Se acercan los Juegos Olímpicos, y las infecciones por COVID aumentan; ¿Japón tomó la decisión correcta?
SEOUL — Dentro de una semana, los Juegos Olímpicos -ahora anacrónicamente llamados 2020-, finalmente darán inicio.
Es un momento para el que Japón se ha estado preparando durante mucho tiempo —desde marzo del año pasado, cuando los Juegos de Tokio se retrasaron debido a la pandemia; desde 2016, cuando el entonces primer ministro de Japón, Shinzo Abe, tomó la batuta en Río de Janeiro con un disfraz de Super Mario y también desde 2013, cuando el país logró por primera vez su reñida oferta—.
Aun así, el país va camino a los Juegos Olímpicos con un sentido de resignación y un ajuste de cuentas sobre cómo sus líderes manejaron una pandemia que está arruinando un momento clave para el orgullo nacional. Muchos japoneses piensan menos en las carreras y las medallas de oro que en el hecho de que Tokio se encuentra en un cuarto estado de emergencia. Las infecciones por coronavirus aumentaron nuevamente y los problemas de suministro estancaron la vacunación.
Mucho cambió desde mayo de 2020, cuando Abe promocionó como un éxito el “modelo japonés” de luchar contra el COVID-19. A pesar de que la fecha original planeada para los Juegos Olímpicos había pasado hacía tiempo -un reloj cuenta los días en el centro de Tokio- el país pugna por defender sus decisiones, haciendo revisiones de último momento y avanzando con unos Juegos moderados y sin espectadores, con fuertes restricciones para los atletas visitantes y sus propios ciudadanos.
Las razones detrás de la disposición menos que ideal de Japón para albergar estas olimpíadas pandémicas pueden estar en el éxito temprano de la nación en frenar el virus y en la adhesión voluntaria de sus ciudadanos a las precauciones recomendadas por el gobierno.
“Japón comenzó la experiencia COVID con complacencia, de eso no hay duda”, destacó Koichi Nakano, profesor de ciencias políticas en la Universidad Sophia, en Tokio. “La gente se vio obligada a asumir la responsabilidad de protegerse y contener el virus. Ahora, piensan que ya es suficiente”.
Japón desconcertó a los observadores al comienzo de la pandemia al mantener bajas las infecciones y las muertes pese a realizar muchas menos pruebas que otros países, imponer solo restricciones leves y hacer poco para sumar camas de hospital.
Los líderes japoneses justificaron las pruebas limitadas y las moderadas medidas, como un enfoque “basado en grupos” y centrado en frenar los eventos de superpropagadores, en lugar de tratar de contener la transmisión comunitaria. Fue una estrategia que un miembro del gobierno describió más tarde como “medidas provisionales... [que] resultaron bien, finalmente”, según el informe de una comisión independiente que evaluó la respuesta de Japón al COVID-19.
Abe se apresuró a declarar el triunfo del modelo japonés. Dijo que el virus se había controlado “de una forma característicamente japonesa”, que permitió que la vida siguiera adelante sin un bloqueo económico. Para el verano, el gobierno incluso promovió una campaña de turismo nacional para impulsar la debilitada industria de viajes.
“La contención temprana de la pandemia en su primera ola […] de alguna manera atenuó el sentido de urgencia de introducir medidas y herramientas políticas más sólidas en preparación para una propagación más severa”, destacó Akihisa Shiozaki, un abogado con sede en Tokio que trabajó en la investigación de la comisión independiente.
En el British Medical Journal de este año, los investigadores de salud pública escribieron que Japón no reflexionó sobre las deficiencias de su respuesta temprana, y “en cambio, se apegó a las nociones de excepcionalismo”.
Eso dejó a Japón mal preparado cuando una tercera ola de casos abrumaron al país y sus instituciones médicas, a principios de este año, seguida de una cuarta oleada en mayo, con los Juegos Olímpicos a la vuelta de la esquina. Miles de pacientes con COVID-19 que necesitaban camas hospitalarias no las tenían. Más de tres cuartas partes de las 15.000 muertes de Japón por COVID-19 ocurrieron en 2021. Las infecciones diarias de la nación están en alrededor de 2.300 y tienen tendencia al alza, muy por debajo del pico de enero, de casi 8.000, pero los casos en Tokio registran un máximo de seis meses.
