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La nueva versión de ‘El Cuervo’ vuela bajo, pese a sus intentos de originalidad

Bill Skarsgård en una escena de "The Crow", que estrena en salas de cine.
(Larry Horricks)
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En teoría, la nueva película de “The Crow” tiene todas las de perder, debido principalmente a las inevitables comparaciones que se han hecho -y se seguirán haciendo- con la versión cinematográfica original, que, dependiendo de la la fuente que se consulte, es una obra de culto, un clásico del cine o una pieza esencial de la cultura pop de los ‘90.

Pero lo que no parecen entender quienes vieron -y adoraron- la cinta dirigida por Alex Proyas siendo adolescentes o jóvenes es que ya han pasado 30 años desde su estreno en salas -sí, lo quieran o no- y que un enorme porcentaje de la audiencia actual no había ni siquiera nacido en esa época. Para bien o para mal, las cosas han cambiado, y Hollywood es el primero en darse cuenta (o al menos lo intenta).

No hay que quitarle mérito alguno a la gran versión de 1994, claro, ni al modo en que esta ha logrado trascender su coyuntura para mantenerse como un pequeña joya que, incluso el día de hoy, maravilla por su puesta en escena, la potencia de su banda sonora y, por supuesto, la presencia de Brandon Lee, el hilo del legendario Bruce Lee, quien murió de manera accidental durante su rodaje.

Pero tampoco hay que exagerar la admiración, como lo hizo el analista de cine al que leí hace poco -no me acuerdo de su nombre- y que la ponía al lado de la grandiosa “Pulp Fiction” (estrenada el mismo año) con la finalidad de justificar el profundo desdén que le producía la versión presente.

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Y es que, le guste a no a sus devotos, la “The Crow” de mediados de los ‘90 era un inmenso y sofisticado videoclip que recurría a elementos de la contracultura occidental para echarles una mano de pintura y volverlos digeribles ante el ‘mainstream’, lo que no sucedió, por ejemplo, con “Darkman” (1990), otra cinta de la época con un protagonista vengativo y vinculado al universo de los superhéroes que no es tan recordada a pesar de su excelencia.

Novedades y apariencias

Eso no quiere decir que la adaptación que se encuentra desde hoy en las salas de cine sea buena. Y si digo ‘adaptación’ es porque muchos de los que se han desgarrado las vestiduras ante su simple existencia ignoran evidentemente que la producción original estaba basada en un cómic del autor estadounidense James O’Barr que era mucho más oscuro y mucho más lúgubre de lo que nos presentó Proyas.

Sepan o no de la existencia de la historieta, es probable que estos sujetos hayan visto o se hayan enterado al menos de la existencia de las tres películas fallidas que explotaron burdamente el éxito de la original (“The Crow: City of Angels”, de 1996; “The Crow: Salvation”, del 2000, y “The Crow: Wicked Prayer”, del 2005). Y quizás hayan escuchado hablar de “The Crow: Stairway to Heaven” (1998), la serie televisiva de una sola temporada que funcionó como secuela de la producción de 1994 y que apeló incluso a un actor parecido a Lee (Mark Dacascos) para tratar de subirse al coche, aunque quienes lograron verla aseguran que era decente.

En ese sentido, la adaptación hecha por el director Rupert Sanders (“Snow White and the Huntsman”, “Ghost in the Shell”) sobre la base de un guión escrito por Zach Baylin y William Schneider es al menos más original, porque, fuera de los giros que le ha hecho a la trama, es la primera que abandona por completo la apariencia física ya tradicional del antihéroe Eric Draven (interpretado ahora por el gran Bill Skarsgård) para otorgarle un aspecto de pelo corto y de tatuajes que creó polémica desde que se dio a conocer.

Pese a remitir de manera conveniente al ‘look’ de ciertos raperos, es una pinta que no tiene demasiado sentido en vista de que su personaje no practica el género y de que la banda sonora de la película no incluye ni una sola canción de hip hop.

Al lado de FKA twigs en otra escena de la cinta.
(Larry Horricks)

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Una buena pareja

El Draken de Skarsgård también hace música, pero lo suyo es la electrónica, a diferencia del de Proyas, que estaba en una banda de rock y tocaba la guitarra eléctrica (es decir, dos circunstancias que no figuraban ni por asomo en el comic, donde era un mecánico). Lo que sí se encuentra finalmente en uso es la música de Joy Division, la banda más representativa del post-punk más ‘darketo’, que aparecía sólo de manera versionada en la cinta de Proyas a través de un ‘cover’ -realmente bueno, pero ‘cover’, al fin y al cabo- de Nine Inch Nails.

