A pesar de que el público se centra en los niños no acompañados y las familias de América Central, los adultos de México representan el 80 por ciento de las detenciones a lo largo de la frontera entre California y México, es el mayor grupo demográfico de todos los migrantes.
Veinticuatro horas al día, adultos con los zapatos raspados y los pantalones llenos de polvo salen del puerto de entrada de Otay Mesa —a veces solos y otras en grupo— a las calles de Tijuana.
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Mexican adults are crossing the border again and again in attempts to reach the United States
Muchos se detienen a cargar sus teléfonos en la pequeña plaza que recibe el tráfico peatonal hacia el sur. Algunos permanecen durante horas, sin saber a dónde ir, después de que sus planes de llegar a Estados Unidos han fracasado.
La mayoría son hombres mexicanos. Y para la mayoría, no es la primera vez que se encuentran con un regreso abrupto a México, expulsados bajo una política pandémica conocida como Título 42 del país donde esperaban colarse y construir vidas más estables.
Al comienzo de la pandemia de COVID-19, los cruces fronterizos disminuyeron a medida que los países se cerraban temporalmente para frenar la propagación del virus. Desde abril de 2020, el número de aprehensiones mensuales por parte de la Patrulla Fronteriza ha aumentado hasta alcanzar un pico que no se veía desde la primavera de 2000. Y a pesar de la atención centrada en los niños no acompañados y las familias de Centroamérica, el mayor grupo demográfico que impulsa ese incremento son los adultos de México que viajan solos.
“Creo que está relacionado con el impacto negativo de la pandemia en la economía mexicana”, dijo Rafael Fernández de Castro Medina, director del Centro de Estudios México-Estados Unidos de la Universidad de California en San Diego. “Esto es algo que también se está viendo en Brasil y Colombia. La frontera está básicamente conectada con el bienestar de las economías de todo el hemisferio. Los factores de empuje son muy fuertes ahora”.
Hasta mayo del año fiscal 2021, alrededor del 40 por ciento de las aprehensiones a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México fueron de adultos mexicanos. A lo largo de la frontera de California, su proporción de aprehensiones fue aún mayor, con un 80 por ciento.
Pero los recuentos de detenciones recientes están muy inflados con respecto al número real de personas que intentan llegar a Estados Unidos.
La tasa de reincidencia en toda la frontera, o tasa de repetición de cruces, aumentó del 7 por ciento en el año fiscal 2019 a casi el 26 por ciento en 2020, según Jacob Macisaac, agente de la Patrulla Fronteriza y portavoz del sector de San Diego.
Pero incluso eso no capta completamente el alcance de los recuentos de reincidentes.
Casi todos los entrevistados por el San Diego Union-Tribune, poco después de ser expulsados a Tijuana, dijeron que habían intentado cruzar la frontera tres o más veces en las últimas semanas con la esperanza de entrar.
Un hombre, que no quiso ser identificado, dijo que había perdido la cuenta de cuántas veces lo había intentado. Lanzó una conjetura: 30.
Parte de la razón, de que los que cruzan la frontera puedan intentarlo tantas veces, es el Título 42, la política que la administración Trump puso en marcha al principio de la pandemia y que la administración Biden ha mantenido. Da a los funcionarios fronterizos el poder de expulsar inmediatamente a las personas que aprehenden y enviarlos de vuelta a México o a sus países de origen.
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Ambas administraciones han afirmado que el Título 42 está destinado a mantener el COVID-19 fuera de Estados Unidos, a pesar de que muchos expertos en salud pública cuestionan su necesidad. Los críticos de la política han argumentado que niega a los peticionarios de asilo el acceso a solicitar protección.
Para las personas que cruzan la frontera y no intentan solicitar asilo, la política elimina algunas de las consecuencias que habrían tenido que afrontar por cruzar varias veces. La reentrada ilegal es un delito federal y puede conllevar hasta dos años de prisión federal, o una década o más si el individuo tiene ciertos antecedentes penales. En virtud del Título 42, en lugar de remitir a los que cruzan repetidamente para su enjuiciamiento, los agentes suelen enviarlos de vuelta una y otra vez.
Tras su última expulsión, el hombre que había cruzado docenas de veces no pensaba en las políticas fronterizas de Estados Unidos que le facilitaban seguir intentándolo sin acabar en una prisión federal. Estaba pensando en sus necesidades, y en su sueño.
“Si necesitan trabajadores, ¿por qué nos ponen tantas trabas para llegar?”, preguntó el hombre en español.
Una llamada de Wisconsin
Las repercusiones económicas de la pandemia se han dejado sentir en Estados Unidos y México, pero han provocado condiciones muy dispares en los países vecinos.
