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La identidad de género recibe un tratamiento especial en esta nueva joya del cine español

Sofía Otero en una escena de "20,000 especies de abejas".
(Film Movement)
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Quienes no se enteran únicamente de las propuestas novedosas del cine hablado en nuestro idioma cuando estas logran insertarse en las consabidas plataformas de ‘streaming’ estarán ya familiarizados de algún modo con el nombre de “20,000 especies de abejas” (“20,000 Species of Bees”), una de las cintas españolas más relevantes de los últimos tiempos.

Hace unos meses, la misma película se convirtió en la ópera prima más nominada de la historia en los Premios Goya -entregados a las producciones cinematográficas provenientes de la Madre Patria- al obtener 15 candidaturas en el evento, es decir, dos más que “La sociedad de la nieve”, el drama de Juan Antonio Bayona sobre el accidente aéreo de los Andes que se hizo extremadamente popular debido a su inclusión en el servicio de Netflix.

Pese a que “La sociedad de la nieve” terminó siendo la máxima ganadora de los Goya (tenía sentido: los votantes querían darle toda la visibilidad posible en vista de que se encontraba nominada al Oscar en la categoría de Mejor Película Internacional) y a que “20,000” se fue a casa solo con tres premios (correspondientes a los rubros de Actriz de Reparto, Guión Original y Mejor Dirección Novel), los buenos comentarios alrededor de este trabajo deberían haber logrado que los cinéfilos estadounidenses se encontraran emocionados ante el anuncio del estreno del mismo por estos lares. Para ser precisos, la primera etapa del lanzamiento nacional se dio la semana pasada en Nueva York, y la segunda se produce desde este viernes en el Laemmle Monica Film Center de Los Ángeles.

Se trata de una oportunidad imperdible para apreciar en la pantalla grande una obra que maneja con un impresionante sentido del realismo y una sensibilidad muy particular el complicado tema de la identidad de género, al colocar en el papel protagónico a un personaje de 8 años que, ante los ojos de cualquiera, parece ser una niña, pero que responde al nombre de Aitor y nació biológicamente como un varón.

Pese a que la historia se desarrolla en un ambiente sumamente específico -un pequeño pueblo en la parte española del País Vasco, donde se habla tanto nuestro idioma como el euskera-, el guión de Estibaliz Urresola Solaguren (quien también funge de directora) alcanza rápidamente dimensiones universales por la exhibición que hace de una situación que es sin duda compartida por muchas familias, se encuentren estas donde se encuentren.

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Desde el comienzo del filme, Aitor (que es llamada también Cocó y luego Lucía) muestra una abierta incomodidad frente a los roles predeterminados, pero debido a su edad, no sabe cómo procesar sus sentimientos ni cómo presentarse ante el mundo, lo que genera momentos conflictivos que se ven a veces aliviados por las reacciones tolerantes de algunos miembros de su familia o empeorados por las actitudes opuestas de otros.

Eso no quiere decir que la película se incline directamente hacia una de las posturas, aunque el devenir de la trama apunta a una tendencia claramente progresista que, por supuesto, ha desatado ya críticas encendidas por parte de comentaristas conservadores, pero que le deja también espacio a las dudas razonables de los personajes que piensan que Aitor/Cocó/Lucía es demasiado joven para asumir una identidad definida.

Sea como sea, “20,000 especies de abejas” es definitivamente una cinta de espíritu femenino, ya que, más allá de lo que sucede con su estrella (interpretada por Sofía Otero), le brinda protagonismo a su madre, Ane (Patricia López Arnaiz), una escultora frustrada pero noble; a su abuela Lita (Itziar Lazkano), formada definitivamente a la antigua, y a su tía-abuela Lourdes (Ane Gabarain), quien se dedica a la cría de abejas y tiene una perspectiva mucho más abierta de la sociedad.

“20.000 especies de abejas”, la película de Estibaliz Urresola Solaguren que cuenta la historia de Lucía, una niña de ocho años que busca su identidad de género, hizo historia el jueves al convertirse en la ópera prima más nominada en los Premios Goya del cine español, con 15 candidaturas que le colocan el cartel de favorita para la 38va edición de los galardones de la Academia de Cine de España.

Nov. 30, 2023

No nos podemos olvidar, por supuesto, de las abejas del título. Además de estar irremediablemente vinculadas a la femineidad (tiene sentido: tanto la reina como sus obreras son hembras), los insectos funcionan basicamente como una alegoría de la resiliencia proveniente del mal llamado sexo débil.

Y, de paso, le dan un valor cultural añadido al relato entero al mostrar detalles interesantes de la apicultura en estas regiones, practicada aquí por la esmerada Lourdes y aplicada con sabiduría en áreas que van desde el trabajo artístico (mediante el empleo de la cera) hasta la curación de enfermedades (a través de aguijonazos supervisados).

No todo son mieles. Pese a que se agradece el cuidado puesto en el desarrollo de sus personajes, “20,000 mil especies de abejas” se hubiera visto beneficiada por una edición más minuciosa, sobre todo porque sus 125 minutos de duración se encuentran ocasionalmente marcados por situaciones reiterativas (hay instantes que lucen incluso como viñetas) y por unos cambios de punto de vista que no aportan demasiado.

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Otra escena de la cinta.
(Film Movement)

En ese sentido, se podría cuestionar también el excesivo dramatismo que se impone en algunas ocasiones, y que sin romper la tendencia realista de la que hablamos, solo sirve para reforzar lo que estaba ya claro. En contraparte, Urresola maneja una puesta en escena fluida y naturalista que resulta ciertamente encomiable en vista de que estamos ante su primer largometraje.

Finalmente, fuera de lo bien que está López Arnaiz en el papel que se le encomendó, no encontramos palabras para describir la emoción que produce la labor de la pequeña Otero en el arriesgado papel estelar. Se dice que los niños no actúan, sino que son guiados por la mano del director, y que dependen por ello del talento de quienes los conducen durante el proceso; por ese lado, Urresola hizo definitivamente las cosas de manera sobresaliente.

Pero no hay que quitarle méritos a la niña, quien da siempre la talla en las escenas más exigentes y cuyo rostro logra expresar con absoluta convicción tanto la curiosidad natural que su personaje siente por los términos abstractos empleados por los adultos a su alrededor como las profundas preocupaciones que le provoca darse cuenta de que es distinta a los demás.

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