Roco, de La Maldita, habla de sus múltiples conexiones con la cultura mexicoamericana, del presente y del futuro de la banda y de las acusaciones hechas por la viuda de ‘Sax’
Este jueves, Maldita Vecindad y Los Hijos del Quinto Patio (que muchos llaman simplemente La Maldita) regresa a Los Ángeles para ofrecer un concierto de carácter particularmente íntimo en el Novo de LA Live, un recinto que resulta probablemente pequeño para el gran nivel de convocatoria que tiene por aquí, pero que le servirá a la banda para tantear las aguas en esta parte del mundo y en este momento específico.
Y es que se trata de una agrupación que goza de mucha popularidad entre los angelinos -en consonancia con el papel estelar que ha jugado dentro del movimiento del Rock en Español-, pero que no había podido presentarse en nuestras costas por más de tres años debido a la pandemia del Covid-19, como nos lo recordó su vocalista Roco Pachucote durante una entrevista por Zoom cuya versión en video se puede ver más abajo.
“Estamos muy emocionados de regresar a Los Ángeles y consideramos que esta es una presentación importante en el sentido de reencontrarnos con la gran comunidad cultural que hemos ido construyendo con muchos otros grupos, a través de este gran movimiento que es ya reconocido y valorado internacionalmente, es decir, el del rock generado por las comunidades mexicanas o latinoamericanas en Estados Unidos”, fue lo primero que nos dijo el apasionado cantante.
“Cada vez que vamos a tocar allá es como visitar a nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestra tribu, y esto va a ser incluso más intenso después de los tiempos tan difíciles que hemos vivido como Humanidad, de encierro, de soledad y de distanciamiento físico”, agregó. “A la vez, estábamos bombardeados constantemente por miedos, incertidumbres, duelos y pérdidas, y se hizo más evidente que nunca lo profundamente enfermas que están nuestras sociedades, cargadas de individualismo, soledad, consumismo y desconexión con la Naturaleza. La música y la cultura son la cura perfecta para estas enfermedades”.
Roco, sé que el grupo hizo al menos un concierto virtual durante la cuarentena, pero me imagino que las cosas no fueron fáciles para ustedes en ese periodo.
Hicimos dos canciones a la distancia, con amigos invitados, y un concierto en ‘streaming’. Una de esas canciones fue una versión actualizada de “Chacahua”, que es un homenaje a la presencia africana en México, especialmente en este pequeño pueblo de pescadores de Oaxaca; la otra fue un homenaje a [el legendario cantante, compositor y pianista cubano] Bola de Nieve.
Yo, en particular, estuve en total aislamiento durante los primeros cinco meses de la pandemia, pero después de eso, me empezaron a llamar amigos de foros culturales que tienen una gran historia en la escena mexicana independiente y que se encontraban a punto de cerrar, y comencé a presentarme ahí con muy poco público, solo con un DJ al lado. Hice prácticamente una gira completa en diferentes lados con ese formato.
Se generó un movimiento muy interesante de conciertos al aire libre, cerca de la Naturaleza, que eran muy limitados a nivel de capacidad, pero que estaban muy enfocados en valorar la cultura y el sentido comunitario en tiempos difíciles.
Una vez que se reanudaron las actividades presenciales, La Maldita regresó con todo, porque sé que han estado ofreciendo muchísimos shows, incluyendo uno gratuito en el Zócalo de Ciudad de México y al menos dos relacionados al Día de los Muertos. Necesitaban realmente esa conexión humana.
Necesitamos más actividades que propicien esto, y la música es la mejor manera de que podamos seguir siendo individuos únicos e irrepetibles que comparten al mismo tiempo una intención. En marzo, cerramos el Vive Latino, que fue el primer festival que se abrió en México; tocamos en el Zócalo ante más de 160 mil personas; y después, como comentas, honramos a nuestros ancestros.
¿Fue la primera vez que estuvieron en el Zócalo?
No; somos el grupo que más se ha presentado ahí. El Zócalo no estaba contemplado como un espacio para la música. La primera vez que se hizo fue en el 2000, cuando, junto a un grupo de estudiantes y activistas de comunidades indígenas, organizamos un festival autónomo llamado “Echa una mano por la paz”, que se daba en apoyo al levantamiento zapatista. Prácticamente tomamos el lugar. Llegaron cerca de 40 mil personas, y a partir de ahí, seguimos haciendo conciertos en apoyo a estas comunidades, cada vez con más público.
Finalmente, la Secretaría de Cultura de la ciudad vio el poder inmenso que tenía hacer algo así en un lugar como ese y retomó la idea. En el 2006, invitamos incluso a dos bandas chicanas, Blues Experiment y Aztlan Underground.
Pese a que ustedes son un grupo capitalino, la relación con la cultura mexicoamericana ha estado siempre presente en lo que hacen, empezando por la adopción de la estética del pachuco.
