Una mancuerna Rubio-Cruz podría ser la única forma de detener a Donald Trump
Como están las cosas, Donald Trump es el tentativo candidato presidencial del partido republicano. Esas son terribles noticias, y deprimentes de aceptar. Pero las terribles posibilidades no se vuelven menos terribles si las ignoramos. En vez de eso, se vuelven más posibles.
El deseo colectivo del partido conservador de no querer ver, ha sido un problema por meses. Casi todos, incluido su servidor, creemos que la candidatura de Trump perderá fuerza. Hay muchas razones por lo que eso no ha pasado. Pero la mejor evidencia de esta teoría se puede encontrar en el hecho de que de los $215 millones gastados por los súper PAC en lo que va de este ciclo, solo el 4% se ha utilizado para atacar a Trump.
Aunque hay muchos a los que se podría culpar, el principal responsable es el senador Ted Cruz.
Por meses, Cruz abrazó a Trump como un camarada en armas, lo que ayudó a mandar la señal a varios conductores de radio y activistas conservadores de que Trump era una sana adición a la conversación política. Incluso aunque ambos hombres son dramáticamente opuestos en su ideología, los dos se refugiaron bajo la sombrilla “contra del sistema”.
Cruz finalmente rompió el lazo en Iowa, demostrando que los ataques negativos contra Trump funcionan.
Pero luego, incomprensiblemente, Cruz se detuvo. Equivocadamente pensó que no tenía oportunidad en Nueva Hampshire y que tenía poco que ganar ahí, entonces ¿para qué molestarse en pelear con Trump? Durante toda la crucial semana previa a la primaria de Nueva Hampshire, el resto de los candidatos volvieron a esta lucha sin cuartel para ganar a los votantes enemigos de Trump. Enmedio del caos, el magnate se apuntó una gran victoria, y su buen momento lo ayudó a superar a la base evangelica que apoyaba a Cruz en Carolina del Sur (donde 73% de los votantes se describen a sí mismos como evangelicos o renacidos). El Senador de Texas terminó en un devastador tercer lugar.
La moraleja de esta historia hasta ahora es: primero, no se puede contar con los políticos para ver más allá de sus propios intereses. Segundo, rumores del tan citado poder del sistema —o siquiera su existencia— son muy exagerados. Esperar que el “sistema” salve al partido de Trump, es como esperar que la montaña vaya a Mahoma.
Marco Rubio ahora es la única alternativa plausible contra Trump. Pero es dudoso que él haya tomado con seriedad alguna de las lecciones antes mencionadas. Según su equipo de campaña, tras la votación en Carolina del Sur él cree que puede esperar hasta el Súper Martes para logra una victoria en algún estado. Y está asumiendo que los primeros lugares de las votaciones eventualmente llegarán porque los demás rivales se irán haciendo a un lado. ¿Será así? Jeb Bush finalmente se retiró, pero Ben Carson parece estar en un tour para promover su libro (disfrazado de campaña presidencial); John Kasich está persiguiendo molinos de viento en Ohio y Michigan; y Cruz, habiendo probado la victoria en Iowa, es poco probable que vaya a rendirse pronto.
La estrategia de Rubio no es descabellada, solo poco probable. Afortunadamente hay otra opción. El desorden republicano se atribuye en gran medida al hecho de que ningún “candidato del sistema” ha asegurado mucho apoyo de las bases conservadoras y ningún candidato de bases ha asegurado mucho apoyo del sistema.
Si las dos facciones se pueden unir, podría ser suficiente para detener a Trump.
Pero, ¿cómo se vería esa unidad? Una mancuerna Rubio-Cruz parecida a la Reagan-Bush de 1980. Una boleta solo de Cruz no funcionará por la simple razón de que muchos burócratas republicanos le temen más a él que a Trump. Pero con Rubio liderando el camino, los “hermanos cubanos” podrían lograrlo.
Por supuesto que habría costos reales para tal acuerdo (sin minimizar el hecho de que hay mejores compañeros de fórmula para Rubio). Pero si hay una buena alternativa, no la he escuchado. Y en una competencia en la que Trump ha cambiado todo con su audacia, ya es tiempo de que sus oponentes aporten un poco de la suya.
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