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Un año después del inicio de la pandemia, Wuhan se volvió la ciudad del olvido

People stand before a large video screen
Los residentes de Wuhan asisten a una exposición sobre la batalla de la ciudad contra el coronavirus, en enero. Un año después del bloqueo, Wuhan ha vuelto en gran medida a la normalidad, incluso mientras China continúa luchando contra los brotes en otros lugares.
(Ng Han Guan / Associated Press)
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Si no fuera por las mascarillas, uno nunca adivinaría que aquí ha comenzado una pandemia.

La calle Jianghan, una famosa avenida comercial peatonal bordeada de edificios coloniales, lucía llena de la alegría por el Año Nuevo Chino. Colgaban farolillos rojos, los escaparates mostraban rebajas especiales, las familias comían brochetas de dulces y compraban ropa y regalos para la temporada.

Decorations for the Chinese New Year hang in a store in Wuhan.
Decoraciones para el Año Nuevo Chino cuelgan en una tienda en Wuhan, China.
(Ng Han Guan / Associated Press)

Hace un año, estas calles eran un paisaje árido de terror. Los residentes de Wuhan permanecían puertas adentro, tenían prohibido salir mientras que un virus se cobraba miles de vidas. Los hospitales estaban abrumados, los pacientes luchaban por respirar en las salas de espera y hasta en los estacionamientos, mientras que los familiares lloraban pidiendo ayuda en internet y a través de las líneas telefónicas directas del gobierno, con las que a menudo era imposible conectarse.

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Pocos en Wuhan, una ciudad industrial sobre el río Yangtze, quieren recordar ese momento. Escenas similares se vivieron en todo el mundo a medida que se propagaba el COVID-19, que se ha cobrado la vida de más de 2.3 millones de personas hasta ahora. Pero aquí, donde comenzó la pandemia, todo ha vuelto a ritmos familiares. Se han reportado menos de 10 infecciones desde abril pasado. Beijing convirtió a Wuhan en un símbolo de su victoria sobre el coronavirus, y arresta y silencia a quienes cuestionan su discurso y culpan al gobierno por el mal manejo del brote inicial.

A man carries a child on his back on the streets of Wuhan.
Un hombre con un niño, cerca del Hospital Provincial de Medicina Integrada China y Occidental de Hubei, en Wuhan, el 29 de enero.
(Ng Han Guan / Associated Press)

En la superficie, hay tantas cosas que sugieren que la ciudad se ha curado: dos mujeres jóvenes sentadas en la acera, charlan sobre problemas con sus novios. Un anciano con un abrigo naranja y una boina blanca empuja la silla de ruedas de su esposa hacia el sol y le ofrece el brazo mientras ella mira a la multitud que ríe. Sin embargo, por debajo de todo ello persiste una sensación de inquietud. “Es como si todos hubiéramos tomado un anestésico”, comentó Mary Xu, de 56 años, terapeuta en Wuhan. “La gente no quiere afrontarlo. Son insensibles y evasivos”.

Nadie a su alrededor quería hablar sobre el primer aniversario del cierre total de Wuhan, comentó. Siempre que surgía en una conversación, alguien cambiaba rápidamente de tema, a veces proponiendo un brindis: “¡Salud, todavía estamos vivos!”.

“La gente ha construido un caparazón para protegerse”, reconoció Xu.

Muchos de sus pacientes todavía están atormentados por la culpa y el dolor, especialmente aquellos que perdieron a sus seres queridos en los primeros días del encierro de Wuhan. La escasez de pruebas y camas de hospital significó que muchos fallecieran sin confirmación de si tenían COVID-19 o no.

Residents walk past a row of bicycles in Wuhan.
Residentes de Wuhan pasan junto a la propaganda gubernamental pintada sobre un muro, el 4 de febrero pasado.
(Ng Han Guan / Associated Press)

La madre y el marido de una mujer fallecieron con unos pocos días de diferencia. Una esposa entró en pánico cuando su esposo fue puesto en cuarentena: ella tiró todo lo que él había tocado en la casa. Sentada sola, se sentía incapaz de respirar, temerosa de morir sin que nadie lo supiera. Xu la había aconsejado por teléfono.

Otra mujer había pasado días pidiendo una ambulancia (en ese momento también se prohibía la circulación de automóviles privados en las calles de Wuhan) para su padre, pero una vez que el vehículo llegó, no pudo conseguirle una cama de hospital. Ella lo instaló en su casa y lo acostó en el primer piso, porque no tenía fuerzas para trasladarlo escaleras arriba. “El hombre falleció allí, frente a ella. Su hija le estaba haciendo sopa de arroz”, relató Xu. “No le pudo decir adiós”.