Al mismo tiempo, el lanzamiento de la vacuna tuvo un comienzo laboriosamente lento. Japón necesitaba ensayos clínicos adicionales y dependía de los municipios locales, muchos de los cuales carecían de capacidad para distribuir dosis rápidamente. Esta semana, partes de Tokio y otras regiones debieron suspender citas de vacunación debido a un cuello de botella en los turnos.
Cuando falta una semana para la ceremonia de apertura, y se teme que la variante Delta, altamente infecciosa, genere más peligro, menos de un tercio de los 125 millones de japoneses tiene como mínimo una dosis de vacuna, y menos del 20% están completamente inoculados.
“El liderazgo político ausente y errático es el culpable de un gran fracaso del gobierno japonés, que tuvo mucho que perder por no vacunarse antes de los Juegos Olímpicos”, remarcó el docente.
El desempeño inicial de Japón en la lucha contra el COVID-19, agregó, se debió en gran parte a los esfuerzos de los ciudadanos individuales por ser atentos y cautelosos, y que el gobierno se atribuyó un crédito indebido. Ahora, esa paciencia se está agotando peligrosamente y engendra resentimiento entre aquellos que creen que, una vez más, se les pide que se contengan por el bien de los Juegos Olímpicos, añadió Nakano. “La mayoría de los japoneses sienten que están siendo explotados; su paciencia y perseverancia no llegarán a los Juegos Olímpicos. Prefieren ir a la escuela, o encontrarse con sus abuelos; todo eso está en riesgo debido a los Juegos Olímpicos”, afirmó.
El gobierno japonés también tiene antecedentes de pecar de cauteloso cuando se trata de aprobaciones farmacéuticas o de vacunas, debido a sus escándalos pasados, añadió Shiozaki. Por ejemplo, suspendió su recomendación para la vacuna contra el virus del papiloma humano -ampliamente utilizada- después de los informes de efectos adversos en 2013, y aún tiene que revertir esa decisión.
El Comité Olímpico Internacional (COI) no fue particularmente útil para ganarse al público japonés. Esta misma semana, el presidente de la entidad, Thomas Bach, prometió hacer que los Juegos fueran seguros para el “pueblo chino”, antes de corregirse rápidamente en su primera aparición pública en Tokio. El día de su llegada, el hashtag “Bach, vete a casa” era tendencia en Twitter.
Bach eludió las preguntas de los medios japoneses sobre lo que sucedería en caso de un aumento drástico de la infección durante los Juegos Olímpicos, y solo dijo que la cancelación “no era una opción”.
A medida que los atletas y su personal de apoyo comenzaron a llegar en mayor número, esta semana, los equipos empezaron a experimentar roces con infecciones que podrían ser una indicación de lo que vendrá. El equipo de rugby femenino de Rusia y el masculino de Sudáfrica debieron aislarse después de entrar en contacto con quienes habían dado positivo por el virus.
Para Kazuto Suzuki, profesor de política internacional en la Universidad de Tokio, el truco de disfrazarse de Super Mario de Abe había encapsulado la esperanza de Japón de que los Juegos Olímpicos fueran una celebración descarada de todo lo que el país tenía para ofrecer en el escenario mundial. “Esta vez, Japón será más japonés en estos Juegos Olímpicos, tratando de ser lo mejor de la nación”, enfatizó. Ahora, ante la ansiedad por lo que sucede, “Ese tipo de cosas ya no existen”.
El mejor escenario que el público japonés puede esperar serían unos Juegos sin incidentes que terminen con el país -y el mundo- no mucho peor de lo que está, comentó Suzuki. Que únicamente se trate de una aspiración olímpica.
“Es una forma muy funcional y simplista. No más comercialismo, no más nacionalismo”, agregó. “Poder verla por televisión como cualquier otra Olimpíada que ocurre en cualquier otro país”.
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