La primera vez que fuimos a Estados Unidos fue en 1991, con motivo del Cinco de Mayo en San Francisco, invitados por MEChA [Movimiento Estudiantil Chicano de Aztlán]. Aquí en México, todo el mundo estaba copiando ya los géneros del rock y cantando en inglés, porque había una penetración muy fuerte de la cultura norteamericana, por lo que quedamos muy sorprendidos al llegar a Mission y encontrarnos con sus murales, su Galería de la Raza y la conexión tan fuerte que tenían con la raíz ancestral mexicana.
A partir de ahí, empezamos a establecer un contacto muy cercano con bandas de California y de Chicago que eligieron cantar en español pese a ser de allá y que empezaron a desarrollarse en los años siguientes, aunque, al comienzo, lo que conocimos eran bandas chicanas como Aztlan Underground, Quinto Sol, Ollín, Quetzal y Ozomatli. Al invitarlas a abrir nuestros conciertos, convocábamos a una audiencia muy diversa en la que había también presencia afroamericana, lo que generaba espacios para la convivencia de comunidades distintas.
Después de pasar casi dos décadas en el Sur de California, Enrique Lopetegui se mudó a San Antonio, Texas, en el 2004, y trabaja ahí como intérprete de corte.
Creo que somos la única banda que ha tendido continuamente esos puentes entre el Rock en Español y el rock chicano, y yo lo he hecho también de manera individual, como pasó con el maravilloso disco que produjo el gran activista pachuco y ‘beboper’ Rubén Guevara “Funkahuatl”, dedicado a colaboraciones entre artistas mexicoamericanos y mexicanos. Hice allí una canción con Slowrider, Rubén y Olmeca, y otra con Luis Güereña -de Tijuana No!- y Aztlan Underground.
He visto videos de presentaciones recientes de La Maldita, y se te ve todavía sumamente activo en el escenario, con los bailes constantes que te distinguieron siempre, aunque no sé si sigues dando los saltos impresionantes del pasado. Eres fumador y ya no eres un jovencito. ¿Cuál es el secreto para mantenerse así?
Yo me siento como siempre, con muchísima madurez, pero igual que antes en lo físico y en lo que tiene que ver con la energía del baile, que ha sido para mí desde el principio una forma directa de comunicación. Cada vez que empezamos un concierto, lo hacemos con un saludo a las Siete Direcciones, y a partir de ese momento, todo lo que sucede es lo que el gran misterio quiere compartir a través de nosotros.
Hace más de 15 años, dejé la Ciudad de México, que fue donde crecí, para irme a vivir a Tepoztlan, un pueblito a una hora de la capital donde no había semáforos, en el que se mantenía el ciclo ceremonial basado en la siembra del maíz y que estaba muy conectado con esa Naturaleza que yo no veía prácticamente en la ciudad. Fue un cambio total de vida que tuvo que ver incluso con la alimentación y que me llevó a vivir ante los cerros sagrados teniendo mi propio huerto, lo que resultó muy importante cuando se produjo la pandemia. Ahora estoy en Cuernavaca.
Tengo 57 años, llevo más de 37 haciendo música y, desde el día que empecé hasta ahora, cada vez que ofrezco una presentación, doy todo en el escenario. Los brincos y los bailes siguen sucediendo, y estoy muy agradecido con ello, ya que no tengo una respuesta clara de porqué es así. Lo que sí dejé de hacer hace como cinco años es aventarme a la gente, porque antes estaba re loco; tomaba vuelo y lo hacía cuatro o cinco veces por concierto [risas].
Hace poco, La Maldita sacó un tema nuevo, titulado “Música guerrera”. Pero no hay álbum nuevo desde el 2009 -se llamó “Circular Colectivo”-, y ese mismo había sido el primero desde 1998. ¿A qué se deben esas larguísimas pausas entre los trabajos de estudio?
Cada vez que hacemos un disco es porque tenemos el corazón puesto en lo que estamos mencionando. Hay también aquí algo relacionado a la industria, donde todo el mundo está esperando que saques un disco al año y que salgas después de gira, dándole vida a un ciclo que se repite constantemente. En nuestro caso, cada vez que lo hacemos, es algo muy pensado y que verdaderamente queremos compartir.
No contamos con una gran discografía en relación a la cantidad de años que tenemos, pero nunca hemos dejado de lado la música en vivo, lo que me parece importante en momentos en que la música misma es vista como una mercancía donde todas las expectativas se encuentran puestas en “lo nuevo”, que al día siguiente ya no lo es, lo que la transforma en algo desechable.
Además, nosotros sacamos el disco más importante del rock mexicano, “El Circo” [1991], lo que es bastante considerable. Ha habido muchas cosas en el camino, como cuestiones personales. Hemos transformado mucho nuestra manera de componer, hemos crecido. Pero bueno, ahorita sí estamos listos y tenemos ya mucha música nueva que vamos a compartir el año que viene.