“The Crow”, tanto en las páginas como en la pantalla, ha sido siempre una historia de amor, de pérdida y de venganza. A estas alturas, no puede ser un ‘spoiler’ decir que trata sobre una pareja (conformada por los jóvenes Eric Draven y Shelley Webster) que es asesinada y cuyo integrante masculino regresa del Más Allá convertido en un oscuro justiciero sediento de venganza (y, de paso, de sangre). La versión de Sanders no ignora ninguno de estos elementos esenciales, y llega incluso a potenciarlos. Empezando por el romance.

En la cinta de 1994, los amoríos entre Eric y Shelley se presentaban a través de unos ‘flashbacks’ breves y esporádicos que, francamente, no permitían la generación de una gran empatía. En la nueva entrega, en cambio, el romance de los protagonistas está ampliamente desarrollado, lo que permite justamente que Shelley (interpretada por la cantante y bailarina FKA twigs) sea una de las protagonistas. Y lo más importante es que tanto ella como Skarsgård resultan creíbles en sus papeles, además de lograr una química que no pasará desapercibida.

No se trata solo de un esfuerzo de actuación, porque las mejores líneas de la cinta -que no es necesariamente generosa en la producción de buenos diálogos- surgen de sus labios. Pero hacer que Eric y Shelley provengan de un entorno criminal y/o callejero altera innecesariamente la esencia de unos personajes cuya falta completa de conexión con el mundo del hampa hacía justamente que la tragedia resultara más devastadora.

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Ago. 3, 2024

Lo mejor

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En lo que respecta a la venganza, Sanders acentúa constantemente la violencia que se atenuó de algún modo en la adaptación de Proyas y que aparecía de modo glorioso en la historieta, pero tamizada por el uso de un blaco y negro de contrastes profundos. En este caso, la sangre corre de manera generosa y a todo color.

Por ese lado, hay una escena en particular que amerita probablemente el precio de admisión y que, valiéndose de ese estilo de montaje paralelo que alcanzó uno de sus puntos más altos en “The Godfather” (1970), nos presenta una larga escena de pelea a lo largo y ancho de la zona de acceso de un elegante teatro en el que se presenta una ópera. La escena es tan excesiva y delirante que promete despertar toda clase de comentarios.

Le da también una oportunidad única de lucimiento en términos físicos a Bill Skarsgård, quien, al filmar esto, acababa de concluir el rodaje de “Boy Kills World” (2023), una encantadora película de artes marciales que lo llevó a hacer la mayoría de sus escenas de acción -absolutamente impresionantes- sin ayuda de dobles.

Verlo ahora en estos trotes, que involucran el uso de una espada de samurai, es ciertamente emocionante, más allá de que la secuencia descrita tenga claras alusiones a “Kill Bill” y a las películas de John Wick (en consonancia con las intenciones declaradas de Sanders por sintonizar con el gusto del público actual).

Más de Skarsgård en el filme.
(Larry Horricks)

Imágenes que se van

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El problema, en todo caso, es que Sanders no es ni Tarantino, ni Chad Stahelski, el doble de acción convertido en director que, curiosamente, fue el doble de cuerpo de Lee en la primera “The Crow” y que reemplazó al finado en las tomas que faltaban luego del fatal accidente. Esto quiere decir que la escena de la ópera se defiende tan bien como se defiende debido al gran nivel de sus coreografías y a la dedicación de quienes intervinieron en ella, pero no necesariamente por las virtudes de su cobertura visual.

De hecho, en más de una ocasión, la película se siente involuntariamente lastrada por una puesta en escena que carece simplemente de interés, fuera de los esfuerzos de producción y de las intenciones declaradas por lograr un ‘look’ mucho más realista que su antecesora -es decir, algo que no corresponde con la visión de Barr, que era completamente gótica-.

No hay tampoco que eximir de culpa a un guión que acierta en el desarrollo de sus personajes estelares, pero que cae frecuentemente en engorrosos tiempos muertos y que intenta desarrollar una nueva mitología que termina por enredar las cosas.

En todo caso, por ese lado, lo menos afortunado es la implementación de unos villanos dignos de olvido, empezando por el líder criminal Vincent Roeg (interpretado por un Danny Huston al que no se le da mucho que hacer) y siguiendo por su lugarteniente Marian (encomendado a la finlandesa Laura Birn). Hay por aquí un giro sobrenatural que no revelaremos, pero que luce tirado de los pelos, y que nos hace extrañar la irreverencia y la extravagancia de los ‘malos’ en la versión de Proyas, por más caricaturescos que estos hayan sido.

Se trata, finalmente, de una deficiencia de tono que resulta plasmada en la extraña conjunción de una primera parte cuyos aires de solemnidad evidencian las costuras del relato y un segundo segmento que se entromete de lleno en unos terrenos de la comedia negra y del ‘camp’ que merecían haber llegado antes.

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