La Orquesta Filarmónica de Jalisco debutó en L.A. con una propuesta tan clásica como mexicana
Los Ángeles — Pese a que tiene 102 años de carrera y a que es considerada como una de las mejores en su rubro dentro de toda América Latina, la Orquesta Filarmónica de Jalisco no había actuado nunca en la ciudad de Los Ángeles. Pero esa deuda se resolvió durante la noche del jueves pasado con una exitosa presentación en el Auditorio Bovard de la USC que, además de estar completamente lleno, sirvió para comprobar el excelente nivel de todos sus integrantes.
Y eso incluye no solo a sus incontables instrumentistas, sino también a su director Marco Parisotto, un canadiense de raíces italianas que se puso al mando de la agrupación en el 2014 y que, según los entendidos, ha logrado que esta vea extendida su popularidad en lugares del mundo hasta ahora insospechados. Las interpretaciones que hace corresponden esencialmente al repertorio de la música clásica, claro, pero con una fuerte inclinación hacia las piezas de influencia mexicana, aunque no necesariamente creadas en la nación azteca.
De ese modo, el recital se abrió con “El Salón México”, una composición sinfónica de los años ‘30 cuyo autor es Aaron Copland, y que se inspiró en los frecuentes viajes al D.F. del célebre compositor neoyorquino; y la segunda propuesta fue “Mariachitlán”, una pieza orquestal nueva desarrollada por Juan Pablo Contreras, un inmigrante jalisciense radicado en el Sur de California que subió al escenario antes de la presentación para contar que esta obra trata de reproducir la sensación que se tiene al recorrer una plaza de mariachis, con los conjuntos musicales compitiendo entre sí y las interrupciones naturales provocadas por los automovilistas.
Su descripción no pudo ser más adecuada, porque la vibrante y originalísima pieza, que resulta intencionalmente caótica en momentos puntuales, combinaba agradables melodías de tinte folklórico con sonidos que imitaban el tráfico de una ciudad y hasta el silbato de un policía que, por más que lo intentaba, no lograba acabar con la fiesta.
Por su parte, el “Danzón núm. 2” del sonorense Arturo Márquez contó con el ritmo de percusión de este estilo tropical, mientras le daba oportunidad de lucimiento a la estupenda violinista venezolana Angélica Olivo y pasaba de la tranquilidad más placentera a instantes mucho más intensos.
Ya en esos momentos, se notaba que muchos de los asistentes ignoraban las reglas no escritas de esta clase de presentaciones, porque aplaudían donde no debían y registraban de manera continua lo que pasaba con sus celulares, aunque en vista del ambiente que existía, todo esto resultaba más divertido que incómodo.
La segunda parte, que se dio tras un breve intermedio, fue mucho más prolongada y contundente, incluso cuando se considera que su segundo segmento estuvo dedicado a “Catfish Row”, una suite del célebre compositor estadounidense George Gershwin que no tiene nada que ver con lo mexicano, pero que le permitió a esta filarmónica dar cuenta de su versatilidad y de su destreza para hacer también arreglos tipo Broadway.
Sin embargo, antes de eso, le tocó el turno a “Redes”, una extraordinaria suite del connotado autor duranguense Silvestre Revueltas que se centra en el mundo de la pesca artesanal y que, además de retratar con alegres aires campiranos la satisfacción de un buen día de labores, destacó por su potente y conmovedora reconstrucción musical de la furia del mar y el modo en que este le arrebata la vida a algunos de los que se aventuran en sus profundidades. La intensidad al final fue tanta que Parisotto, un conductor realmente enérgico que en cierto momento parecía estar azotando el aire con su batuta, terminó empapado en sudor.
Pero después de Gershwin, quedaba todavía algo pendiente con la audiencia, evidentemente mexicana en su mayoría; y aunque el programa se había cumplido, la orquesta decidió complacer a los presentes con dos agregados inesperados: una festiva interpretación de la emblemática ranchera “Guadalajara” que la multitud agradeció de pie, y un huapango que no reconocimos, pero que nos llevó a entender que la buena música tradicional puede sonar espectacularmente cuando es tocada con maestría. Y no, no hubo versión alguna de “Despacito”, gracias a Dios.
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