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Esto es algo que puede hacer para ayudar a acabar con el racismo. Aprenda a hablar de ello

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Dentro de una institución correccional el año pasado, los hombres se sentaron segregados en una gran habitación - hombres negros, blancos, latinos, asiáticos. Cuando se les pidió que conversaran con alguien con quien normalmente no hablarían, muchos dudaron antes de buscar una pareja.

Durante la siguiente hora, se produjeron acaloradas conversaciones.

Guardias armados se asomaban periódicamente a la habitación. De vez en cuando, los conversadores consultaban las herramientas que había escrito en el pizarrón.

Al final del ejercicio, pregunté si alguien quería hablar de lo que era tener una conversación sobre la raza. Un silencio incómodo perduró antes de que un joven puertorriqueño se pusiera de pie. Sus ojos se movieron nerviosamente por la habitación.

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“Hola”, dijo. Ambos habíamos crecido en el Bronx. “Sentí que no era seguro aquí dentro hacer lo que nos pediste que hiciéramos”, expuso. Sacudió la cabeza e hizo una pausa.

Mi corazón se agitó. Tal vez me había equivocado, o quizá tenía razón: La prisión no era el lugar para tener este tipo de conversación. Entonces sonrió. “No es seguro, pero, chico, es un soplo de aire fresco”.

Un hombre negro con un kufi blanco, una gorra musulmana tradicional, fue el siguiente en levantarse. Todo el mundo se dirigió a él como “Sr. Johnson”.

Aunque no era el más alto, ni el más tonto, ni el más malo, obviamente era el más respetado. Miró a su alrededor. “No vamos a pelear. Aprendamos de esto”. Su declaración pareció resolver el asunto.

En los últimos dos años, he cruzado Washington - uno de los estados más blancos de la nación - para presentar una velada titulada simplemente “Hablemos de raza”. Es más un taller que una conferencia.

Los asistentes reciben tres herramientas básicas para tener una conversación difícil antes de que se les pida que busquen un compañero para dialogar.

La primera herramienta es una ecuación para el racismo dada por la Comisión Kerner de 1970, que investigó las causas de los disturbios urbanos en EE.UU a finales de la década de 1960.

El racismo, dijo la comisión, no es lo mismo que el prejuicio. Racismo = Prejuicio + Poder. El poder de afectar a alguien físicamente, económicamente, políticamente o de otra manera.

A esto le sigue una lista de los principios de la escucha activa, comenzando con “escuchar sin hablar”, y luego consejos sobre cómo escuchar y hablar desde el corazón.

El resto depende de ellos. La charla sigue, los ánimos se caldean, las lágrimas fluyen.

Las presentaciones tienen lugar en prisiones, bibliotecas y colegios, y con organizaciones cívicas, grupos de iglesias y miembros de tribus nativas. Los programas son financiados por Humanities Washington, una filial de la National Endowment for the Humanities.

En la adornada rotonda del Museo Whatcom en Bellingham, Washington, un hombre blanco de mediana edad tembló de rabia a los pocos minutos de la noche. “Estoy cansado de oír hablar de raza”, dijo. “Si no vas a hablar de que todo el mundo es racista, entonces no me voy a quedar”.

Se quedó, haciendo pareja con una mujer negra que compartió su experiencia con la raza y el racismo. Al final de la noche, se abrazaron.

En pequeños y grandes pueblos de Washington “Hablemos de raza” se ha presentado más de dos docenas de veces. Comienzo recordando a las muchas personas que vi hace 20 años en Alemania que hablaron largamente hasta del más mínimo asunto.

Cuando se les preguntó por qué, respondieron: “No queremos repetir los errores de aquellos que nunca hablaron de lo que pasaba a su alrededor durante la era nazi”.

Trump ha estado tratando, desde que asumió el cargo, de castigar a las ciudades santuario

La introducción continúa con una historia de Sudáfrica, donde me encontré con la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, un órgano de justicia restaurativa que surgió después de que terminara el Apartheid.

En las reuniones, se permitía a los perpetradores de la violencia del Apartheid, principalmente blancos, hablar de los actos a menudo horribles que dirigían primordialmente contra los sudafricanos negros; luego tenían que escuchar a las víctimas describir cómo esa violencia afectó y destrozó sus vidas.

El órgano judicial tenía autoridad para conceder amnistía a los autores si confesaban y aceptaban la responsabilidad de sus actos.

Hablar es un medio para lograr una justicia restaurativa más que retributiva. Sudáfrica no es de ninguna manera perfecta ni tampoco Alemania.

Pero la voluntad de tantos en estos dos países de entablar conversaciones dolorosas y difíciles sobre la raza son ejemplos dignos de lo que tanto necesitamos en Estados Unidos.

Si no queremos que nos dividan por razas, será mejor que aprendamos a hablar de ello.

Clyde W. Ford es el autor de “Todos podemos llevarnos bien: 50 pasos que puedes dar para ayudar a acabar con el racismo”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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