina Imane Khelif, a la izquierda, lucha contra la china Yang Liu en su combate final de boxeo femenino de 66 kg en los Juegos Olímpicos de Verano de 2024, el viernes 9 de agosto de 2024, en París, Francia. (AP Photo/Ariana Cubillos)
(Ariana Cubillos / Associated Press)

En un estudio publicado por Paul Smith, titulado “Boys: Masculinities in Contemporary Culture” (1996), se sugiere que la masculinidad debe ser entendida en plural, ya que existen múltiples maneras de expresarla que han sido opacadas o, en su defecto, han quedado reducidas por el estilo blanco y dominante, aplicado para subyugar a las minorías y para ser el arquetipo de los estilos negro, latino, asiático y femenino.

Para Simone de Beauvoir, la diferencia entre machos y hembras de la humanidad es la protuberancia no solo entre las piernas del varón sino en nuestro imaginario social, símbolo de que “él” es el único que puede proveer ese elemento diferenciador y que reafirma por completo la masculinidad.

Bajo esa óptica, “ella” es el castrado femenino. La ausencia fálica condiciona la correspondencia del cuerpo biológico de la mujer con características corpóreas de hombre; es decir, aunque se reuniera un gran número de atributos varoniles, es el pene lo que reafirmaría por completo su virilidad. Es en el pene donde se encuentra la verdadera masculinidad.

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La argelina Imane Khelif se prepara para luchar contra la china Yang Liu en su combate final de boxeo femenino de 66 kg en los Juegos Olímpicos de Verano de 2024, el viernes 9 de agosto de 2024, en París, Francia. (AP Photo/Ariana Cubillos)
(Ariana Cubillos / Associated Press)

Beauvoir nos recuerda lo que decían dos pensadores sobre este punto: “La mujer es en virtud cierta falta de cualidad” y “Debemos considerar el carácter de las mujeres como adoleciente de la imperfección natural,” son palabras de Aristóteles, mientras que para Santo Tomás de Aquino, la mujer es un “hombre fallido,” si no un ser ocasional surgido de una débil semilla.

La filósofa Butler considera que es necesario replantear la idea del deseo femenino que se halla reprimido por la economía fálica. El castrado femenino referido por Beauvoir supone una pérdida que da paso a la melancolía, una regla psicoanalítica para las mujeres, basada en un supuesto anhelo por tener un falo. En “El género en disputa” (1990), Butler retoma a Freud y el complejo de Edipo, exponiendo que “El niño normalmente escoge la heterosexualidad, lo cual sería la consecuencia no de que tenga miedo de ser castrado por el padre, sino del miedo a la castración, es decir, el miedo a la “feminización” que en las culturas heterosexuales se relaciona con la homosexualidad masculina.”

Erika Linder es una modelo sueca conocida por su transgresora aparición en campañas masculinas. En 2011, Linder posó para la cámara de “Candy”, revista que se asume como la primera de corte transversal, haciendo de Leonardo DiCaprio. En la sesión de fotos jugó con la volatilidad de la concepción del género; el objetivo era demostrar que no es tan estable como se piensa. Para reforzar el mensaje, Linder publicó en su cuenta de Twitter: “Tengo demasiada imaginación como para pertenecer a un solo género.”

Pese a que no hay duda de que Imane Khelif es una mujer biológica, la presencia de testosterona en su cuerpo es cuestionada. Si bien dar positivo a esa hormona podría haberle valido su continuación en la competencia, no es necesario remitirse a los resultados de un análisis químico para arrojar una conclusión. La masculinidad dominante (“blanca y heterosexual”) no puede tolerar que la mujer presente vestigios de masculinidad porque masculinidad significa poder. La virilidad está relacionada con formas de dominación.

Según Halberstam, es importante reflexionar sobre las variaciones de género y no crear otro binarismo donde lo relativo al hombre siempre signifique poder. No obstante, la autora acaba aceptando que la masculinidad supone superioridad incluso cuando se encuentra en las mujeres.

