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Apoyo a la playmate y a la estrella porno, pero en los escándalos sexuales de Trump no hay ‘víctimas’

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Le creo a Stormy Daniels.

La actriz y directora de cine adulto, de 39 años le dijo a Anderson Cooper, en el programa “60 Minutes”, que le dio una bofetada en broma a Donald Trump con una revista Forbes, que tuvo relaciones sexuales con él una vez y que luego prolongó sus encuentros con la esperanza de que le consiguiera una participación en “The Apprentice”.

Daniels consiguió algo de dinero por hacer silencio, no lo hizo, y ahora Trump intenta arruinarla en materia financiera.

También le creo a Karen McDougal.

En el transcurso de una relación de 10 meses con Trump, la exconejita y modelo de fitness, de 47 años de edad, le dijo a Cooper en CNN la semana pasada que tuvo mucho sexo con quien era por entonces el futuro presidente, un hombre casado cuya tercera esposa había tenido recientemente un bebé (también declaró que se enamoró de él, pero que luego recapacitó y terminó con la relación. McDougal reconoció que sintió una “pequeña puñalada” en el corazón cuando él le mostró el dormitorio privado de Melania, durante una visita a su apartamento en Trump Tower.)

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Al igual que Daniels, McDougal intentó vender su historia, pero en cambio terminó con dinero a cambio de su silencio. Ahora afirma que la manipularon para que renuncie a su derecho a hablar de la descabellada aventura.

Cuando se trata de nuestro presidente y de las historias sobre su libido, creo que hablo en nombre de muchos estadounidenses si digo que el asco es graaaaande. Trump, de 71 años, supuestamente profirió su máximo cumplido a cada una de ellas: Me recuerdas a mi hija.

Agregar dinero a la mezcla hace que todo sea más repugnante. “Después de haber tenido intimidad, intentó pagarme”, le dijo McDougal a Cooper. “Y realmente no supe cómo tomarlo… Pensé: ‘¿Cree que estoy en esto por dinero, o por qué estoy aquí esta noche?’”.

Daniels declaró a la revista InTouch que ella no se sintió atraída por Trump y que no quería tener sexo con él, pero que lo hizo de todos modos. “Recuerdo que mientras teníamos relaciones sexuales, yo pensaba: ‘Por favor, no intentes pagarme’. Pero apuesto a que si lo hubiera hecho, hubiese sido mucho… Aún así, no tengo idea de por qué lo hice. Honestamente, no lo sé”.

Yo sí lo sé: lo debe haber considerado una inversión. Todo es tan complicado…

Ni la conejita ni la estrella porno buscaban compensación por tener sexo con Trump, pero cada una estuvo dispuesta a aceptar dinero -del abogado de Trump, en el caso de Daniels, y de la empresa matriz del National Enquirer en el caso de McDougal- para no hablar de lo ocurrido.

Más tarde, los examigos de cada una comenzaron a filtrar información en las redes sociales, y ambas decidieron que debían salir y hacer frente a las historias que se contaban. Así las cosas, ahora presentaron demandas para anular los contratos que les impidieron hablar libremente acerca de tener relaciones sexuales con Trump, a pesar de haber acordado no revelar detalles. Trump demandó a Daniels por romper su silencio. Daniels presentó un pleito contra el abogado de Trump, Michael Cohen, por difamación.

Honestamente, todo lo que Trump toca -y a todos los que toca- son mancillados por ese contacto.

¿Hay alguien que no crea que McDougal y Daniels dicen la verdad? Los pagos fueron sórdidos, seguro, y si resulta que -tal como algunos expertos legales han sugerido- hubo incumplimientos de las normas de financiación de campaña, alguien podría resultar penalizado con una multa. ¡Gran cosa!

No se trata de un escándalo al estilo John Edwards.

Edwards, como muchos recordarán, fue acusado de desviar ilegalmente más de un millón en dinero de la campaña para mantener a su amante secreta y su hijo extramatrimonial, cuando se postuló a la presidencia, en 2008, mientras su esposa, de 35 años de edad, estaba muriendo de cáncer.

Edwards enfrentó hasta 30 años de prisión y terminó deshonrado, pero no fue condenado por nada. Un jurado lo absolvió de un cargo, y se declaró la nulidad de los demás. Los fiscales optaron por no volver a juzgarlo (dato curioso: la primicia sobre el escándalo de Edwards la publicó el National Enquirer, dirigido por David Pecker, el mismo amigo de Trump que conspiró para proteger a este último del escándalo sexual al comprar los derechos de la historia de McDougal, para luego negarse a publicarla. Siempre viene bien tener amigos en lugares bajos).

Daniels afirma que, en 2011, fue amenazada por un matón anónimo quien le dijo que no hablara sobre Trump. Eso es inquietante, pero han pasado muchos años desde entonces y ella parece encontrarse bien. Más que bien; se la ve floreciente incluso. La mujer le dijo a Cooper que le habían ofrecido más dinero que nunca antes por hacer las mismas cosas que siempre ha hecho. Bien por ella.

McDougal, quien reconoció que estuvo enamorada de Trump, que él la amaba y que en ese entonces pensó que su aventura podía terminar en matrimonio, dice ahora que quiere recuperar el control de su propia historia y que está -comprensiblemente- enojada por la manipulación de Pecker, el amigo del actual presidente. Ella ha vuelto a su fe, le dijo a Cooper, y está trabajando “en el ministerio”.

Aprecio el espíritu de estas dos mujeres, que han decidido que la honestidad es mejor que el silencio, y que se han arriesgado a la difamación y a un posible riesgo financiero para poner de relieve la importancia de no ser silenciadas o intimidadas por el poder o el dinero de Trump.

Por supuesto, también puede haber algo de efectivo involucrado en todo esto. Sin embargo, no se las puede criticar por eso. Ganar dinero con un escándalo sexual es tan americano como, bueno, Playboy y la pornografía.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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