Niños atrapados en la cueva tailandesa fueron drogados para asegurar su rescate
La droga ketamina tiene larga trayectoria como anestésico para animales de carga. También tuvo una breve aparición como droga para fiestas, bajo el nombre de “Special K”, y el mes pasado, obtuvo el reconocimiento de la Administración de Drogas y Alimentos (FDA) como antídoto de acción rápida para la depresión resistente al tratamiento.
Quienes pensaban que la ketamina ya no escondía sorpresas, se equivocan. En un nuevo relato de la audaz operación que liberó a 12 jugadores de fútbol y su entrenador de un complejo acuático en un sistema de cuevas en Tailandia, en julio pasado, se le atribuye a la ketamina un papel clave en el salvamento.
En una carta publicada el pasado miércoles en el New England Journal of Medicine, los profesionales médicos responsables de organizar el rescate seguro del equipo atrapado revelaron que los evacuados estaban anestesiados con ketamina cuando “salieron de la cueva, vistiendo sus fríos, mojados y holgados trajes”.
Además de evitar que los niños entraran en pánico durante la inmersión repetida en aguas turbias y turbulentas, la ketamina posee una propiedad rara entre los sedantes: hace que los vasos sanguíneos se contraigan en lugar de relajarse. Ello la convirtió en una buena opción para la sedación de los pacientes, que pasaron de un rescatista al siguiente, en aguas frías, después de un largo período de estrés, deshidratación y falta de alimentos: tenían menos probabilidades de desarrollar hipotermia.
Conocida como un “anestésico disociativo”, la ketamina puede producir extrañas sensaciones extracorpóreas y respuestas contundentes de miedo y dolor. Se puede administrar, incluso a un paciente frenético, con una inyección intramuscular, una práctica que los anestesiólogos denominan “dardo de ketamina”.
Y a diferencia de los “fármacos de sedación profunda”, como el propofol o las diazepinas -que, según los expertos, probablemente fueron considerados para este uso pero finalmente descartados-, las dosis moderadas de ketamina no suprimen la respiración. Esto puede haber sido clave para su implementación, fuera de máquinas de monitoreo respiratorio o del uso de ventiladores mecánicos.
“El fármaco lograría que los niños cooperaran y siguieran respirando espontáneamente durante el rescate”, explicó el Dr. John Rivard, anestesiólogo en Ann Arbor, Michigan, quien participó en misiones médicas en Tailandia y otros 14 países. “Me quito el sombrero ante el equipo de rescate”.
El Dr. Jeffrey L. Apfelbaum, anestesiólogo de la Universidad de Chicago, también quedó impresionado por los aspectos médicos del rescate. “Las habilidades necesarias para sacar a estos niños de allí fue simplemente increíble”, aseveró. “Hay innumerables formas, tanto médicas como de buceo, en las que podría haber ocurrido una tragedia. Esto no fue sencillo de ninguna manera”.
Ninguno de los 12 adolescentes que jugaban en el equipo de fútbol Wild Boars tenía experiencia de buceo y varios no sabían nadar. Pero los niños, junto con su entrenador, permanecieron atrapados durante al menos 15 días. Si no se les agotaba primero el oxígeno, las inminentes lluvias monzónicas que pueden ser ininterrumpidas por días, amenazaban con ahogarlos.
Para salir de allí, de a un niño por vez debía ser escoltado a través de un laberinto traicionero de pasillos llenos de agua turbia, de profundidad impredecible. Un oficial retirado de la armada tailandesa ya había muerto mientras cruzaba y el bienestar físico y mental de los niños era cuestionable. Los menores necesitaban respirar por sí mismos y, posiblemente, cooperar con las instrucciones, a medida que eran trasladados de un socorrista a otro y no debían entrar en pánico, ya que cada paso del relevo estaba planeado con precisión militar.
En el New England Journal of Medicine, el equipo médico de emergencia que planeó el salvamento reveló que los rescatistas administraron “dosis no especificadas” de “anestesia basada en ketamina” a cada niño. Luego, les aplicaron una “máscara facial completa” que llevaba el aire enriquecido con oxígeno hacia los pulmones.