Aliviar tal trauma puede llevar años. Es más fácil para muchos de los residentes de Wuhan bloquear los recuerdos de los días más oscuros. También hay escasez de buenos psicólogos, reconoció Xu. Muchos son demasiado rápidos para diagnosticar problemas en lugar de explorar la ira, la tristeza y el miedo que sienten los pacientes. La vergüenza también prevalece. “Hay una especie de estigma”, reconoció. Incluso ella se sintió avergonzada de preguntarles a quienes habían perdido a familiares el año pasado cómo estaban. Aquellos que contrajeron el virus pero sobrevivieron no hablan de ello. “Es un sentimiento de culpa, y el miedo de que la gente te evite”, comentó Xu.

También hay razones políticas para olvidar. “El pueblo chino siempre ha atravesado crisis. ¿Por qué debería reaccionar de manera diferente esta vez?”, se preguntó Ai Xiaoming, una destacada profesora jubilada de literatura y estudios de la mujer, que también realiza documentales en Wuhan. Sus trabajos a menudo cubren temas sociales censurados, como los campos de “reeducación mediante el trabajo” y levantamientos en las aldeas contra funcionarios corruptos del partido.

A child wearing a mask rides on a skate scooter in Wuhan.
Una niña con una mascarilla usa una patineta en Wuhan, China, en enero.
(Ng Han Guan / Associated Press)

Una y otra vez, los laobaixing de China -la gente común- sobreviven a la tragedia causada por la irresponsabilidad del gobierno y se dicen a sí mismos que solo deben sentirse agradecidos por estar vivos, señaló Ai.

“Esto es un remanente de la Revolución Cultural y la Gran Hambruna”, dijo, refiriéndose a la agitación social y la hambruna masiva de la era de Mao Zedong, que mató a decenas de millones en las décadas de 1960 y 1970. Muchos chinos mayores contrastaron la riqueza y la estabilidad de hoy con el canibalismo surgido durante la hambruna, y se sintieron agradecidos por lo ocurrido ahora.

“Pero si pensamos de esa manera, entonces estamos usando las bestias como estándar”, agregó Ai. “¿Mientras no nos comamos entre nosotros nos está yendo bien y debemos estar agradecidos? No. Deberíamos usar la vida humana como estándar”.

Otros quieren que el gobierno rinda cuentas por no reaccionar con la rapidez suficiente para contener el virus en los primeros días, añadió, pero no se atreven a exigirlo: “El costo es demasiado alto”.

Ai no sabe bien cuánto decir a los periodistas. “Todo el mundo se arriesga a hablar, y luego no puedes decir todo lo que deseas. ¿Es así como debe comportarse un intelectual? ”, se preguntó. “Me avergüenzo”.

Uno de los primeros residentes de Wuhan en publicar videos de los hospitales que revelaron la escala del brote fue Fang Bin, quien habló con The Times después de un arresto inicial, el 4 de febrero de 2020, para luego ser detenido nuevamente cinco días después. Bin está desaparecido desde entonces. Ese día, había publicado un video de 12 segundos, en el que decía: “Todos los ciudadanos resisten, devuelvan el gobierno al pueblo”.

A woman walks past a stone lion and Lunar New Year decorations.
Una mujer pasa junto a las decoraciones del Año Nuevo Lunar, frente a una tienda en Wuhan, China, el 1º de febrero.
(Ng Han Guan / Associated Press)

Otra activista, una ex abogada llamada Zhang Zhan, de 37 años, fue detenida en mayo después de publicar videos en línea sobre el brote de Wuhan. Fue condenada a cuatro años de prisión por cargos de “provocar peleas y generar problemas”, en diciembre.

La mujer está en huelga de hambre desde junio y ha perdido 44 libras, según uno de sus abogados. Las autoridades la alimentaron a la fuerza con un tubo, mientras mantenían sus manos restringidas para que no pudiera quitárselo, relató el defensor.

“Los abogados son como marionetas aquí”, dijo el legista de Zhang, a quien no se menciona porque se le prohibió hablar con medios extranjeros. Incluso defender a Zhang a veces parecía una farsa, reconoció, como si uno estuviera “de acuerdo con la actuación” y legitimando una corte falsa. “Fuera de la ley”, agregó, “hay otro sistema oculto en funcionamiento, más aterrador”.