Beatriz Preciado, hoy conocida como Paul, filósofa feminista y teórica queer, diría que la testosterona no tiene nada que ver con la condición ‘biológica’ de ser hombre. Dicha sustancia, expondría, es una construcción biopolítica de la masculinidad, es decir, de la forma en que se producen los cuerpos culturalmente bajo una morfología binaria, la cual determina ciertos procesos como exclusivos de un género. Así, esta hormona se reserva para los dominios del macho. Y como representa poder, señala Preciado, tiene un precio elevado y no es fácil obtenerla.

La fuerza de Khelif rechaza totalmente la feminidad convencional y, aunque conserva parte de ella, la boxeadora argelina es lo suficientemente musculosa para mantener un aura de ambigüedad en una sociedad intolerante que solo reconoce la masculinidad en el cuerpo del varón.

Pese a los esfuerzos de teóricos, académicos y promotores del debate, la masculinidad fuera del cuerpo del varón continúa siendo poco digerible. No encuentran mucho eco el llamado a distinguir que la diferencia entre un hombre y una mujer biológicos no se encuentra en sexo, género o cuerpo alguno, sino en el imaginario social, construido culturalmente y avalado por instituciones cuyo poder radica en una invención compleja de la realidad aceptable, haciendo de la masculinidad femenina algo inadmisible.

En “El mito de la belleza”, Naomi Wolf sostiene que la cultura patriarcal creó un mito en torno a la apariencia física de la mujer, exigiendo una belleza inalcanzable que ha perdurado hasta nuestros días. “Esta forma de control ha llevado a miles de mujeres a odiar su cuerpo,” resalta la autora, “y a perseguir incansablemente algo que no existe, un mito que mantiene a la mujer oprimida, reforzando el poder masculino.” Pero más que una sociedad que promueva los estándares de belleza que la mujer debe seguir, lo que en realidad intenta alcanzar es un estado de obediencia: la subyugación de la mujer al hombre.

En los Olímpicos, Khelif representa más que una pelea; es un acto político, un cuestionamiento a las instituciones que califican y definen. Una crítica en tiempos en los que las redes sociales tienen el control, en el que su uso desmedido contribuye a la insensibilización de los cuerpos y las ideas. Irónicamente, las redes sociales, que en un principio surgieron para facilitar la comunicación y unir a las personas, han acabado dividiendo y confrontando.

Irónicamente, los usuarios rechazan los cuerpos poco convencionales publicados en redes, pero se valida el uso desmedido de filtros y edición que promueve una imagen corporal irreal.

Del mismo modo, el cuerpo de la boxeadora no fue reconocido como legítimo por confrontar el imaginario que solo reconoce la masculinidad hegemónica y, aún más perturbador, por desobedecer y no permanecer sumisa como se espera que sea la “feminidad tradicional”.

Esta pelea representó no solo una batalla en el ring, sino una lucha ideológica por romper paradigmas represivos. Su mayor rival no era su oponente, sino los prejuicios sociales fuera del ring.

En los Juegos Olímpicos de Roma en 1960, Muhammad Ali consiguió el oro, convirtiéndose en un héroe nacional y un icono del deporte. Sin embargo, cuenta la historia que, a su llegada a América, le fue negada la entrada a un restaurante que no aceptaba personas negras. Ali, en un acto de frustración y a modo de protesta, decidió tirar la medalla al río Ohio. Algunos cuestionan el carácter verídico del relato; sin embargo, (real o no) tiene un significado metafórico, más simbólico que real.

La medalla de oro que ahora porta Khelif no tiene valor alguno y no significa nada si no representa un símbolo de reconocimiento y cambio social.

Wendy Arellano es periodista y expeleadora de artes marciales mixtas que ha escrito sobre deportes de combate, roles de género y sexualidad para múltiples publicaciones en su natal México.

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