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Había sido un día muy ocupado para el forense de Las Vegas; poco después comenzó el tiroteo que cambiaría su vida

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El forense se quitó lentamente los zapatos, al igual que hizo la mayoría de las mañanas durante el último año, y se sentó en el suelo de la pequeña habitación.

Con las piernas cruzadas y las palmas levantadas, cerró los ojos. La relajante música de cítaras indias sonaba suavemente mientras Elizabeth Scherwenka le pedía que se concentrara en su respiración: ‘Inhala. Pausa. Exhala. Pausa. Más profundo’.

Toma ocho respiraciones y sé consciente de todas, instruyó. Scherwenka le dijo que notara su estado interno como una bola dorada de luz.

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Su pecho subía y bajaba debajo de su camisa azul, uniforme del forense del condado de Clark. John Fudenberg sintió que el mundo se ralentizaba, y lo alejaba de ese primer día de octubre cuando su corazón, mente y cuerpo corrieron en medio de la locura.

Nadie sabía que el 1 de octubre sería el día en que Stephen Paddock apuntaría desde su suite, en el piso 32 del Mandalay Bay Hotel and Casino, y haría estragos en el festival de música country Route 91 Harvest, con cientos de disparos de rifles semiautomáticos. Paddock mató a 58 personas, el peor tiroteo de masas en la historia moderna de Estados Unidos.

Ese domingo había sido un poco más ocupado de lo normal, con 14 cuerpos en la oficina del forense. Se habían registrado dos suicidios; cuatro sobredosis de drogas y algunos accidentes de vehículos, incluido uno en el que habían muerto tres niños.

Pero ahora era más tarde en la noche y él estaba en el asiento trasero de un Uber junto con su amigo, Jason Cheney. Los dos volvían a sus casas después de ver un juego de hockey de pretemporada de los Vegas Golden Knights. Su teléfono sonó; era un investigador de su oficina.

Fudenberg escuchó los disparos a través de su celular; sonidos de explosiones que no puede olvidar. Su protocolo ha sido siempre presentarse en cualquier escena donde haya dos o más muertos. El investigador le dijo que había al menos 20. Tal vez más.

Cheney vio cómo su amigo absorbía las noticias. Su cara cobró una expresión que nunca había visto. “El cambio en él fue instantáneo”, dijo Cheney. “Estábamos hablando y bromeando y, de repente, todo desapareció”.

Fudenberg fue dejado en el destino primero por el conductor. Cheney no lo volvió a ver hasta que salió en la televisión, dando actualizaciones sobre los fallecidos. Pasarían dos semanas más antes de que volviera a ver a su amigo en persona. Durante esa cena, Cheney notó algunas grietas: el veterano forense lloraba; no sería la última vez.

Fudenberg, de 49 años, es de Minnesota y su equipo es muy consciente de su personalidad “agradable”. Tiene el acento del Medio Oeste, que ha cedido solo ligeramente a pesar de llevar casi tres décadas en Nevada. Es conocido por traer donas o bagels para el personal el primer día hábil del mes. Escribe a mano tarjetas de cumpleaños y aniversario para su personal, de alrededor de 70 empleados.

Nicole Charlton, asistente administrativa, relató durante las reuniones de la mañana que si un miembro del personal cumple años, él los lidera en el canto. “Somos muy unidos”, afirmó.

Por eso no era raro que Charlton manejara de repente a su casa esa noche. Él le había pedido que lo recogiera de inmediato y lo llevara al Strip de Las Vegas. Sabía que iba a ser una noche larga y canceló una cirugía programada para la mañana siguiente.

Mientras lo conducía a la zona, él habló por teléfono todo el viaje. Ello ocurriría por días; semanas, incluso. Era algo constante mientras los funcionarios electos presionaban a su equipo para que proporcionara actualizaciones sobre las víctimas y diera respuestas sobre Paddock. Fudenberg incluso recibió una llamada de la Casa Blanca, aunque no recuerda quién fue.

Al llegar a un sitio cercado, el sheriff adjunto del condado de Clark, Kevin McMahill, hizo los arreglos para llevar a Fudenberg al lugar del festival, frente al Mandalay Bay. McMahill recordó que soplaba el viento. También recordó cómo se veía y cómo sonaba en el campo abierto. Solo unas horas antes, eso había sido un concierto divertido.

“Era una escena surrealista y la más espeluznante en la que he estado”, relató. “Había teléfonos celulares de víctimas sonando, las luces parpadeaban. Era como si 22,000 personas hubieran dejado todo y huyeran”.

McMahill conoce a Fudenberg desde la década de 1990, cuando era jefe de policía de la ciudad de Las Vegas. En los tres años desde que Fudenberg es forense, McMahill ha trabajado con él en decenas de ocasiones. Nada como esa vez, sin embargo. La mayor cantidad de decesos que su oficina había tenido que enfrentar había sido en 2009, cuando siete ciudadanos chinos murieron camino al Gran Cañón.

Fudenberg caminó por el recinto del concierto; Charlton estaba a su lado. El viento hacía volar los vasos de plástico que lo golpeaban en sus canillas. Todavía había alimentos cocinándose en las parrillas. Su equipo configuró una computadora portátil y se puso a trabajar.

A las 3 a.m., empezaron a llegar camiones térmicos para trasladar a las víctimas a la oficina del forense. Tomó 12 horas retirar todos los cuerpos.

El día después del tiroteo, se reanudó el volumen normal de casos en Las Vegas. Nueve personas murieron por diversas causas, incluyendo un par de sobredosis, dos suicidios y un accidente automovilístico. Pero el tiroteo en el Strip absorbía toda la atención en la oficina del forense.

