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Esta película chilena de una sola toma te impresionará con su original perspectiva sobre la maternidad

Antonia Zeger y Néstor Cantillana en una escena de "El castigo", que se puede ver ya en salas de EE.UU.
(Outsider Pictures)
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Al comienzo de la película, Ana (Antonia Zegers) está manejando por una autopista al lado del bosque, visiblemente disgustada, y tiene a su lado a su esposo Mateo (Néstor Cantillana), quien le ruega prácticamente que dé la vuelta.

Como nos enteramos después, estos esposos son los padres de Lucas, un niño dentro del espectro del autismo al que la primera, en un arranque de ira, ha dejado fuera del automóvil, varios metros atrás.

Cuando Ana regresa, Lucas ya no está en el lugar donde había estado. Tampoco en la entrada del bosque. Ni en sus inmediaciones. Es así que comienza una cinta apasionante en la que el drama familiar se combina con el ‘thriller’ y con el planteamiento de ideas polémicas sobre la maternidad y el cuidado de los hijos, como parte de un trabajo que se filmó en una sola toma.

Aunque es una película de enorme valor artístico que resulta además tremendamente entretenida, “El castigo” (“The Punishment”), que se filmó al sur de Chile, no tuvo un lanzamiento convencional en las salas de Estados Unidos. Pero eso no ha impedido que se acabe de estrenar, primero en Nueva York (donde lleva casi una semana), ahora en Los Ángeles (donde podrá verse al menos a lo largo de una semana en el Laemmle Monica Film Center) y más adelante en otras ciudades de la Unión Americana.

Sucede que, luego de adquirir los derechos para su exhibición en tierras del Tío Sam, Outsider Pictures la incluyó en un original paquete -titulado “Latin & Spanish Showcase”- que incluye a cuatro producciones españolas de igual valor, y que puedes descubrir a través de este enlace.

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En la entrevista que reproducimos a continuación de manera editada y condensada, Matías Bize, el director y coguionista de la cinta, habla de los temas profundos que se insertan en el filme bajo el amparo de un tratamiento novedoso, de las reacciones que ha provocado el trabajo en distintas audiencias y del estado actual del cine latinoamericano.

Matías, antes de centrarnos en la puesta en escena de “El castigo”, que es muy particular, me gustaría hablar de la trama, que va por el lado de tu temática favorita: las parejas. Pero no necesariamente las parejas que están en los mejores términos ni envueltas en las más grandes historias románticas, sino más bien en situaciones de conflicto, como se había visto ya en “La memoria del agua” [2015], que trataba sobre dos personas separadas por la muerte de su hijo.

Bueno, yo he explorado la etapa del enamoramiento en “En la cama” [2005], mientras que “La vida de los peces” [2010] hablaba de un reencuentro [romántico], de una segunda oportunidad. Ahora estoy más grande; ya soy padre. De hecho, arranqué el proceso de esta película sin serlo y lo terminé siéndolo.

Entonces, claro, se me cruzó el tema de la paternidad y de la maternidad; y me parecía que era importante poner sobre la mesa esta desromantización [sic] de la maternidad, porque en Latinoamérica existe una gran presión sobre las mujeres para que sean madres, y además madres perfectas y felices, sin importar que tengan que trabajar.

El director chileno Matías Bize durante su reciente visita a Nueva York.
(Outsider Pictures)

Creo que sigue siendo un tema supertabú, y en medio de la ola de feminismo y de igualdad que se vive ahora, me parecía que era algo que no se había puesto todavía sobre la mesa, al menos en ese momento, porque empezamos a trabajar en el proyecto hace cinco años.

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Escribí el guión con Coral Cruz, la guionista española que fue mi consultora de guión en “La vida de los peces” y que hizo lo mismo en las siguientes películas. Fue ella la que me propuso la historia de una pareja a la que se le pierde un hijo en el bosque, y a partir de ahí, apareció esta problemática de pareja y esta problemática de mujer.

Coral es una madre que trabaja, por lo que el tema la tocaba directamente; pero hicimos mucha investigación. Leímos un libro que se llama, precisamente, “Madres arrepentidas” (“Regretting motherhood”), escrito por la autora israelí Oma Donat. Pero nuestra intención no era dar un discurso, sino hacer una proposición, lanzar preguntas.

La película inició hace ya dos años su recorrido por los festivales, y pese a lo bien que le ha ido, todavía no tengo las respuestas ni la solución al problema que plantea. Creo que, como parejas, tenemos que ponernos de acuerdo para poder organizar la paternidad y la maternidad. Pero también es un tema de sociedad, de lo que pasa con el proceso postnatal, de lo que pasa con los jardines infantiles de las empresas.

Es interesante lo que mencionas acerca de la revalorización de los derechos de las mujeres y de las causas feministas en los últimos años, particularmente en lo que corresponde a Chile, donde siguen existiendo fuerzas extremadamente conservadoras. Al inicio de la película, la madre parece ser la intolerante, la antipática, pero esas impresiones van cambiando en el transcurso del relato, cuando nos enteramos de lo que ella ha tenido que atravesar. De todos modos, no estabas buscando respuestas fáciles.