En México, los puestos de trabajo han desaparecido y no han vuelto. Sin apoyo del gobierno, muchos mexicanos tienen dificultades para pagar el alquiler y otras facturas básicas.
En Estados Unidos, cuando el desempleo aumentó durante la pandemia, los funcionarios del gobierno se movilizaron para distribuir billones de dólares de ayuda para los trabajadores y las empresas. Ahora, por una combinación de razones, muchas industrias se enfrentan a la escasez de trabajadores.
“En la historia de la frontera, se diría que esto se parece a muchos otros períodos en los que hemos tenido bastante inmigración desde México, como en los años noventa, en los que las economías se movían en dos direcciones diferentes”, dijo Everard Meade, director del Instituto Transfronterizo de la Universidad de San Diego. “Cuando hay grandes brechas de crecimiento en países que están tan entrelazados, deberíamos esperar ver un poco de demanda en el mercado laboral”.
La escasez de trabajadores en Estados Unidos llevó a un empleador de Wisconsin del sector de la construcción y la reparación a ponerse en contacto con su antiguo empleado Enrique, un hombre de 42 años de Puebla que pasó varios años como trabajador indocumentado en EE.UU antes de regresar a México por su cuenta para estar con su familia. El empleador suplicó a Enrique —que, como otros en este artículo, no se identifica plenamente debido a su situación de vulnerabilidad— que volviera a trabajar para la empresa e incluso se ofreció a pagar la cuota de contrabando.
Con la esperanza de ahorrar suficiente dinero para construir una casa para su familia y no tener que preocuparse por el alquiler en medio de la inestabilidad laboral en su ciudad natal, Enrique aceptó. Dejó a su mujer y a su hijo y se dirigió a Tijuana, donde oyó que los contrabandistas eran buenos para hacer pasar a los inmigrantes.
Intentó cruzar tres veces cerca de las salidas de Las Américas, donde recientemente se encontró a una joven guatemalteca abandonada en la frontera por los contrabandistas. Enrique dijo que el grupo de contrabandistas que lo guiaba distrajo a los agentes de la Patrulla Fronteriza para que él y otros adultos pudieran cruzar corriendo y esconderse hasta que apareciera el ‘levantón’, o persona enviada a recoger a los que cruzan en el lado de Estados Unidos. Pero en todas las ocasiones lo atraparon y lo expulsaron.
Si hubiera logrado cruzar, su empleador le habría pagado 8.000 dólares, dijo. Pero como no lo consiguió, no tuvo que pagar nada.
Entonces, lo intentó con un contrabandista que planeaba repartir visados falsos y llevar a un grupo en un auto por los carriles para vehículos del puerto de entrada. El éxito en esa ruta significaba una factura de 12 mil dólares al final del viaje, dijo Enrique.
Pero la policía municipal de Tijuana detuvo el auto antes de que el grupo llegara a la frontera y arrestó a muchos de los que iban en el vehículo. Enrique se quedó solo cerca del puerto de entrada de Otay Mesa en torno a las 4 de la mañana y decidió esperar con los recién expulsados hasta que saliera el sol y se abrieran las diferentes opciones de transporte antes de regresar a su lugar de residencia en la ciudad.
En la oscuridad, las calles de Tijuana pueden ser especialmente peligrosas para los expulsados. Tanto las organizaciones criminales como la policía son conocidas por sus palizas, robos y cosas peores, y, al igual que los deportados y otros migrantes, los expulsados suelen ser visiblemente vulnerables, lo que los convierte en objetivos probables.
Durante el día, los expulsados suelen llevar recipientes de espuma de poliestireno con sándwiches que se les entregan durante el proceso de devolución. Por la noche, no hay comidas para llevar: vuelven con lo que hayan llevado en el viaje hacia el norte, días o incluso horas antes.
Muchos optan por dormir a la luz de la plaza del puerto de entrada con la esperanza de estar a salvo allí hasta la mañana.
Tras sus intentos fallidos, Enrique acabó esperando unas semanas en un lugar donde los contrabandistas mantenían a los hombres que intentaban cruzar, durmiendo en un suelo de baldosas en un pasillo con al menos una docena de personas más en las otras habitaciones.
Cuando por fin logró pasar sin que lo atraparan, se fue por las montañas.
Terreno traicionero
A medida que las aprehensiones han aumentado en el último año, la Otay Mountain —un pico de 3.566 pies que alberga serpientes de cascabel, matorrales desérticos y senderos fuera de pista— ha sido una de las zonas de cruce más populares en el sector de San Diego de la Patrulla Fronteriza.
Los agentes suelen atrapar a más de 200 personas al día en la montaña, dijo Macisaac.
“Utilizamos [el Título 42] al máximo que podemos”, manifestó Macisaac, lo que significa que la mayoría de los que son atrapados en la montaña son rápidamente expulsados. “Realmente es un servicio de 24 horas”.