Se programaban reuniones. Se estableció una ubicación centralizada para amigos y familiares que intentaban averiguar si una persona estaba muerta o no. Fudenberg ahora vibraba de adrenalina. Había puesto un catre en su oficina, pero realmente no había dormido.

Al otro lado del país, el médico forense del condado de Orange, Joshua Stephany, había seguido las noticias desde su oficina en Orlando, Florida. Hacía poco más de un año, su oficina había enfrentado las 49 personas asesinadas a tiros en Pulse Nightclub -en ese momento, la mayor cantidad de bajas en un tiroteo de masas en la historia moderna del país-.

Stephany quería apoyar a Fudenberg, y le envió un correo electrónico. Recordó lo abrumador que había sido todo después de Pulse. Sabía que Fudenberg no tendría tiempo para atender una llamada.

“No muchos de nosotros hemos pasado por esto”, dijo Stephany. “Quería apoyar a John, por si tenía alguna pregunta o si simplemente necesitaba hablar. Solo quería hacerle saber que contaba conmigo”.

En la oficina forense, donde los médicos examinaban las heridas de bala y trataban de identificar a las víctimas, se estaban quedando sin espacio. Había tantos cuerpos que era necesario usar una segunda zona de almacenamiento. El cuerpo de Paddock se mantuvo separado de las víctimas. Es un protocolo estándar mantener a un sospechoso alejado, por respeto a los fallecidos. “Me aseguré absolutamente de que hiciéramos eso con él”, remarcó Fudenberg.

Fudenberg sabía que determinar la causa de la muerte para los 58 no sería complicado. Cuando la oficina forense publicó los informes de las autopsias, tres meses después, era como sospechaba: todos habían muerto por heridas de bala. La parte difícil, lo sabía, sería decirle a los parientes.

Él habló con su personal sobre el proceso. Habría equipos que se encargarían de notificar a los parientes, muchos de los cuales habían comenzado a llegar a Las Vegas, desesperados por recibir noticias. Estaban reunidos en el centro de convenciones donde se había establecido el Centro de Asistencia Familiar.

Fudenberg le pidió a su personal que fueran cuidadosos de cómo hablaban con las familias. “Cada una de esas notificaciones consistía en entre cinco y diez parientes, que entraban a un espacio y oían la peor noticia de su vida”, expuso el forense. “El personal hacía una o dos notificaciones por turno. Eso era suficiente. Cuando se hacen cuatro o cinco por hora, durante varias horas, puedes imaginar lo emocionalmente exigente que es eso”.

Mary Jo Von Tillow recordó haber escuchado las noticias sobre su esposo, Kurt Von Tillow. Era un hombre que, literalmente, vestía su patriotismo, usaba ropa con diseños de la bandera estadounidense y se emocionaba mientras cantaba el himno nacional. “Era tan patriótico y amaba tanto a este país”, expresó ella.

Sabía que su marido era uno de los que habían sido asesinados. Su mayor miedo era no saber dónde estaba su cuerpo. “No quería que estuviera tendido allí, al sol, solo”, relató. “Entonces el forense nos dijo: ‘No, los tenemos a todos aquí. Están todos aquí’. Fue muy reconfortante, extrañamente”.

Las notificaciones fueron agotadoras. Fudenberg hizo varias por su cuenta. Una era una gran familia; alrededor de 10 parientes.

Él comenzó a darles la noticia; palabras que nunca podrían ser retractadas, que los perseguirían para siempre. Y empezó a sentir las lágrimas; pesadez en el pecho. Fudenberg apeló a sus años de entrenamiento profesional para tratar de ocultar todo eso. Luego escuchó a la niña: “No, no. Mami”. La pequeña lloraba incontrolablemente.

Paul Fudenberg estaba viendo las secuelas del tiroteo por televisión, desde su casa en Minneapolis. Llamó a su hermano después de la tragedia, pero no lo vio hasta dos semanas más tarde, cuando John voló a Minnesota, en su primer día fuera del trabajo desde la tragedia.

Fue un funeral de una amiga cercana de la preparatoria, que había muerto de cáncer de mama. Fue un viaje rápido, de dos días. Todavía quedaba mucho trabajo por hacer en Las Vegas. Su teléfono seguía zumbando constantemente.

“No fue fácil”, contó Paul. “Pero también le dio la oportunidad de estar con algunos amigos”.

La meditación ha ayudado a John en los últimos 12 meses, confesó, junto con el apoyo de su hija adolescente y su exesposa. La meditación, sin embargo, fue una experiencia nueva, y el forense admite el escepticismo que sintió al principio. Ahora, la practica tres o cuatro veces a la semana.

La práctica tranquiliza su mente. Él no puede olvidar esa noche, y los siguientes días y semanas. Sigue siendo el forense que supervisó las identificaciones y notificaciones después del tiroteo de masas más grande en la historia moderna de Estados Unidos. Sufrió la pérdida de personal, empleados demasiado agotados emocionalmente por la experiencia. Los medios de comunicación lo demandaron para que diera a conocer los informes de las autopsias. La oficina se bloqueó por seguridad el día después del tiroteo, y desde entonces mantiene rigurosas medidas. “No hay un día que pase que no implique el tiroteo de alguna manera”.

Y hay otro recordatorio. Es pequeño y simple; está recortado al costado de su computadora. Una hoja de papel rosa, de un momento que todavía puede recordar como si fuera ayer. Está escrito en bolígrafo: 4 de octubre, 9:34 p.m. TODOS IDENTIFICADOS. TODOS NOTIFICADOS.

Fudenberg lo lee en voz alta en su oficina. Luego hay silencio por un momento, y exhala.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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