Un aumento reciente en los arrestos de activistas y la destitución de abogados de derechos humanos ha dejado en claro el precio de expresarse en contra del discurso gubernamental.

La semana pasada, la activista por los derechos de las mujeres Li Qiaochu, de 27 años, fue detenida en Beijing. Li había pasado cuatro meses detenida en régimen de incomunicación el año pasado debido a su vínculo con Xu Zhiyong, un activista de derechos civiles y estudioso del derecho, que escribió una carta abierta el año pasado pidiendo al presidente chino, Xi Jinping, la dimisión.

“En nombre del ‘mantenimiento de la estabilidad’, la Oficina de Seguridad Pública de Wuhan amenazó y denigró a los médicos que intentaron revelar la verdad sobre el coronavirus”, escribió Xu en la misiva. “El encubrimiento de la crisis que se desarrollaba en Wuhan contribuyó directamente a lo que ahora es un desastre nacional. ¿Estabilidad a cualquier precio, al costo de la libertad de los chinos, de su dignidad y su búsqueda de la felicidad? Por todo eso, ¿es el sistema realmente tan estable?”.

Wuhan residents and their children near Chinese Lunar New Year decorations.
Residentes y sus hijos cerca de las decoraciones del Año Nuevo Chino, en Wuhan.
(Ng Han Guan / Associated Press)

Xu fue arrestado con el cargo de “subvertir el poder del Estado”, con una posible sentencia de 15 años a cadena perpetua. Li, quien fue arrestado nuevamente después de hablar públicamente sobre el caso de Xu y su abuso durante la detención, recibió el mismo cargo.

Para algunos en Wuhan, la memoria es un dolor constante y cotidiano.

Zhong Hanneng, de 68 años, perdió a su hijo Peng Yi por COVID-19 en febrero de 2020. También se infectó y estuvo en cuarentena en su casa, sin saber de la muerte de su hijo hasta un mes después. Solo entonces su nuera le contó cómo había luchado para encontrarle a Peng, de 39 años, una cama de hospital y el traslado.

Pasaron días de negociación antes de que consiguieran un pequeño camión de caja abierta para llevar a Peng a un centro médico. Lo trasladaron en la parte de atrás pese a su fiebre alta, expuesto a la lluvia invernal durante más de una hora en el camino.

En el hospital, el personal abrumado lo había descuidado, y solo le habían dado un cartón de leche después de horas de mendigar comida, relató Zhong. En sus últimos momentos, antes de perder el conocimiento, había enviado muchos mensajes sin respuesta pidiendo ayuda al personal sanitario.

Zhong se enteró de esto recientemente, cuando recibió el teléfono celular de Peng y revisó el contenido. “Siempre pienso en él solo, en cómo murió sin nadie a su alrededor. Ese tipo de impotencia… Ese tipo de miedo”, afirmó. “Me cuesta pasar los días. No puedo dejar de pensar en eso. No puedo superarlo”.

Zhong estaba enojada porque había creído en los mensajes del gobierno que había visto por televisión, acerca de que el virus era “controlable y prevenible”, sin peligro de transmisión de persona a persona. Fue en esta época del año pasado, los días previos al Año Nuevo Chino, cuando su familia había salido entre las multitudes, creyendo que no se enfermarían. “Si tan solo nos hubieran dicho antes. No tuvimos ninguna advertencia. Siempre creemos lo que dicen”, agregó. “Fuimos demasiado estúpidos, demasiado infantiles”.

Zhong presentó dos denuncias contra el gobierno local en busca de responsabilidad por el tratamiento de su hijo, pero no recibió respuesta. Había sido un maestro de escuela primaria muy querido. Sus colegas y el secretario del Partido Comunista de la escuela habían tratado de ayudarlo a conseguir un lugar en el hospital cuando estaba enfermo. Pero una vez que murió, dejaron de comunicarse con la familia, afirmó Zhong.

El único alivio que la mujer sintió fue cuando hizo ocho sesiones de terapia en línea, aunque no pudo volver a contactar al terapeuta cuando terminaron esas sesiones. Se había sentido insegura sobre lo que podía decir en línea. Cuando expresó enojo con el gobierno durante sus sesiones, el terapeuta pareció vacilar y alejarse, dijo.

“Tenían miedo de escuchar”, reconoció.

Wuhan había vuelto a la normalidad; ella no, y eso la hacía peligrosa.

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