En una mañana reciente, su radio crepitaba constantemente con agentes que rastreaban diferentes grupos de migrantes mientras él y su compañero Jeffery Stephenson conducían a lo largo del camino de tierra accidentado y sinuoso de la montaña. Otros oficiales informaron que se dirigían al puerto de entrada para dejar a las personas que ya habían capturado y procesado fuera de una estación cercana.
Su todoterreno pasó por delante de ropa abandonada, botellas de agua y pañales sucios que los inmigrantes habían tirado por el camino.
Un agente que conducía en sentido contrario por la carretera se acercó a su vehículo y bajó la ventanilla.
“¿Han visto algún cuerpo?”, preguntó a Macisaac y Stephenson, utilizando el término de la Patrulla Fronteriza para referirse a los migrantes. Buscaba a dos mujeres que habían pedido ayuda.
Los aspirantes a cruzar a menudo caminan hasta la montaña desde una carretera mexicana que discurre a lo largo de la frontera. Aunque algunas secciones de la montaña tienen barreras fronterizas erigidas, gran parte de la frontera no tiene ninguna valla debido a lo traicionero del terreno.
Los contrabandistas suelen alejarse en zigzag de los senderos e incluso arrastrarse por la maleza para no ser detectados, aunque la vegetación hace que la caminata sea mucho más lenta y difícil. En verano, las altas temperaturas combinadas con la extenuante caminata pueden provocar agotamiento por calor o algo peor, y los grupos de traficantes suelen abandonar a los migrantes que se quedan atrás en la montaña.
“Les engañan sobre lo que les espera”, dice Macisaac, y señala que muchos de los que miran la montaña de Otay desde el lado sur esperan que el viaje sea mucho más corto de lo que realmente es.
Francisco, un joven de 23 años del estado de Guanajuato, fue uno de los que se rindió en la montaña el mes pasado. Era la tercera vez que intentaba cruzar la frontera con su hermano de 20 años para reunirse con su padre en San José.
Se había caído del muro fronterizo en un intento anterior, y sus piernas ya estaban lesionadas. En la montaña, seguía cayendo sobre rocas empinadas y se golpeaba aún más las piernas. Cuando se dio cuenta de que no iba a llegar hasta el final, le dijo a su hermano que se iba a detener. Su hermano quiso quedarse con él, pero Francisco le indicó que siguiera adelante. Los dos se separaron entre lágrimas.
“No quería rendirme”, dice Francisco en español. “Dije: ‘Tengo que llegar, tengo que llegar’. Lo hice todo. Lo di todo”.
Cuando terminó de llorar, Francisco fue a buscar a la Patrulla Fronteriza para entregarse. Un par de horas más tarde, estaba de vuelta en la plaza del puerto de entrada de Otay Mesa, con un bocadillo en la mano, esperando noticias de su hermano.
Su intento de cruzar la montaña no fue del todo gratuito. Había tenido que pagar 500 dólares para pasar por una zona de la frontera controlada por una determinada organización criminal. Iba a pagar 9.000 dólares a su llegada.
Ahora está esperando con un nuevo contrabandista, que le dijo que puede entrar en Estados Unidos con un visado falso, una vez que la frontera se abra a los viajes no esenciales desde México.
Asesinatos todos los días
Las motivaciones de Francisco para cruzar tienen más detonantes que las de Enrique.
La economía forma parte de ello. Su padre es indocumentado y es trabajador manual. Su padre les dijo a él y a su hermano que podrían conseguir empleo fácilmente con él y ganar lo suficiente para ahorrar para una casa. Francisco, que tiene una esposa y un hijo de dos años, espera que eso le quite la presión de tener que encontrar trabajo en su país, donde es difícil conseguir empleo a largo plazo que pague lo suficiente para llegar a fin de mes.
Durante la pandemia, estuvo un mes entero sin trabajo, dijo, y su padre tuvo que enviarle dinero para ayudar a su familia.
Francisco también está preocupado por la violencia en su ciudad, y esa es la primera razón que dio cuando se le preguntó por qué quería ir al norte.
“Asesinatos, hay asesinatos todos los días”, manifestó.
Según el Instituto Nacional de Estadística de México, la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes en el estado de Guanajuato subió a 65.1 en 2019, desde los 20.1 de 2016.
Francisco ha visto a los cárteles quemar casas cerca de donde vive su familia, y la creciente violencia también hace que encontrar un trabajo estable sea aún más difícil, expuso.
En México, como en muchos países de Centroamérica, las luchas económicas y los altos niveles de violencia son temas interconectados que a menudo influyen juntos en las decisiones de migración.
Además de los homicidios oficialmente reconocidos, México también está lidiando con las desapariciones forzadas, según Meade, y si estas se contaran en la tasa de homicidios, sería considerablemente más alta.
