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‘La fe hace que uno aguante’: feligresa que dará seguridad al papa Francisco en México

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“Y, bueno, la cita va a ser aquí en la parroquia a las 5 de la mañana”, suelta el Padre Juan José Cedeño ante el grupo de 300 voluntarios que comienza en voz baja a rasgar el silencio hasta estallar en risas.

Cada una de las funciones que el párroco va describiendo se antoja poco atractiva: desmañanarse, acudir entre 10 y 12 horas antes del paso de Francisco I y quedarse por periodos igual de largos; cuidar que la gente detrás de las vallas no haga esto o aquello, estar de pie mucho tiempo, tomar de la mano de cierto modo a los compañeros voluntarios más cercanos y, ¡peor!, evitar a toda costa caer en la tentación de la selfie a la mera hora.

“Pero el cansancio ni se siente: la fe hace que uno aguante todo”, concluye Juanita González, quien destaca entre el numeroso grupo por tener la cabeza más blanca y la sonrisa más amplia.

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A sus 72 años, la mujer sigue recordando los segundos en los que pudo ver al hoy santo Juan Pablo II.

“Lo tengo muy presente, con ese color sonrosadito, hermoso. Lo vi de lejecitos y sentí un impacto muy tremendo que me hizo llorar”, cuenta.

El padre “Juanjo”, como le llaman de cariño al responsable de la Pastoral Juvenil del Arzobispado, conoce a su público y sabe mantenerlo atento y relajado, dramatizando cómicamente las situaciones en las que podrían hallarse el esperado día.

En la breve capacitación, el religioso apela primordialmente al sentido común y a la paciencia de los participantes.

Y luego de las risas, seriedad absoluta: “Somos la última seguridad del Santo Padre. Seamos amables, seamos respetuosos. Nos toca dar testimonio de nuestra fe, de lo que somos y de lo que creemos”, sentencia.

Instrucciones

El padre discurre sobre varios otros detalles generales sobre ubicación y funciones, que irán afinando al acercarse la fecha: los hermanos discapacitados, los niños, los cierres al acceso vehicular, el caos vial que se hallarán, los autobuses, el Estado Mayor Presidencial, los baños...

“¡Usen pañales!”, propone a su bienhumorada congregación.

“¿Y podemos llevar una mochilita para llevar sándwiches o algo así?”, pregunta una chica desde las filas del fondo.

“Claro. No va a haber desayuno, Llévense su mochilita y su sándwich, su cafecito, su agua... La mochilita es, primero, para cargar, y luego de basurero. No seamos cochinos”, aprovecha Cedeño para advertir.

Esta Reunión General de Voluntarios en la Parroquia de San Miguel Arcángel, en la colonia San Miguel Chapultepec, ocurre paralelamente a las de las otras siete vicarías.

Antes de la instrucción, el grupo cantó, hizo oración y atendió a la enseñanza propuesta, que se presentó a través de videos y dinámicas.

Al llamado han acudido en su mayoría jóvenes, pero también hay familias con bebés, adultos que vienen en representación de grupos enteros y hasta un breve grupo de religiosas, Hijas de la Caridad de María Inmaculada, quienes aseguran que vestirán la playera que identificará a los voluntarios sobre el hábito blanco que les caracteriza.

Sor Olga, de 29 años, aclara que se agregan al grupo porque, contrario a lo que se podría aventurar, no gozan de privilegios especiales por ser religiosas.

“Nos da mucha emoción”, dice con timidez la religiosa oriunda de Autlán, Jalisco.

“Nos gustaría participar en una misa, pero está difícil conseguir boletos, como para cualquier fiel cristiano”.

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