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Musulmanes de origen libanés se sienten como en casa en Bell

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Los clientes llenan el mercado Fatima’s Halal Meat Market en la ciudad de Bell. Detrás de la caja registradora esta Latife Saleh, de 40 años, quien acaba de terminar de despachar a uno de los clientes cuando otro le dice en español:

¡Otro de asada!

¿Torta de carne asada? Le pregunta Saleh.

Unos cuantos metros más allá, una mujer libanesa hace una orden con Leonardo Castañeda, el carnicero de 45 años de edad que ha trabajado en el mercado: media libra de kibbeh y housee.

Castañeda dijo que lo contrató cuando apenas hablaba unas cuantas palabras en árabe. Ahora es casi casi su segundo idioma.

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“Siempre se aprenden las malas palabras primero”, dijo Castañeda, un inmigrante mexicano, mientras sonríe.

Recientemente ha habido muchas conversaciones acerca de datos de bases para localizar a los musulmanes, vigilar algunas mezquitas y hasta bloquear el acceso a los refugiados sirios. El multimillonario Donald Trump, precandidato a la presidencia y a la cabeza de las encuestas de los republicanos, ha dicho que vio a miles de musulmanes celebrando en New Jersey los ataques del 9/11, algo que las mismas autoridades federales han negado.

El tiroteo en San Bernardino el miércoles pasado, que costó la vida a 14 personas, llevado a cabo por una pareja musulmana, reinició el debate acerca del terrorismo y el Islám. En San Bernardino los servicios en algunas mezquitas se redujeron considerablemente ya que algunos musulmanes residentes de la zona se sintieron señalados, aun cuando ellos mismos dieron sus pésames.

Mientras tanto, hay lugares como Bell, en el sureste del condado de Los Ángeles, donde la comunidad musulmana libanesa, se estableció al mismo tiempo que otros grupos procedentes de México y América Latina llegaron para quedarse.

Layla Matar, de 21 años, quien vende autos Kia en el centro de Los Ángeles, dijo que crecer en Bell nunca le hizo sentirse fuera de lugar. La mitad de sus amigos son latinos y la otra mitad árabes.

“Nunca sentí que mantener cubierta la cabeza me hiciera diferente”, dijo Matar. “Bell es como mi casa. Tan pronto como salgo de Bell, debo estar lista para cualquier cosa”.

El alcalde de Bell, Ali Saleh, de 40 años, dijo que tan pronto como se dieron a conocer las noticias de la masacre, pensó: Ojala que no haya sido un musulmán o algún árabe. Eso es lo que todos los musulmanes tenemos siempre en la cabeza”.

Pero igual que Matar, agregó que no tiene temor a que vaya a haber represalias, por lo menos en Bell, donde la interacción, durante décadas entre latinos y árabes, ha borrado cualquier posibilidad de sospechas.

“Ellos son nuestros vecinos, algunos de los mejores amigos de mis hijos son árabes, dijo Antonio Mejía, propietario de El Colimense, un restaurante mexicano que se encuentra a un lado del negocio de Saleh. “Hemos vivido como vecinos durante mucho tiempo, para nosotros es completamente normal”.

Esto no significa que no haya habido malos episodios en el pasado. Curiosamente, siempre relacionados con campañas políticas.

En el 2009, dos libaneses-americanos candidatos al cabildo de Bell, fueron blanco de campañas de desprestigio durante una campaña muy reñida. Ali Saleh estuvo entre ellos. Saleh – que no es familiar de Latife Saleh- y otro candidato, se les etiquetó de terroristas.

En volantes, la cara de Saleh fue sobre impuesta en una foto en la que se mostraba a un hombre sosteniendo un cartel en el que se leía: El Islam va a dominar el mundo”. El volante también mostraba fotos del clérigo radical musulmán Muqtada Sadr, las torres gemelas en llamas y terroristas con las cabezas cubiertas junto a un rehén colocado de rodillas. “No vote por musulmanes”, advertía el volante.

“La gente que conocía a Saleh realmente no puso atención al volante”, dijo Gastón Gutiérrez de 31 años. Salhe no ganó en el 2009, pero fue electo en el 2011, luego del escándalo de corrupción que unificó a los latinos, blancos, libaneses y otros residentes de la ciudad. Ahora él es el alcalde.

Siempre ha habido conflictos menores.

