Juntar a dos bandas rockeras procedentes de México para hacer presentaciones exclusivas en los Estados Unidos mientras se les da la misma oportunidad de lucimiento en la tarima es una estrategia que parece estarse normalizando en nuestro medio.
Entre mayo y junio del presente calendario, Caifanes y Café Tacvba protagonizaron una gira nacional que accedió a auditorios particularmente grandes (como fue el caso del reciente show en el Hollywood Bowl que comentamos por aquí), y poco después, Jumbo y División Minúscula hicieron lo mismo en teatros más pequeños, pero igualmente reconocidos. Ahora le ha tocado el turno a Maldita Vecindad y Molotov, que unieron fuerzas el jueves pasado con la finalidad de ofrecer un concierto incuestionablemente exitoso en el prestigioso y amplio Auditorio Shrine de Los Ángeles, que se llenó de cabo a rabo.
En este caso, claro, no se trató de un tour, sino de una sola presentación, pese a que, durante los últimos días, las dos bandas han venido compartiendo espacio en los carteles de algunos festivales. Lo interesante es que, a diferencia de lo que sucede en esa clase de eventos, cada una de las agrupaciones tuvo la oportunidad de ofrecer un set completo de cerca de una hora y media, lo que le brindó a la audiencia la posibilidad de ver durante una misma noche -y del modo más conveniente- a dos de las potencias más grandes del rock en español de todos los tiempos.
El horario estelar se inclinó hacia la veteranía, es decir, hacia Maldita Vecindad, un combo que podría parecer a veces como contemporáneo de Molotov, pero que, en realidad, se fundó diez años antes, es decir, en 1985, y que fue no solo uno de los pilares del movimiento arriba citado, sino también en pionero de esa vertiente de fusión -con ritmos folclóricos propios y ajenos- que resultó tan decisiva para la expansión mundial del mismo movimiento.
Dos de las bandas más emblemáticas del rock mexicano compartirán escenario en el Auditorio Shrine
Sep. 25, 2024
Lo más interesante en lo que respecta al concierto del Shrine es que, pese al tiempo transcurrido (la agrupación cumple cuatro décadas en poco tiempo, por si les fallaron las matemáticas), la Maldita, que conserva todavía a tres de sus integrantes clásicos (el vocalista “Roco”, el bajista Aldo Acuña y el bajista Enrique Montes “Pato” -quien se integró en 1991-), sigue ofreciendo una puesta en escena absolutamente enérgica y contundente a la vez que ejecuta un repertorio que requiere de considerable profesionalismo instrumental y que se encuentra además lleno de demandas físicas.
Por razones naturales, el más visible en estos aspectos es Roco, cuyos 58 años de edad no son obstáculo para el desarrollo de una performance de energía inagotable que lo lleva a veces a saltar por los aires. Y el legendario ‘frontman’ va incluso más allá: en lugar de dedicarse únicamente a moverse y a cantar con el empleo de una voz que no es espectacular, pero sí contundente y afinada, promueve frecuentemente su mensaje con esa clase de discursos de tinte espiritual y comunitario que distinguen igualmente -aunque en diferente medida- a Rubén Albarrán de Café Tacvba y a Saúl Hernández de Caifanes.
Roco es un tipo preparado y consciente cuyo interés en las causas sociales parece absolutamente sincero. Eso no quiere decir que todo lo que diga sea sensato; nos incomodó, por ejemplo, que en cierto momento de sus alocuciones incluyera la palabra “plandemia”, creada por los conspiranoicos para referirse a una crisis sanitaria que fue sin duda explotada de manera inadecuada por diferentes instituciones, pero que fue definitivamente cierta.
A fin de cuentas, no es cosa de todos los días escuchar a un cantante de rock que dedica un tema musical (en este caso, “Don Palabras”) a un intelectual de la talla de Eduardo Galeano, o verlo cuestionando los feminicidios e impulsando a que sus fans eviten la violencia al enfrascarse en unas sesiones de ‘mosh pit’ que él mismo describe como ‘círculos de paz’.
Musicalmente, con Maldita, la fiesta no cesó desde que se escuchó el primer acorde de “Solín” -un ska punk con aportes tropicales- hasta que se apagó la nota final de “Kumbala” -un cadencioso danzón que se transforma en reggae-. Como no ha habido disco nuevo en mucho tiempo (para ser precisos, 15 años), el repertorio estuvo casi completamente conformado por temas del pasado, aunque se filtró por ahi “Música del barrio”, el sencillo de corte skasero que se lanzó hace ya dos años y que suena realmente bien en vivo.