Lo interesante es que las canciones de La Maldita se mantienen vigentes en lo que respecta al mensaje. Y no pasa solo con las de amor o las de tintes costumbristas, sino también con las que son más sociales y políticas, como “Mojado”, “Apañón” y “Un gran circo”.
Siento que hay mucho que se puede explorar todavía en nuestros discos. En “El Circo” incluimos [la canción] “Solín”, donde mezclábamos nuestras raíces con el raï argelino, y años después, esa sigue siendo una fusión poco explorada. Manejamos una visión que al principio causaba confusión; no sabían si éramos ska, mambo o cumbia, pero ahora se entiende ya más como una propuesta cultural que explora nuestras raíces más profundas: la indígena, la mora y la africana, de gran presencia en México. Tenemos canciones que mantienen un filo muy vanguardista pese a que se hicieron hace varios años.
La muerte de “Sax” [el emblemático saxofonista de la banda] fue muy dura para los seguidores de La Maldita y, por supuesto, para ustedes. Pero últimamente han estado pasando cosas negativas alrededor de su figura, vinculadas a las acusaciones que ha hecho su viuda Jessica Franco al programa televisivo “De Primera Mano”, en las que asegura que su esposo fue privado de pagos que le correspondían y que ella misma ha presentado una demanda de abuso de confianza contra el resto de la agrupación. Es algo preocupante, en vista de la buena reputación y del mensaje de paz y de unión que han distinguido siempre al grupo.
Hemos guardado silencio durante todo este tiempo, convencidos de que los hechos hablan mucho más que las mentiras o las declaraciones en espacios de chismes donde nunca habíamos aparecido en todos nuestros años de carrera. La muerte es una gran maestra, y cuando alguien fallece, hay dos maneras de vivirlo: procesando tu duelo -con todo lo que esto implica-, o no aceptando lo sucedido y buscando culpables. Ese es el caso que vivimos como familia con la viuda de nuestro hermano “Sax”. Nosotros procesamos nuestro duelo, y ella no, y mediante la mentira, ha querido encontrar a alguien que sea responsable de algo tan natural como la muerte.
Nos hemos mantenido hacia adentro, procesando nuestro duelo, porque estuvimos con “Sax” desde la adolescencia, más de 30 años, es decir, más del tiempo que él estuvo con su pareja; pero hemos decidido ya que vamos a sacar un comunicado. En primer lugar, no hay ninguna demanda contra mí ni contra nadie de la banda, porque no hay manera de ejercerla. En segundo lugar, ella habla de regalías [que no habría recibido “Sax” por culpa de otros miembros de la banda], lo que está fuera de la realidad, porque nosotros no somos quienes las pagamos; somos la única banda que conozco que firma la letra y la música en colectividad, es decir, entre seis cuando éramos seis y entre cuatro cuando éramos cuatro.
Eulalio Cervantes Galarza, mejor conocido como Sax, integrante del grupo de rock Maldita Vecindad murió este domingo, según posteó su esposa en su cuenta de Instagram.
De esa manera, las canciones están divididas equitativamente entre los miembros de la banda en el plano autoral, y eso es a perpetuidad. Yo no puedo retener las regalías de nadie. Cada quien cobra independientemente las regalías que le corresponden de los discos que hicimos para BMG.
Lo que ha hecho también ella, de una manera que ha jodido mucho al grupo y a la gran familia que nos sigue, es sembrar la discordia y la separación; un año después de la muerte de “Sax”, hizo pública una supuesta carta, y estoy seguro de que “Sax” no está nada contento con eso, porque es algo que desacredita su propio trabajo. Siembra la duda dentro de una relación de ‘carnalismo’ que hemos vivido a lo largo de más de tres décadas. Estamos confiados en nuestros actos y en la capacidad de reflexión que tiene la gente, porque si apareces en un lugar de chismes diciendo mentiras, las conclusiones son claras.
Nos da mucho dolor porque somos familia; compartimos con ella el crecimiento de sus hijos, las fiestas y las reuniones. Entendemos que el dolor es grande, pero no se puede preservar el legado de un ser humano destruyendo el legado que construyó con todos sus hermanos. Tuvimos encuentros y desencuentros con “Sax”, como pasa con todos los seres humanos, pero la gran enseñanza de la muerte es que solo el amor trasciende la vida y la muerte, y que solo el amor permanece.
No va a haber otro saxofonista como “Sax” en la historia de México, porque él es único e irrepetible, como lo son los demás integrantes de la banda. Es muy dañino tratar de separarlo del entorno con el que creció y con el que hizo esta música. Nunca nos interesó resaltar a una sola persona, ni mucho menos causar divisiones.
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