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El salario mínimo federal: el reto de vivir ganando 7,25 dólares la hora

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EFE

Muchos trabajadores de 21 estados del país llevan casi diez años con el salario mínimo federal congelado en 7,25 dólares que apenas les alcanza para sobrevivir.

“No alcanza para nada, es como si al dinero se lo llevara el viento, después de pagar la renta y mandar algo para El Salvador, a veces no me alcanza ni para comer”, dice a Efe Walter Tellez.

Apenas cruzó la frontera sur del país en 2011, Tellez se instaló en Alabama, uno de los 21 estados que se rige por el salario mínimo federal de 7,25 dólares la hora.

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“Desde que llegué ese ha sido el pago por hora, nunca me han subido ni una “cora” (veinticinco centavos)”, cuenta este salvadoreño que ha trabajado en granjas y en la construcción.

En todos estos años el inmigrante creyó que sus empleadores estaban infringiendo la ley del salario mínimo porque él es indocumentado.

Pero Tellez no sabía que este próximo 24 de julio se cumplen 10 años desde que se hizo el último aumento de salario mínimo, en el que será el periodo más largo que han vivido los trabajadores sin obtener un aumento en el salario mínimo federal desde que el presidente Franklin Delano Roosevelt lo instauró en 1938.

Un contraste profundo si se compara con varias áreas del país que incrementaron su salario mínimo. En Berkeley, California, el aumentó llegó a 15,59 dólares la hora, mientras en la capital del país la hora se paga a 14 dólares y en Chicago subió a 13.

Más humildes son los pagos en estados como Nueva Jersey que tienen un salario mínimo de 10 dólares la hora u Oregón, donde se subió a 11 en zonas rurales y 12,50 en la ciudad de Portland.

En cualquier caso, lejos de lo que cobra el salvadoreño, quien explica que tiene que trabajar al menos 50 horas a la semana, repartidas en dos trabajos diferentes, para ganar al mes un poco más de mil dólares netos.

Con ese dinero paga 320 dólares por una pequeña habitación, cantidad a la que suma 200 que envía a El Salvador para mantener a su esposa y sus tres hijos, y le quedan unos 300 para la gasolina y la comida, en la que invierte 5 dólares al día.

Un reciente estudio de National Employment Law Project asegura que, con el efecto de la inflación, los 7,25 dólares del salario mínimo representarían realmente 6,11 dólares en la actualidad, una suma que ni siquiera alcanza el mexicano Daniel Hernández en Georgia, donde el salario mínimo estatal es de 5,15 dólares la hora.

“La necesidad lo obliga a uno a aceptar, no queda de otra, pero a veces siento que gano menos aquí que en México”, lamenta este jornalero indocumentado que llegó hace cinco años al país.

Hernández quiere mudarse a California o Texas, donde el salario mínimo es más alto, pero no ha podido reunir el dinero para pagar el pasaje. Mientras tanto, vive en un trailer viejo con otros inmigrantes y por el que paga 80 dólares mensuales, que no dan derecho a luz ni agua.

Para aquellos migrantes que ya tienen un permiso de trabajo la situación económica no es tan diferente. Ana María Ávila vive hace casi dos décadas en Milwaukee, en el estado de Wisconsin, y su situación económica apenas supera por unos dólares a la de Tellez.

“Una vez me pusieron un ‘ticket’ (infracción de tránsito) de 500 dólares. En esos días sólo estaba trabajando para pagarle a la policía”, explica Avila.

Entre la renta de una casa de dos habitaciones, el pago de teléfono, el internet y el recibo de la luz que llega por 150 dólares, Ávila y su esposo gastan más de 1.100 dólares.

La inmigrante oriunda de Veracruz dice que deja de comprar frutas o una buena carne por mandarle a sus ancianos padres 200 dólares al mes a México.

Y olvídense de grandes dispendios. Ambos manejan carros antiguos. El de ella es de 2004 y el de Tellez es de 2001 y que cada vez que se le daña los ahorros se van.

“No quiero perderlo porque sino hay para la renta me quedo (a vivir) en el carro”, dice el inmigrante de 36 años.

Ir al salón de belleza es un lujo para ella. Tampoco sale de vacaciones, no conoce más allá de su ciudad y para hacer los regalos de Navidad ahorrar durante cuatro meses.

La última vez que fue a un restaurante de cadena pagó 50 dólares, y pensó que malgastó el dinero. “Eso es para los ricos”, asegura.

Pero lo que más le duele a la mexicana es que con su salario no puede ayudar a su hijo a pagar la universidad. El joven de 19 años trabaja para pagarse su ropa y tratar de ahorrar para sus estudios.

Por ello, Ávila hace parte de las campañas de la organización Voces de La Frontera que busca que Wisconsin apruebe un aumento hasta llegar a 15 dólares la hora, un aumento de 7,75 dólares con respecto al salario con el que ahora se rigen.

“Ese es mi sueño, al menos podría pagar salud, o las medicinas” afirma.

Y es que para muchos es casi imposible pensar en ir al médico. “Me tocó endeudarme para que me quitaran una muela porque costaba mucho arreglarla”, dice con resignación el salvadoreño.

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