“Los asesinatos son solo la punta del iceberg”, dijo Meade.
En los últimos años, un número cada vez mayor de migrantes mexicanos ha buscado asilo como resultado de la violencia del país. Pero la mentalidad que por largo tiempo ha tenido Estados Unidos es que la migración desde México tiene una motivación económica, unida a la dificultad de ganar los casos en los que la persecución proviene de una organización criminal y no del propio gobierno, han hecho que la mayoría de los mexicanos no ganen sus casos de asilo.
El padre Patrick Murphy, un sacerdote que dirige el refugio para migrantes Casa del Migrante de Tijuana, dijo que ha visto un aumento de mexicanos que llegan al refugio en los últimos meses. La mayoría huye de la violencia en los estados de Guerrero y Michoacán, expuso.
“Estoy seguro de que hay un montón de ‘Su primo está aquí y dice que ahora es el momento’”, dijo Murphy. “La gente está tan desesperada por tener esperanza. Incluso esa pequeña información es suficiente para mover a la gente”.
Entre los que esperan en la Casa del Migrante se encuentra Jonathan Solís, de 29 años, que huyó de Guerrero con su mujer y su hija después de ser atacado y extorsionado.
“La verdad es que si no me hubiera pasado eso, me habría quedado allá”, dijo Solís. “Tenía dos buenos trabajos”.
Como viajan en familia con su hija, la pareja no ha intentado cruzar con un contrabandista.
José María García Lara, director de los albergues Juventud 2000 y Hotel Migrante en Tijuana, dijo que la mayoría de los solicitantes de asilo mexicanos con los que está interactuando son familias como la de Solís. Juventud 2000 suele alojar a familias, mientras que el Hotel Migrante está destinado a adultos que viajan solos.
La mayoría de los hombres que se alojaron allí una noche reciente eran deportados de larga data cuyas esperanzas de vida en Estados Unidos se habían desvanecido.
“El sueño americano es inalcanzable”, dijo uno de 51 años que fue deportado hace 20 años.
Los migrantes se convierten en cebo
El sueño americano de María estaba destinado a ser temporal: unos años de trabajo a fin de ahorrar para pagar su tierra y terminar de construir una casa para sus cuatro hijos.
Pero lo que ocurrió en su viaje migratorio la convirtió en una solicitante de asilo, que corría un peligro lo suficientemente inminente como para poder acogerse a una exención especial del Título 42 y entrar en Estados Unidos.
Ahora es posible que nunca pueda volver a casa.
La madre soltera admitió que era ingenua cuando salió con una amiga a probar suerte cruzando la frontera. Pensó que sería fácil, como había visto en los programas de televisión y en las películas.
Tenía varios trabajos antes de la pandemia, pero tras la aparición del COVID-19 los perdió todos.
“Lo único que quiero es trabajar, cuidar a mis hijos, pagar mi tierra y darles un futuro mejor”, dijo en español. “Por eso estoy aquí”.
Pero su amiga se rindió y se fue a casa, dejándola sola en la ciudad fronteriza. Conoció a un contrabandista que la llevó a las afueras de Tijuana a un lugar donde ella y otros migrantes fueron retenidos hasta que el grupo intentó cruzar.
Una y otra vez, fracasaban. María empezó a fijarse en los traficantes: sus armas, sus drogas. Se dio cuenta de que eran narcotraficantes y de que ella y los demás migrantes no eran más que un cebo para distraer a los agentes fronterizos mientras la droga cruzaba.
Tal vez, pensó, por eso el levantón nunca apareció por ellos.
“Lo vi y me quedé callada por mi seguridad”, dijo.
Cuando los contrabandistas empezaron a pedirle que les hiciera favores, encontró la forma de escapar.
“Nunca pensé que me involucraría con los narcos”, dijo. “No tenía ni idea”.
De vuelta a Tijuana, pronto recibió mensajes amenazantes de ellos, y hombres enmascarados se presentaron a buscarla en lugares en los que se había alojado anteriormente en la ciudad.
“Me dijeron que me iban a matar, que sabían dónde estaba, que matarían a mis hijos”, relató.
María se escondió hasta que un abogado del Immigrant Defenders Law Center consiguió que su caso fuera aprobado para la exención del Título 42. Aunque ahora está en Estados Unidos, todavía no puede trabajar.
Se preocupa por sus hijos, que la llaman pidiéndole dinero para comer. Si no puede enviar dinero para seguir pagando su tierra, se quedarán sin hogar.
Si gana su caso de asilo, María espera que sus hijos puedan reunirse con ella en Estados Unidos. Dado que el número de casos pendientes en los tribunales de inmigración es de 1.3 millones, es probable que no sepa el resultado de su caso durante años.
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