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Clínicas comunitarias atienden a 1 de cada 11 estadounidenses. Son una red de seguridad bajo presión

Enfermeras trabajan en el centro de salud El Nuevo San Juan, en el barrio del Bronx, en Nueva York,
Enfermeras trabajan en el centro de salud El Nuevo San Juan, en el barrio del Bronx, en Nueva York, el jueves 11 de enero de 2024.
(Eduardo Munoz Alvarez / Associated Press)
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Elisa Reyes lleva más de una década acudiendo al Centro de Salud Familiar Plaza del Sol para sus citas médicas. Aunque se mudó lejos hace tiempo, esta mujer de 33 años sigue regresando, aunque tenga que hacer un viaje de ida y vuelta de dos horas en autobús.

Eso es porque el doctor que la atiende a ella, también atiende a sus dos hijos. Porque cuando está enferma puede acudir sin cita previa. Porque el personal de esa clínica de Queens la ayudó a solicitar el seguro médico y los cupones para alimentos.

“Me siento como en casa. También hablan mi idioma”, dijo Reyes en español. “Me siento cómoda”.

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Plaza del Sol es uno de una veintena de establecimientos operados por Urban Health Plan Inc., uno de los cerca de 1.400 centros de salud comunitarios designados a nivel federal. Uno de cada 11 estadounidenses recurre a ellos para sus cuidados médicos rutinarios, servicios sociales y, en algunos casos, alimentos frescos.

Las clínicas funcionan como una red de seguridad imprescindible en cada estado y territorio de Estados Unidos para personas de ingresos bajos de todas las edades. Sin embargo, es una red de seguridad que se encuentra bajo presión.

Los centros de salud comunitarios han registrado desde 2012 un incremento del 45% en el número de personas que buscan atención médica, y han abierto cada vez más lugares para ofrecer sus servicios y ampliar su cobertura a más de 15.000 localidades.

Muchas clínicas no cuentan con personal suficiente y pasan apuros para engrosar sus filas con médicos, profesionales de salud mental, enfermeras y dentistas. Los responsables también explicaron a The Associated Press que el tema del financiamiento es una preocupación constante, ya que el debate sobre el presupuesto federal, que ya lleva meses, les dificulta planear y contratar a empleados a largo plazo.

Pese a ello, las clínicas están intentando mejorar la salud de sus comunidades y el acceso a la atención primaria frente a desigualdades que empiezan mucho antes de que un paciente entre en un consultorio.

Haciendo frente a las desigualdades de salud

Los centros de salud comunitarios han existido, de alguna forma, durante décadas, y son en gran medida lo que queda para atender a una comunidad cuando los hospitales urbanos y rurales cierran o reducen sus servicios.

El doctor Matthew Kusher, director clínico de Plaza del Sol, dice que hay cosas que las recetas no pueden cambiar, como detener la propagación de la gripe y del COVID-19 cuando la gente vive en apartamentos con una familia por habitación y es imposible ponerla en cuarentena.

“Lo que proporcionamos aquí es sólo el 20% de lo que se destina a la salud de alguien”, indicó Kusher. “Su salud depende más de otros factores, más de la pobreza y de la falta de acceso a alimentos, agua limpia o aire sano”.

Nueve de cada 10 pacientes de los centros de salud viven en el 200% o por debajo del umbral federal de pobreza, según la Administración de Recursos y Servicios de Salud de Estados Unidos. Además:

— En 2022, casi 1,4 millones de pacientes de centros de salud eran personas sin vivienda.

— Uno de cada cinco no tenía seguro.

— La mitad estaba afiliado a Medicaid.

— Uno de cada cuatro era atendido mejor en un idioma distinto del inglés; alrededor del 63% eran minorías raciales o étnicas de Estados Unidos.

“Nos enfrentamos a estas disparidades de lleno en las comunidades que más lo necesitan”, afirmó el doctor Kyu Rhee, presidente de la Asociación Nacional de Centros de Salud Comunitarios. “Contamos con una plantilla que trabaja sin descanso, con diligencia y que es resiliente y diversa, que representa a las personas a las que sirve. Y esa confianza es esencial”.

Yelisa Sierra, encargada de los casos de especialidad médica de Plaza del Sol, dice que con frecuencia escucha preguntas de personas que necesitan ropa, comida o refugio. Últimamente, la clínica atiende a muchos migrantes recién llegados. Le gustaría tener una respuesta mejor a la pregunta que más escucha: ¿Dónde pueden encontrar trabajo?

“No es sólo una necesidad médica, es emocional”, dice Sierra, sentada en un estrecho consultorio junto a la bulliciosa sala de espera. “Necesitan a una persona que les escuche. A veces, es sólo eso”.

