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OPINIÓN: Dos visitas a la frontera

Solicitantes de asilo pasan su tiempo en un campamento donde viven cerca del puente interna
Solicitantes de asilo pasan su tiempo en un campamento donde viven cerca del puente internacional Gateway en Matamoros, México.
(Verónica G. Cárdenas)
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Por fin, hace unos días, la vicepresidenta Kamala Harris visitó la frontera México-Estados Unidos. Por diversas razones la visita era compleja y representaba para ella y su equipo un reto importante del que más o menos salió bien librada, pero el problema está lejos de resolverse.

La visita no respondió a una estrategia inserta en el encargo específico que le asignó el presidente Biden de atender el tema migratorio. Se trató de una reacción ante la ola de críticas por no haber visitado esa frontera, alimentadas por una muy mala respuesta en una entrevista, y sin darle a la frontera el sentido de urgencia que para muchos tiene. Fue a reparar el daño. Ese es el contexto y así debe ser analizada.

Tuvo varios aciertos precedidos por el retiro del cargo del jefe de la Patrulla Fronteriza, quien se había manifestado favorable a la línea dura y represiva de Donald Trump. En unas cuantas horas y en un lugar emblemático como El Paso, en la frontera texana, no solo se reunió con autoridades y funcionarios, también con abogados defensores de migrantes y organizaciones de la sociedad civil que en la práctica y ante las omisiones de los gobiernos estadounidense y mexicano, se han convertido en los verdaderos profesionales de la migración y se mostró particularmente humanitaria y sensible ante el drama que para muchos representa intentar migrar a Estados Unidos.

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Con estas actitudes la vicepresidenta contrastó muy favorablemente con las visitas que hacía Donald Trump en las que disfrutaba tomarse fotos con el muro de fondo. Por último y como conclusión natural de su visita, insistió en que la solución está en atacar las causas que originan la migración.

Creo que los asesores de Kamala Harris en esta materia no han entendido que no se trata de escoger entre atender la frontera o las causas de la migración. Hay que hacer las dos cosas. De otra forma caerá en la trampa que le tienden los republicanos y particularmente Donald Trump, según la cual es una cosa u otra. Para estos últimos, la solución estaría en el control rígido de la frontera y para la administración Biden en el modelo de desarrollo de los países de salida.

Teóricamente Biden tiene razón, si en los países de salida hubiera condiciones de desarrollo, buenos empleos, educación, servicios de salud y seguridad, sus habitantes no migrarían. Desafortunadamente, la práctica es otra y sobre todo tiene otros tiempos y ni con todos los recursos que para ello serían necesarios, los países de salida, incluido México, podrían generar en el mediano plazo, condiciones de arraigo. De hecho, más bien van en la dirección opuesta, y hoy sin un marco institucional elemental y la omnipresencia del crimen organizado no se ve cómo sin una intervención directa de Estados Unidos se puedan atacar las causas de la migración.

En el corto y mediano plazo, por lo menos lo que queda de la administración Biden, los migrantes centroamericanos y mexicanos buscarán irse a Estados Unidos y la frontera seguirá jugando un papel central, por eso hay que atenderla. No es fácil, sobre todo si se toma en cuenta que del lado mexicano todas las localidades fronterizas, en lo que toca a las actividades relacionadas con los flujos migratorios son gobernadas por organizaciones criminales ante la mirada casi complaciente del gobierno mexicano.

Por si algo faltara, el gobernador texano anunció un muro en la frontera con México y recibirá en los próximos días a Donald Trump. No se necesita mucha imaginación para saber lo que se dirá en esa visita. Se presentará como una frontera caótica, invadida, descontrolada. Se acusará a Biden de propiciarlo y de haber acabado con el control que Trump, de la mano de su amigo AMLO tenía sobre esta región. Lo malo es que un sector importante de la sociedad estadounidense lo cree.

Los republicanos siempre han acusado a los demócratas de no hacer lo suficiente contra el lado “ilegal” de la migración, por eso, como para demostrar que sí, Bill Clinton construyó muros y Obama se convirtió en el “deporter in chief” (deportador en jefe).

Este es un tema vivo, que se expresa de manera continua, que polariza como pocos a los electores estadounidenses y que sin duda irá subiendo de tono. Es una lástima porque esa tendencia nos aleja de las verdaderas soluciones. Condiciones de desarrollo en los países de salida, una frontera próspera y ordenada y la regularización de más de 11 millones de indocumentados que día con día contribuyen al desarrollo y sostenibilidad de Estados Unidos.

* Jorge Santibáñez es presidente de Mexa Institute

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