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Es impresionante, de todos modos, la frescura que conservan las canciones nombradas y las demás que se escucharon a lo largo de la velada, entre ellas “Pata de perro” -que apela generosamente al calypso-, “Un poco de sangre” -que se encuentra marcada por el funk-, “Lo pasado, pasado” -el fenomenal ‘cover’ de José José- y, por supuesto, “Pachuco” -el clásico esencial, nuevamente con el ska a tope-.
Dénles el poder
Molotov ofreció un set mucho menos vibrante en términos de movimiento, pero no decepcionó de modo alguno a sus seguidores, más allá de las imperfecciones de sonido que se sintieron durante la primera parte de su acto (parece que los ingenieros en la consola siguen teniendo dificultades al enfrentarse a la mezcla en vivo de dos bajos eléctricos, es decir, la característica instrumental más evidente del cuarteto).
La falta de brincos y de comunicación extensa con el público no es algo nuevo ni se debe a la edad, sobre todo cuando se considera que los integrantes del grupo (Tito Fuentes, Micky Huidobro, Paco Ayala y Randy Ebright), que no han cambiado desde 1996, son más jóvenes que los ‘malditos’ tradicionales. Lo cierto es que Molotov no ha tenido nunca una propuesta precisamente dinámica en el escenario, pese a que su música resulta tremendamente animada y entretenida.
En el Shrine, la misma banda aplicó una técnica de luces que consistía en iluminar puntualmente al sujeto que se encontrara haciendo uso del micrófono que tenía delante, porque cada uno de los integrantes del grupo canta y rapea en distintos momentos, estableciendo con ello una postura democrática y participativa que no suele encontrarse en otros grupos musicales, y que se hace extensiva a los momentos en los que intercambian sus instrumentos, normalmente a la mitad de sus conciertos.
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Como peruano como soy, no pude dejar de emocionarme ante la interpretación de “Demolición”, un corte ya clásico del garage rock de los ‘60 que fue creado por los limeños de Los Saicos y que los capitalinos interpretaron de manera absolutamente convincente, tal y como lo hicieron con el “Perro viejo” de El Tri y, finalmente, con “Marciano”, un peculiar ‘cover’ de los Misfits que empieza en plan de cumbia y se transforma de repente en un delicioso hardcore.
Pero tampoco dejaron de sonar piezas infaltables como “Chin... tu madre”, “Voto latino”, “Frijolero”, “Mátate Teté”, “Pu…” y otras que, como lo insinúan los puntos suspensivos que nos hemos vistos obligados a colocar, se caracterizan por el uso de palabras altisonantes y por su irreverencia, aunque, en medio de su procacidad juvenil, le dan también cabida a reclamos sociales legítimos y a un saludable descontento con la corrupción generalizada que existe en diversas instancias del país vecino.
En marzo del 2023, tras una sequía discográfica de nueve años, Molotov lanzó “Solo D’Lira”, un trabajo que se llevó el Latin Grammy en la categoría de Mejor Álbum de Rock y que, pese a ello, no está siendo difundido de manera amplia en las tarimas. De hecho, en el Shrine, reconocimos únicamente “Pendejo” y “El Señor Del Banco”, aunque es probable que se nos haya escapado alguna pieza más del mismo trabajo.
Si se los aprecia de manera superficial, y tomando en cuenta sus constantes coqueteos con el rap metal y el funk, los Molotov pueden llegar a sonar como una versión latina de Limp Bizkit; la comparación no es nuestra, porque la hemos escuchado de la boca de amigos estadounidenses.
Pero lo cierto es que la propuesta de los mexicanos es mucho más ambiciosa y diversa que la del combo de Fred Durst, no sólo en términos líricos, sino también en lo respecta a los alcances de una música que, sin caer necesariamente en la fusión, posee sin duda alguna creativas pinceladas de folklore latinoamericano. A fin de cuentas, como nos lo dijo Ayala en una reciente entrevista, “el código postal se lleva en la sangre”.
Escribe artículos de entretenimiento en Los Angeles Times en Español y lo hizo anteriormente en todas las ediciones impresas de HOY Los Ángeles. Previamente, trabajó como colaborador con el diario La Opinión. Inició su carrera periodística como redactor y luego editor del suplemento de entretenimiento “Visto & Bueno”, publicado por el diario El Comercio de Lima, donde hacía también críticas de cine.