Qué es el “educacionismo”, la sutil forma de discriminación que nos marca desde niños
REDACCION/BBC MUNDO — La primera vez que Lance Fusarelli puso un pie en un campus universitario, se sintió rodeado de gente que parecía saber más que él sobre sociedad, urbanismo y “todo lo que era diferente”.
Él atribuye esas diferencias a su educación. No creció en la pobreza, sino en un pueblo de clase trabajadora de una pequeña zona rural de Pensilvania, Estados Unidos, pero fue el primero de su familia en ir a la universidad.
Su madre se quedó embarazada y tuvo que abandonar la escuela, y su padre trabajó en una mina de carbón desde la adolescencia. Vivió en un entorno en el que pocos estudiaban más allá de la secundaria.
Fusarelli cuenta ahora con una buena educación y es profesor y director de programas de posgrado en la Universidad Estatal de Carolina del Norte.
De vez en cuando, recuerda cómo se sintió en aquellos primeros días, cuando un compañero corrigió de manera inocente su gramática imperfecta: “No pretendía ser ofensivo, éramos buenos amigos, simplemente creció en un ambiente diferente”.
Aunque Fusarell ascendió en el mundo académico a pesar de su pasado, sus experiencias ponen de relieve la división social que existe en la educación.
Quienes tienen menos educación debido a su desventaja social sufren un sutil,pero profundo sesgo.
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Un estudio publicado recientemente en el Journal of Experimental Social Psychology (Revista de Psicología Social Experimental) llamó a ese fenómeno “educacionismo” y, por primera vez, halló evidencias inequívocas de lo que Fusarelli y muchos otros llevaban tiempo sospechando: las personas que reciben más educación tienen sesgos implícitos hacia quienes reciben menos.
Y eso tiene consecuencias desafortunadas e indeseadas, que a menudo provienen de la brecha entre ricos y pobres.
“El racismo de la inteligencia”
Es un problema de “nivel social” que crea una división significativa. “Necesita ser abordado”, explica Toon Kuppens, de la Universidad de Groningen, Países Bajos.
La idea de que la gente tiene prejuicios hacia quienes recibieron menos educación no es nueva.
En los 80, el sociólogo francés Pierre Bourdieu lo llamó el “racismo de la inteligencia... de la clase dominante”, la cual serviría para justificar su posición en la sociedad.
Bourdieu dijo que el sistema educativo fue inventado por las clases dominantes.
La educación también sirve para dividir a la sociedad de muchas maneras. Los niveles educativos más altos están vinculados a mejores ingresos, salud, bienestar y empleo.
El estatus educativo también revela divisiones políticas. Aquellos que tienen calificaciones más bajas, fueron más favorables a la hora de votar que Reino Unido abandonara la Unión Europea, por ejemplo.
Pese a todo, raramente se confronta el tema, dice Kuppens, aunque existen numerosos estudios sobre prejuicios por género, etnia y edad.
Kuppens y sus colegas hicieron una serie de experimentos. Preguntaron a varias personas cómo se sentían hacia otras, pero también les hicieron preguntas indirectas sobre los trabajos y la formación académica de varios individuos.
Los resultados fueron claros: las personas con un mayor nivel educativo son mejor aceptadas por todos, y además no son “inherentemente más tolerantes” hacia los menos educados, como normalmente se cree, dice Kuppens.
Es más, según el especialista, una de las razones por las que existe sesgo es que el nivel educativo se percibe como algo que la gente puede controlar.
La tiranía de la meritocracia
Los bajos niveles educativos están ligados a la pobreza .Quienes provienen de entornos pobres, rápidamente quedan por detrás de sus compañeros de colegio y muy pocos van a la universidad.
Y está cada vez más claro que hay razones complejas detrás de este fenómeno.
Jennifer Sheehy-Skeffington, de la London School of Economics, Reino Unido, dice que la falta de recursos es “psicológicamente restrictiva”.
También sostiene que hay una sensación de estigma y vergüenza que crea una baja autoestima, un patrón que, asegura, es más probable que ocurra enideologías meritocráticas, donde los logros de los individuos son vistos en base a su inteligencia y trabajo duro.