Hace 50 años, la doctora Acklema Mohammad empezó como asistente médica en la primera clínica de Urban Health Plan, el Centro de Salud San Juan. Ha atendido a algunas familias a lo largo de tres generaciones.

“Es muy gratificante trabajar en esta comunidad. Entro por la puerta, o camino por la calle, y recibo abrazos”, dijo. “Todo el tiempo: ‘¡Oh doctora Mo! Sigues aquí’”.

El personal es la mayor preocupación de Mohammad. Muchos pediatras se jubilaron o buscaron otros trabajos tras lo peor de la pandemia. Tampoco se trata sólo de dinero: Dice que los solicitantes de empleo le dicen que quieren calidad de vida y flexibilidad, sin fines de semana ni horarios largos.

“Es un trabajo demandante y un gran problema porque tenemos muchos niños enfermos y muchos pacientes enfermos”, señaló Mohammad, “pero no tenemos suficientes profesionales para atenderlos”.

Los antiguos pediatras a veces se dedican a las visitas virtuales para aliviar la carga, dijo, y eso también ayuda.

Cuando los pacientes no pueden recurrir a la asistencia sanitaria a distancia, el Centro de Salud El Nuevo San Juan intenta llevarles la asistencia a domicilio. Alrededor de 150 ancianos reciben visitas a domicilio, indicó el doctor Manuel Vázquez, vicepresidente de asuntos médicos de Urban Health Plan, que supervisa el programa de salud a domicilio.

Hay veces en que la visita a domicilio no está cubierta, pero el equipo la hace de todos modos, sin cobrar.

“Dijimos: ‘No. Tenemos que hacerlo’”, afirmó.

Construyendo lazos de confianza en la comunidad

Uno de los primeros centros de salud comunitarios del país abrió sus puertas en el delta rural del Mississippi en 1967, a raíz del “Verano de la Libertad” del Movimiento por los Derechos Civiles.

En la actualidad, el Delta Health Center de Mound Bayou, Mississippi, cuenta con 17 centros de salud en cinco condados, incluidas clínicas independientes y algunas en escuelas.

El personal enfrenta retos que han existido durante generaciones, como el hambre y el transporte limitado. Hay clases de cocina y verduras del huerto comunitario. En la cercana Leland hay una clínica en un pueblo de menos de 4.000 habitantes, que abre los sábados, porque mucha gente no tiene coche para hacer el trayecto de 15 minutos por autopista hasta Greenville, la pequeña ciudad más cercana, y no hay transporte público.

Este tipo de acceso a la atención sanitaria preventiva es fundamental, ya que los hospitales de la zona están reduciendo los servicios de neonatología y otros cuidados especializados, según Temika Simmons, directora de asuntos públicos del Delta Health Center.

“Si sufres un ataque al corazón, tendrás que ser trasladado en helicóptero a Jackson o Memphis, donde disponen del equipo necesario para salvarte la vida, por lo que podrías morir por el camino”, explicó.

Otra cuestión clave de la capacidad de los centros para mejorar las disparidades en materia de salud es comprender a sus comunidades y formar parte de ellas.

Plaza del Sol está situado en el barrio de Corona, de gran densidad de población migrante y mayoritariamente latina, que fue el epicentro de la propagación del COVID-19 en Nueva York. El personal tiene la obligación de hablar español. Acuden regularmente a una iglesia local para organizar campañas de vacunación que llegan a cientos de personas. La directora del centro, Angélica Flores-DaSilva, dice que un director de la comunidad la llama directamente para pedirle ayuda para vacunar a los niños y evitar que sean retirados de la escuela.

En Mississippi, los trabajadores están formados para detectar signos de maltrato, o saber que el paciente que “se queja y pelea” por rellenar un formulario probablemente no sabe leer. Reparten ropa, comida y otras ayudas como si se las ofrecieran a todo el mundo.

“La gente oculta muy bien sus circunstancias”, afirma Simmons. “Ocultan bien el analfabetismo, ocultan bien la pobreza y ocultan muy bien los malos tratos. Saben exactamente qué decir”.

Para seguir atendiendo a las comunidades de la forma que desean, los responsables del centro afirman que exprimen cada centavo, pero necesitan más dinero.

Teniendo en cuenta el aumento del número de pacientes y la inflación en el sector salud, la financiación federal de los centros tendría que incrementarse en 2.100 millones de dólares para igualar los niveles de financiación de 2015, según un análisis patrocinado por la Asociación Nacional de Centros de Salud Comunitarios.

“No puedes agobiarte con el problema”, comentó Simmons. “Simplemente hay que tomárselo día a día, paciente a paciente”.

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