Es una película que invita mucho a conversar. Generalmente, yo voy al conversatorio y termino escuchando. Obviamente, las mujeres y las madres se sienten muy reflejadas, pero ha sido también superbonito recibir comentarios de gente que dice: “Ahora entiendo a mi madre, ahora entiendo a mis padres, ahora me puedo poner en el lugar de ellos”, o de esposos que dicen: “Ahora entiendo a mi esposa, ahora entiendo a mi mujer”.

Antes, los niños eran criados por una manada, por familias extendidas. A mí me tocó crecer en la calle, jugando fútbol, andando en bicicleta, y ahora, estamos cada vez más recluidos en las casas, por lo que la responsabilidad recae en la pareja y, desafortunadamente, casi siempre en la madre.

Lo primero que queríamos era no caer en ningún cliché. Hubiera sido muy fácil presentar a un padre machista y llevarlo al extremo para resaltar la figura débil de la madre. Pero quisimos presentar a un padre moderno, progresista y abierto, y que pese a ello, no ha llevado a su hijo ni una sola vez al doctor.

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Ya habías utilizado lo del plano secuencia continuo en la primera película que hiciste, “Sábado” [2002]. No la he visto, pero cuando vi esta, no sabía que la habías hecho del mismo modo; y cuando empecé a percibir la técnica y traté de descubrir si toda la película estaba hecha así, me distraje por lo apasionante que era la historia. ¿Se hizo realmente en una sola toma, o empleaste algunos trucos para simularlo?

Es realmente una sola toma. En “Sábado”, la cámara la llevaba un solo personaje, o sea que era más como un ‘home video’, a diferencia de lo que sucedió con esta, que tiene un formato superprofesional. Me gustó mucho hacer la película de ese modo y tenía muchas ganas de volver a hacerlo, principalmente porque me gusta mucho el trabajo con los actores.

Para ellos, esto es un regalo, porque viven el proceso completo de sus personajes y podemos llegar al final -que en este caso es muy emotivo y muy dramático- con todo lo que han vivido ya de manera directa en la hora previa.

Por otro lado, quería hacerla así porque me daba la oportunidad de “desaparecer” como director, lo que hacía que la película se sintiera mucho más natural. Es loco lo que tú mencionas, porque hay mucha gente, incluso estudiantes de cine o personas que sabían lo del plano secuencia, que fueron para ver eso y que a los cinco minutos se olvidaron del asunto.

Otro momento de la cinta.
(Outsider Pictures)

Y es que la idea era que la toma continua pasara a un segundo plano. La preparamos mucho. Tuvimos mucho trabajo de mesa, muchas lecturas, muchas conversaciones sobre el texto en las que incluí a los dos actores principales; y después de eso, ensayamos mucho, incluso con el equipo técnico. Éramos siete personas las que andábamos como si fuéramos un ciempiés detrás de la cámara, moviéndonos por este bosque.

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Estaba todo muy coreografiado, muy ensayado, e hicimos siete tomas en siete días distintos. Cada noche, me iba a la cabaña con mi montajista, veíamos la toma del día muy concentrados, mientras tomábamos notas, y yo llegaba al día siguiente con esas indicaciones. Cuando hicimos la sexta toma, me di cuenta de que estaba perfecta, aunque hicimos una adicional porque el calendario ya estaba planificado.

Se habla últimamente de una gran generación de cineastas chilenos en la que estás tú, Pablo Larraín, Sebastián Lelio y Sebastián Silva, y se dice también que el cine chileno se encuentra en un buen momento. ¿Crees realmente que hay un movimiento?

Creo que tenemos la suerte de tener mucho talento con poquitas películas. Solo hay 10 o 15 por año, pero siempre tenemos cuatro, tres o hasta cinco que van a festivales, ganan premios y se estrenan comercialmente afuera. Siento que eso tiene que ver con la necesidad que tenemos de contar historias.

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Lamentablemente, eso se da mucho más por el talento que existe que por el apoyo estatal. Aparecieron, obviamente, las escuelas de cine, en los años 2000. Lelio, Larraín, Silva y yo venimos de una generación en que ya se podía estudiar cine en Chile, y eso ha sido superimportante.

Tenemos también la suerte de contar con una tradición de actores increíbles, como es el caso de Antonia Zegers, Nestor Cantillana y Catalina Saavedra, una especie de selección chilena que tuve la fortuna de tener en mi película.

Pero yo extendería el asunto generacional a [el uruguayo] Pablo Stoll, a los argentinos, a lo que está pasando en Perú. Siento que es un fenómeno muy loco, porque, desafortunadamente, nos toca ver muchas de estas películas fuera de sus países de origen; en un festival de Los Ángeles, por ejemplo. Claro que, por ese lado, hay una camaradería y una amistad forjadas por los años que tenemos de encontrarnos en festivales.

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¿Qué viene para ti, Matías?

Ahora mismo, estoy viviendo en México, y tengo varios proyectos. Uno por aquí, otro en España, uno más en Chile. Van a ser todos superpersonales. Siempre digo que voy a hacer algo distinto, pero termino hablando de historias de parejas y de relaciones que resultan universales.

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