La pobreza afecta incluso a la toma de decisiones.
“Las habilidades cognitivas que se necesitan para tomar buenas decisiones financieras no están fácilmente disponibles cuando uno se enfrenta el estrés de darse cuenta de que lo está haciendo peor que otros”, dice Sheehy-Skeffington.
Eso no significa que los procesos mentales se bloqueen, sino que los individuos se enfocan más en las amenazas del presente que en concentrarse en esa tarea.
En su análisis sobre la psicología de la pobreza, Sheehy-Skeffington descubrió que aquellos con pocos ingresos tienen una menor sensación de control sobre su futuro: “Si piensas que no puedes controlar tu futuro, tiene sentido invertir la poca energía o dinero que tengas en mejorar la situación actual”.
Este tipo de trabajos revelan un ciclo difícil de romper.
El buen rendimiento mental se ve afectado cuando enfrentamos dificultades financieras, y cuando existen esas dificultades, la capacidad para planificar el futuro y tomar decisiones importantes también se ve afectada negativamente.
Y eso se refleja en el sistema educativo; quienes viven enfocados en el presente tienen menos incentivos para tener un buen desempeño en la escuela o pensar en educación superior.
Pero un equipo de investigadores fue más allá, argumentando que el sistema educativo está “motivado para mantener el status quo”, donde los hijos de padres con alto nivel educativo van a la universidad, y los hijos de quienes recibieron menos educación ingresan a cursos de formación profesional y otros certificados de aprendizaje.
Esto fue mostrado en un estudio de 2017 liderado por el psicólogo Fabrizio Butera, de la Universidad de Lausana, en Suiza. Su equipo demostró que los “examinadores” puntuaban menos a individuos cuando les decían que el alumno provenía de un entorno menos privilegiado.
“Perpetuar el status quo es una forma de mantener el privilegio de esas clases”, dice Butera.
“Daños ocultos” y posibles soluciones
Incluso si los individuos de una clase trabajadora llegan a la educación superior, a menudo tienen que “descartar partes originales de su identidad para poder moverse socialmente”, explica Erica Southgate, de la Universidad de Newcastle, en Australia.
La investigadora ha estudiado los estigmas a los que se enfrentan los individuos que se convierten en los primeros de su familia en estudiar educación superior, y descubrió que en materias como medicina prevalece la presunción, por parte de los alumnos, de que todos provienen de un entorno social similar.
“No se trata tanto del estigma evidente, sino de los daños ocultos de la clase social que siguen emergiendo”.
Pero entonces, ¿qué podría romper la brecha educativa?
Las formas de calificar pueden ser determinantes. El equipo de Butera demostró que entregar a los niños los resultados de los exámenes reduce la motivación.
Y sin puntajes calificados, se reduce también la comparación social, que a menudo afecta al rendimiento, de acuerdo con el trabajo de Sheehy-Skeffington.
Si se aportan comentarios detallados sobre cómo mejorar, en lugar de dar simples notas, uno puede “enfocarse en la evaluación como una herramienta de educación” y no de selección, explica Butera.
En otras palabras, los niños aprenden a ampliar sus conocimientos, en lugar de aprender a superar los exámenes.
“Una solución viable es crear un entorno en donde la evaluación forme parte del proceso de aprendizaje”, señala Butera. “Esto parece reducir las desigualdades de género y clase social, y promover una cultura de solidaridad y cooperación”.
Para Fusarelli, lo más importante es que tanto padres como profesores esperen lo mejor de los niños a una edad temprana para reforzar la idea de que “pueden hacerlo y ser exitosos”.
Pero los sesgos del sistema educativo no van a desaparecer de un día para otro. Es más, la mayoría de nosotros ni siquiera nos daremos cuenta de que existen.
La actitud meritocrática de que quienes trabajan duro tendrán éxito sigue siendo dominante, a pesar de las pruebas que demuestran que hay muchos factores que exceden al control de las personas que pueden obstaculizar su potencial.
Y, por desgracia, son aquellos que están mejor educados —y quienes deberían ser sensibles con la discriminación— quienes pueden beneficiarse —a menudo sin ser conscientes de ello— de la misma desigualdad que contribuyen a crear.