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En Ciudad de México, una jornada laboral rutinaria quebrada por el sismo

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El pasado martes, Alberto se dirigió a la colonia Roma para una reunión, Karina estaba en su oficina entre viaje y viaje, y Erick pasaba un día más en su nuevo trabajo; lo que parecía una jornada laboral cualquiera se quebró cuando el reloj marcó las 13.14, hora en la que la ciudad tembló.

Todos ellos estaban en el número 286 de la calle Álvaro Obregón de Ciudad de México cuando impactó el terremoto magnitud 7,1 en la escala de Richter, que hizo que el edificio de seis pisos se derrumbara.

Karina trabajaba en una firma de contaduría que ocupaba todo el cuarto piso. Aunque frecuentemente hacía viajes a otras partes del país, ese día pasaba un día rutinario en la oficina.

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A diferencia de otras víctimas atrapadas en los escombros, ella no ha podido ponerse en contacto directo con sus familiares, aunque a estos les tranquiliza que un compañero de trabajo de ella consiguiera enviar un mensaje desde su celular con el texto: “Estamos bien. Somos muchos”.

“Tengo la esperanza de que ella es una de las que está ahí, y de las que están bien”, afirma a Efe Alejandro, padre de Karina.

Los familiares de esta joven de 30 años, quienes permanecen en el lugar desde el martes, se mantienen tranquilos pese a que las tareas de rescate se extienden ya por más de dos días.

Pendientes de novedades, permanecen sentados en círculo en sillas y en la parte posterior de una camioneta fúnebre blanca -trabajan en una funeraria- que también han utilizado para dormir.

Alejandro dice que es su fe en San Judas Tadeo lo que le mantiene firme: “De un 100 % tengo, yo creo, el 300 % de esperanza de que mi hija está ahí” y que “al ratito va a estar con nosotros”.

Los familiares de las personas atrapadas en el edificio están repartidos en dos grupos, cada uno en un extremo de la extensa zona acordonada que resguarda los trabajos de rescate.

En cada uno de estos grupos hay una lista, hecha por voluntarios, que incluye a las personas que siguen sin ser rescatadas. Una dice que faltan 51, la otra, que son 48.

Las autoridades están permitiendo el paso a familiares a la zona de los trabajos, donde el edificio se mantiene hundido en su parte central. Solo puede acceder una persona por víctima, y se da preferencia a los familiares directos.

Martín salió hace unos minutos del lugar. Explica que el primer día estuvieron apuntalando el edificio para reducir el riesgo de derrumbes, y que en estos momentos están trabajando en la retirada de escombros manualmente, sin usar ninguna máquina.

Su hijo Erick también trabajaba en la contaduría, donde no llevaba ni seis meses. Afirma que los familiares están “peleando por que se saque hasta el último sobreviviente”.

“También nos estamos resignando a lo inevitable”, reconoce.

El padre comenta que por el momento tiene la sensación de que hay una cierta “lucha de egos, de poder” entre los equipos de rescate que trabajan en el lugar, encabezados por la Marina y el Ejército y que ya han sacado a varias personas con vida.

Alberto, empleado de una marca de pintura, tenía el martes en Álvaro Obregón una cita de trabajo con unos clientes. Estaba programada para el mediodía, pero se tuvo que retrasar media hora.

Diana, quien lleva en el brazo una cinta rosa con el nombre de su esposo, solo sabía que Alberto iba a tener un encuentro “cerca de (la tienda departamental) Palacio de Hierro de (la calle) Durango”.

Hasta el miércoles, Diana no supo con certeza que Alberto y su hermana América, de la misma empresa, estaban bajo el edificio, y más adelante descubrió que en el momento del derrumbe se encontraban en una sala de juntas del segundo piso.

El día del terremoto, las líneas telefónicas quedaron colapsadas. Horas después del temblor, alrededor de las 19.00 horas (00.00 GMT del día siguiente), le llegó una notificación que indicaba que su marido había intentado comunicarse con ella.

“Estamos confiados en que él resista, y mi cuñada también. Son personas fuertes y sanas; esperemos encontrarlos con vida”, afirma.

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