Lograron salir del complejo de cuevas de Tham Luang, el 8 de julio pasado, a los primeros cuatro evacuados se les reemplazaron esos dispositivos por mascarillas de oxígeno, que se ajustaban más libremente. También les colocaron gafas oscuras para proteger sus ojos, que no habían estado expuestos al sol en más de dos semanas.
También se inmovilizó la cabeza y el cuello de cada paciente, en caso de que tuviera algún traumatismo espinal. Luego les quitaron sus prendas mojadas y finalmente se les abrigaba con mantas para evitar la hipotermia.
A pesar de las precauciones, el segundo chico que emergió de la cueva presentó hipotermia mientras era transportado en helicóptero desde el hospital de campaña hasta el Centro Médico Chiangrai Prachanukroh.
Mientras que la temperatura normal del cuerpo es de alrededor de 98.6 grados Fahrenheit (o 37 grados Celsius), la hipotermia surge cuando esa marca cae por debajo de los 95 grados F (o 35 grados C). A esa temperatura o por debajo, el corazón, el sistema nervioso y otros órganos trabajan de forma errática. Si la temperatura central de un paciente no aumenta -generalmente mediante una infusión de líquido salino calentado y un suministro generoso de mantas tibias- la insuficiencia cardíaca y respiratoria pueden causar la muerte.
La temperatura central del niño hipotérmico se redujo a 34.5 grados C, un problema atribuido a la “coordinación insuficiente del equipo”, según el informe de la publicación médica. Después de ese episodio, se asignó a un anestesiólogo para medir la temperatura central de los evacuados una vez que salían de las cuevas.
El Dr. Richard Harris, un anestesista australiano que contribuyó con el informe, enseñó a los buzos rescatistas a administrarle la ketamina a los niños, “y a reforzar la dosis en el momento adecuado” (no fue posible contactar a Harris y al coautor, Dr. Krit Pongpirul, de la Universidad de Chulalongkorn en Bangkok, para comentar en este artículo).
Después de una ceremonia, en julio, en la que Harris fue honrado por su papel en el operativo, el médico declaró ante los reporteros que todos los chicos rescatados “necesitaron una nueva dosis en diferentes momentos del proceso”.
Como resultado, los anestesiólogos supusieron que el nivel de conciencia de los niños probablemente varió en el transcurso de su recorrido hacia el exterior de la cueva.
Mientras que varios anestesiólogos estadounidenses elogiaron la decisión del equipo sobre el uso de ketamina, algunos reconocieron que el uso del sedante planteaba algunos riesgos -que, afortunadamente, no se concretaron-.
Para el Dr. Jeffrey B. Gross, presidente del departamento de anestesiología de la Universidad de Connecticut, la sedación ligera con ketamina “básicamente revuelve un poco el cerebro, pero no duerme [al paciente]”. En algunos puntos, los niños pueden haber sido capaces de seguir instrucciones sencillas, aunque su capacidad para realizar maniobras complejas, como nadar, sería dudosa, dijo.
Apfelbaum cree que muchos de los niños pueden haber estado profundamente sedados durante los tramos más peligrosos del trayecto. Eso habría dejado sus cuerpos virtualmente insulsos, incapaces de moverse o sacudirse si se asustaban, pero aún así con la capacidad de respirar y de ser entregados a salvo de un rescatista al siguiente.
Para entre el 5% y el 30% de los pacientes -especialmente adolescentes- la ketamina puede inducir alucinaciones espantosas, señaló Gross. Y si bien la supresión respiratoria es poco común en dosis moderadas, “a dosis más altas se puede perder el conocimiento y dejar de respirar”. “Siempre me aseguro de tener una mascarilla y oxígeno si administro una dosis alta”, remarcó Gross. “Sería espantoso tener que responder por ellos si les administrara algo más que una dosis baja”.
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