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Los aviones privados distancian al Gobierno de Trump de su base proletaria

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Durante la campaña electoral del año pasado, el presidente, Donald Trump, quiso erigirse en el auténtico azote de los dispendios de la clase política de Washington, pero los excesos de algunos de los miembros de su gabinete evidencian que la élite que prometió combatir sigue instalada en la Casa Blanca.

Tras varios días de suspenso, el Gobierno confirmó este viernes la dimisión del secretario del Departamento de Salud, Tom Price, quien sólo desde el pasado mayo habría incurrido en unos gastos superiores a los 300.000 dólares en 24 vuelos privados.

Este escándalo había llevado a Trump a declarar en varias ocasiones a lo largo de la semana que no estaba “contento” con la actitud del secretario y a reconocer que estaba valorando la posibilidad de despedir al máximo responsable de la cartera de Salud.

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Un día antes el republicano aseguró que no volvería a utilizar este tipo de vuelos en el ejercicio de sus funciones, garantizó que colaboraría con la investigación interna abierta por el Departamento de Salud y se ofreció a reembolsar el dinero para que los contribuyentes no tuvieran que pagar “ni un centavo”.

Pero ya era demasiado tarde, Trump parecía haber sentenciado a un Price, que finalmente optó por dimitir.

Hasta el momento cuatro secretarios han tenido que dar explicaciones por el uso y abuso de vuelos chárter o aviones militares en numerosos desplazamientos, algunos de los cuales ni tan siquiera está claro que hayan sido con motivo de viajes oficiales.

Esta dinámica supone un duro golpe a la credibilidad de Trump, quien pese a su condición de multimillonario logró ganarse a la clase proletaria del país con su discurso sobre acabar con la élite que dirigía el país y hacer oídos sordos a las exigencias de Wall Street, todo lo cual cabía en un eslogan: “Drenemos la ciénaga”.

Sin embargo, tras apenas nueve meses de mandato y con un equipo de Gobierno plagado de millonarios y ex primeros espadas de algunas de las empresas más influyentes de la bolsa de Nueva York, la fe depositada por una base cansada de ver cómo la brecha social es cada vez mayor empieza a diluirse como un terrón de azúcar en un vaso de café.

La caja de Pandora la abrió, el máximo responsable de la cartera del Tesoro, Steven Mnuchin, el pasado 21 de agosto, un día en que la gran mayoría de los estadounidenses estaba buscando el mejor lugar para presenciar un histórico eclipse total que se había convertido en todo un acontecimiento en el país.

Ese día, Mnuchin y su mujer, la actriz escocesa Louise Linton, viajaron en un avión militar a Louisville (Kentucky), uno de los mejores puntos para disfrutar del acontecimiento.

El viaje de la feliz pareja, cuya fortuna se estima en torno a los 300 millones de dólares, generó una oleada de críticas cuando se supo que, además, ambos se habían dado el lujo de disfrutar del eclipse desde la azotea del emblemático Fort Knox, donde se encuentran gran parte de las reservas de oro de Estados Unidos.

La siguiente en ser señalada en este polémico efecto dominó, en el que una a una van cayendo las fichas del gabinete, fue la secretaria de Educación, Betsy DeVos.

En su caso, el problema no estuvo en recurrir a aeronaves militares o en contratar vuelos chárter, sino que el revuelo se produjo cuando un diario local publicó que le había pasado la factura al Gobierno tras haber utilizado su propio avión privado.

DeVos se defendió diciendo que no solo no había hecho tal cosa, sino que además ella misma había corrido con los gastos de seguridad inherentes a estos viajes oficiales.

En cualquier caso, la semilla del descontento empezaba a echar raíces entre una base votante que no ve claro cómo puede ser que aquellos que dicen ser los grandes defensores de esa clase obrera que aún jalea el lema electoral de Trump, ‘Make America Great Again’, parezcan tener alergia a viajar en aerolíneas comerciales.

Apenas unas horas antes de que el presidente firmara la sentencia de su “amigo” Price, se destapaba un nuevo escándalo, en esta ocasión generado por el secretario del Departamento de Interior, Ryan Zinke, quien llegó a gastarse 12.375 dólares en un vuelo a su Montana natal.

Y los excesos no se acaban ahí. El director de la Agencia de Protección Medioambiental (EPA), Scott Pruitt, también ha mostrado un gusto excesivo por los vuelos privados y el secretario de Asuntos de Veteranos, David Shulkin, aprovechó una gira oficial para acercarse al torneo de tenis de Wimbledon.

Por el momento, Trump lejos de haber acabado con la élite de Washington parece haber cometido el error de abrirle las puertas de la Casa Blanca, está por ver si no le mostrará ahora la puerta de atrás.

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