Abraham Hernández, de 17 años, dijo que una vez se peleó con un libanes-americano, quien le insultó con epítetos raciales. Pero todo quedo en ese incidente.

A él le gusta la cultura del Medio Oriente y la comida, dice el adolescente. Dice que trabaja para una familia de origen sirio en una panadería en Anaheim y escucha de vez en cuando a los políticos cuando se discute de política. Recientemente, dijo, los dueños hablaban de los refugiados sirios y de la tristeza que les causaba la crisis humanitaria en aquel país.

Dijo que no tiene ningún sentimiento en contra de los musulmanes.

“¿Por qué odiar a alguien que no te ha hecho absolutamente nada?”, preguntó.

En el 2010 se calcula que dos mil descendientes de libaneses vivían en Bell, una ciudad con alrededor de 35,000 residentes, constituyendo así, alrededor del 6 por ciento de la población de la ciudad. Otros muchos viven en las ciudades cercanas de Maywood, Cudahy y South Gate. Algunos otros inmigrantes libaneses que llegaron a Bell huyeron de la guerra civil. Y también hay una pequeña comunidad palestina en la ciudad.

En Bell High School, con unos 150 estudiantes de ascendencia libanesa, la escuela creo el centro idiomas árabe, hace nueve años. Nada Shaath fue el primer maestro en enseñar esos cursos y la mayoría de los estudiantes eran latinos.

De tres clases, el programa se expandió a ocho.

Shaath dijo que cada año los maestros de lenguas extranjeras pregunta a los estudiantes que asisten a clases de árabe, que se les viene a la mente cuando escuchan la palabra árabe o musulmán.

“Cada año la respuesta es la misma: terrorista”, agregó.

Pero indicó que esa percepción cambia cuando los estudiantes descubren las similitudes entre las dos culturas.

“Esto es como un puente entre las dos culturas. Definitivamente estas clases han creado más entendimiento y tolerancia”.

La maestra Rasha Elomeri dijo que los alumnos latinos son frecuentemente sus estudiantes más comprometidos, algunas veces le piden ayuda a sus amigos libaneses. Recientemente un estudiante le presentó un cartel de El Chapo Guzmán, para que lo tradujeran al árabe.

“Y te puedo decir que tenía a su amiga libanesa escribiéndolo”, dice con una sonrisa.

Hace dos semanas, Nicole Courrejolles, de 24 años, estaba sentada detrás de la caja registradora en el World Famous Grill, un restaurante donde hay una hookah y los clientes comen hamburguesas elaboradas de acuerdo a las reglas árabes. Una persona ordenó su comida y miró a una mujer vistiendo el hijab. Después de pagar, pregunto de dónde eran los dueños del restaurante.

Les dije, “son libaneses”, dijo Courrejolles, al recordar el intercambio de palabras con el sujeto. “Es cuando me dijo, ah, entonces ¿trabajas para terroristas?

“Era un ignorante, no es posible pensar que todos los musulmanes son radicales”.

Cuando Jamal Saleh, de 65 años llegó a Bell, en 1973, el tío del alcalde le dijo que había cuatro familias musulmanas en la ciudad. El vendía ropa en el Swap Meet de Paramount hasta que pudo abrir su propia tienda de ropa.

Entre los que han estado viviendo en la ciudad están los padres del alcalde de Downey, Alex Saab, quien se mudo de Bell a fines de los 60’s. Su padre, quien recientemente murió, era libanes y su madre cubana.

Para fines de los 70’s, las familias blancas, que eran la mayoría de la ciudad, empezaron a mudarse a las ciudades vecinas cuando las fabricas empezaron a desaparecer. Para los 80’s, la región se había convertido en mayoritariamente latina.

Saab, quien creció en Bell por un corto tiempo se mudo a Downey, dijo que los inmigrantes latinos eran más receptivos a la comunidad libanesa. En los juegos de futbol, libaneses y latinos les echan porras a los niños de ambas culturas.

“Creo que esto es porque las dos culturas están relacionadas, ambos son migrantes y son muy trabajadores”, dijo Saab.

Agregó que tal vez algunas palabras árabes son muy parecidas al español, a ellos se les facilita aprender el idioma, algunos de ellos incluso disfrutan de las telenovelas para aprender el idioma de sus vecinos.

Leer el artículo en su versión original en inglés.

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