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Los científicos sugieren controlar la natalidad para combatir el cambio climático, y la propuesta resulta alarmante

A mobile birth control clinic travels via camels in northern Kenya
Una clínica móvil de control de la natalidad se abre camino a través de una caravana de camellos hasta un asentamiento remoto en el norte de Kenia.
(Los Angeles Times)

Sugerir que la planificación familiar es una solución al cambio climático pone en peligro la autonomía reproductiva y distrae la responsabilidad de los países ricos y las empresas

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Miles de científicos de todo el mundo se unieron el mes pasado para etiquetar el cambio climático como la “emergencia” que realmente es. Pero uno de los puntos principales que señalan (vincular el control de la reproducción de las mujeres con los objetivos ambientales) es problemático. Centrarse en lo que las mujeres en las naciones pobres, con tasas de natalidad más altas, pueden hacer para frenar el cambio climático distrae de responsabilizar a los países ricos y a las corporaciones por su daño desproporcionado al planeta, así como también pone en peligro el derecho a la autonomía reproductiva.

El documento, “La advertencia de los científicos del mundo sobre una emergencia climática”, se publicó a principios de noviembre, en el 40º aniversario de la primera conferencia mundial sobre el clima. El trabajo advierte legítimamente sobre el “sufrimiento indecible” sin “grandes transformaciones en las formas en que funciona nuestra sociedad global”.

Reducir el crecimiento de la población es uno de los seis pasos que, según los autores, minimizarían las emisiones de dióxido de carbono. También sostienen que para disminuir la tasa de natalidad, los servicios de planificación familiar, además de la educación primaria y secundaria, deben estar más disponibles y ser accesibles.

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El sitio web del grupo va un paso más allá; señala que debe alentarse a las familias a tener menos hijos y remarca la alarma de la sobrepoblación. Un gráfico sorprendente muestra un aumento drástico de la población mundial a partir del siglo XIX. El texto que lo acompaña se refiere a las personas que dan a luz como agentes que “agregan más emisores de carbono al planeta”. Esto presenta una imagen inquietante e injusta, y promueve a las mujeres como chivos expiatorios.

El acceso a la planificación familiar y la educación son esenciales para la equidad de género y deben impulsarse fuertemente por derecho propio. Pero argumentar que son un instrumento contra el cambio climático implica que los más marginados tienen un papel descomunal en la cuestión debido a las mayores tasas de natalidad, cuando en realidad contribuyen muy poco a las emisiones de gases de efecto invernadero.

Los países de ingresos altos y medios-altos tienen mayores emisiones per cápita y representan el 86% de las emisiones mundiales de carbono, a pesar de sus tasas de fertilidad más bajas. Y aunque algunos observadores argumentan que el desarrollo económico conducirá a mayores emisiones de carbono per cápita de las naciones pobres en el futuro, la respuesta de las comunidades científicas y políticas globales debería centrarse en cambios sistémicos audaces, como restringir el uso de combustibles fósiles, en lugar de persuadir a las personas de tener menos hijos.

Hacer hincapié en la reducción de la población como respuesta al calentamiento global también es problemático, porque puede proporcionar un incentivo perverso para que los servicios de planificación familiar pierdan de vista el derecho de las personas a tomar sus propias decisiones sobre anticoncepción y maternidad. La advertencia de los científicos señala correctamente que los programas de planificación familiar deberían ser voluntarios y éticos, pero esos conceptos pueden comenzar a difuminarse cuando las elecciones de las mujeres compiten con el futuro del planeta.

Históricamente, el alarmismo del crecimiento de la población, junto con ideas eugenésicas sobre quién es digno de reproducirse, generaron un doloroso legado global de coerción y abuso, incluidos, de manera más prominente, los casos de esterilización forzada en la India y la política de hijo único de China.

Tales ejemplos flagrantes han sido menos comunes en los años transcurridos desde la histórica Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, de 1994, que marcó un cambio desde el control de la población hacia la protección de la salud y los derechos reproductivos. Sin embargo, esas ideas no han muerto. Hace sólo cuatro años, un biólogo de la Universidad de Stanford, Paul Ehrlich, quien escribió el libro de 1968 “La bomba de población”, afirmó que podría respaldar “diversas formas de coerción” para evitar que las personas tengan más hijos.

Sigue existiendo una tensión inherente e irresoluble entre considerar la planificación familiar como una herramienta para mitigar el cambio climático y valorar el derecho de una persona a la elección de tener un hijo.

Enmarcar la planificación familiar como un medio para un fin, especialmente cuando el “fin” es tan urgente e importante como desacelerar el cambio climático, podría llevar a los encargados de formular políticas ansiosos y a los proveedores de atención médica a reducir la población para impulsar métodos anticonceptivos que se consideran más efectivos, sin tener en cuenta las necesidades y preferencias de una mujer. También podría interferir en que a las mujeres se les retiren a pedido ciertos métodos controlados por proveedores -como dispositivos intrauterinos o implantes anticonceptivos-.

Frenar el cambio climático y hacer que los servicios de anticoncepción y aborto de alta calidad y basados en los derechos sean accesibles para quienes los desean son cuestiones urgentes, que merecen atención y recursos.

Sin embargo, el énfasis fuera de lugar en la reproducción de las mujeres pobres corre el riesgo de sacrificar los derechos humanos para reducir el cambio climático, un problema masivo que necesita soluciones transformadoras. Y también distrae del hecho de que las comunidades pobres son las menos propensas a tener los recursos para mitigar el impacto devastador del cambio climático en sus vidas y medios de subsistencia, y por lo tanto tienen más que perder. Incluso si las mujeres de los países pobres dejaran de tener hijos mañana, sin una descarbonización masiva de la economía, ni el planeta ni sus vidas estarán mejor ahora ni en el futuro.

A medida que los científicos del cambio climático continúen empujando al mundo hacia acciones urgentes, deben evitar la planificación familiar como solución. En cambio, pueden seguir el liderazgo del movimiento de justicia climática y promover un enfoque basado en los derechos humanos, que responsabilice a los gobiernos y las empresas de reducir la dependencia de los combustibles fósiles y de mitigar la carga desproporcionada de los más pobres y marginados. Una visión audaz para abordar la emergencia climática no requiere nada menor a eso.

Kelsey Holt es científica e investigadora social y conductual del Programa de Salud Reproductiva Centrada en la Persona, en UC San Francisco.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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