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El éxodo de los refugiados repite hechos vergonzosos de la Segunda Guerra Mundial

En la estación de tren en Breclav, una oficial de la policía Checa marca con un número a un refugiado.

En la estación de tren en Breclav, una oficial de la policía Checa marca con un número a un refugiado.

(Igor Zehl / Associated Press)
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En un continente todavía atormentado por la Segunda Guerra Mundial, las fantasmales – y terribles – sombras de ese convulsivo conflicto han sido imposibles evitar ahora que Europa enfrenta su mayor crisis de refugiados desde que la guerra acabó hace 70 años.

Las sombras estaban allí cuando las autoridades checas escribieron números en las manos de los refugiados sirios, como tatuajes, que llegan por ferrocarril en la ciudad de Breclav.

También se hacen presentes cuando los desesperados abordan otros trenes creyéndose en ruta hacia sus destinos deseados, pero en lugar de eso fueron llevados a campos a los que no querían ir.

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Ninguno de estos ejemplos es exactamente paralelo o equivalente a los horrores de la segunda guerra mundial, una hostilidad que la mayoría de los europeos de hoy en día no experimentaron de primera mano. Pero las sombras han sido suficientes como para despertar asociaciones turbadoras, especialmente en un momento cuando en las cenizas de esa guerra los valores liberales adoptados por gran parte de Europa están siendo analizados muy de cerca por las miles de personas que llegan aquí todos los días.

Los migrantes y los refugiados en su mayoría llegan del Medio Oriente, Asia y África, impulsados por el deseo de escapar de la violencia, la persecución o la pobreza de sus lugares de origen. Se han arriesgado a ahogarse en el mar o a morir por asfixia encerrados en la parte trasera de camionetas sin ventilación, en búsqueda de la seguridad y el apoyo que creen que encontraran aquí en Europa.

Pero se han encontrado con el caos y la confusión de los países que están mal preparados para lidiar con ellos. Ese fue el caso el miércoles en Breclav, donde 200 sirios que huían de la guerra civil en su país llegaron por tren.

Les esperaban las autoridades Checas a cargo del registro y procesamiento de los recién llegados. En su intento por mantener el orden, los oficiales le asignaron números a cada persona y les escribieron esos números en las manos extendidas de los refugiados con plumones.

Lo que parecía un simple atajo burocrático inmediatamente produjo incómodos recuerdos del Holocausto, de los presos de los campamentos de la muerte cuyos brazos fueron tatuados por los Nazis con sus números de prisionero.

Las organizaciones judías y de derechos humanos estaban horrorizadas.

“Es una imagen que no podemos soportar, que trae a la mente los procedimientos de entrada a los campos de exterminio nazis, donde millones de hombres, mujeres y niños fueron marcados con un número, como los animales, antes de ser enviados a la muerte”, dijo Ruth Dureghello, un líder de comunidad judía aquí en Roma.

El gobierno checo inmediatamente detuvo esta práctica, diciendo que no tenían la intención de nada malicioso o siniestro. Pero el incidente demostró cuán grandes son las sombras de los días más nefastos de Europa las cuales siguen oscureciendo el continente.

Las sombras también aparecieron en la vecina Hungría, que rápidamente se ha convertido en uno de los epicentros de la crisis.

Cientos de inmigrantes participaron en un enfrentamiento esta semana contra las autoridades en la principal terminal de trenes de Budapest. Después de permitir a algunos a que viajaran al Occidente hacia el oeste hacia sus lugares de preferencia – a países ricos como Alemania y Suecia – el primer ministro Viktor Orban abruptamente canceló los servicios de trenes internacionales, dejando atorados a los migrantes en una nación de la que la mayoría de ellos quiere irse.

Ha habido protestas y enfrentamientos con la policía. Los refugiados desesperados, inútilmente agitaban los billetes de tren que les devoraron cientos de dólares de sus escasos suministros de efectivo, apelaron a las Naciones Unidas por ayuda. Detectando la oportunidad, los traficantes de humanos están vendiendo sus algunas veces fatales servicios.

El jueves, las autoridades parecían estar cediendo, permitiéndoles a cientos de personas abordar los trenes que ellos pensaron, estaban dirigidos hacia Austria o a Alemania. Los carros pronto desbordaban de gente.

Pero ahora parece que el gobierno de Orban solo estaba jugando una muy cruel broma. Los trenes salieron de Budapest con dirección al oeste, pero se detuvieron a apenas 20 millas afuera de la ciudad donde se les ordenó a los pasajeros bajar para ser registrados en un campamento para refugiados en la ciudad de Bicske.

“¡No campamento! No campamento!” muchos corearon, en una escena que revivió los recuerdos de las personas llevadas –contra su voluntad- a otros campos en Europa central.

“¡Alemania! ¡Alemania! ¡Queremos ir a Alemania!” otros gritaban, poniendo de relieve lo que se ha convertido en quizás una ironía de la historia sorprendente de la crisis actual.

Donde una vez miles de personas desesperadamente intentaron salir de Alemania, temiendo el ascenso de Hitler y sus políticas diabólicas, miles están intentando – en algunos casos, literalmente muriendo – por entrar. Y el gobierno de Berlín les da la bienvenida: se ha comprometido a tomar, en asombroso asilo, a 800, 000 que supera el total que los otros 27 países de la Unión Europea, juntos, se han comprometido a aceptar.

Los grupos de derechos humanos critican lo que ellos dicen es la crueldad de los países ricos que han tratado de cerrarle la puerta a los refugiados, especialmente en un continente donde los judíos y otros grupos perseguidos no pudieron encontrar refugio seguro en su hora de necesidad.

Animados, o avergonzados, por las fotos desgarradoras de esta semana de un niño sirio cuyo cuerpo sin vida apareció en una playa turca, algunos países europeos están replanteando sus posiciones.

Bajo presión popular y política, el primer ministro británico David Cameron anunció el viernes que su país recibiría a “miles” más de refugiados de lo inicialmente previsto. España también está aumentando el número de solicitantes de asilo que aceptará.

La generosidad de Alemania, sin embargo, ha provocado una fea guerra de palabras con Hungría. Orban acusa Angela Merkel de alentar a los migrantes a venir a Europa cuando ella debería desalentarlos y además de estar causando estragos en su país.

Un nacionalista de extrema derecha con una gran mayoría en el Parlamento, Orban fue ampliamente denunciado la semana pasada cuando él señaló a una religión en particular y sus seguidores como indeseables – una actitud que manchó a Europa con sangre en un pasado no tan lejano. Orban declaró que absorber a cientos de miles de migrantes, en su mayoría musulmana, en la UE, donde viven 500 millones de personas, pondría en peligro el sistema de “”valores cristianos” de Europa.

“Tenemos derecho a decidir que no queremos un gran número de musulmanes en nuestro país”, dijo Orban. “No veo razón alguna para que alguien pueda obligarnos a crear formas de vivir juntos en Hungría que no queremos ver”.

Si desea leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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