Opinión: Mis padres pudieron bañarse en el río Tijuana. Todo eso cambió en la década de los setenta
Soy testigo de la indiferencia de los gobiernos ante un problema que ha crecido hasta convertirse en una emergencia ambiental.
A lo largo de la historia, muchas ciudades se han establecido a orillas de ríos. La razón es sencilla: las vías fluviales proporcionan una fuente de agua potable, energía y enlaces de transporte con otras comunidades. Me gusta creer que el agua ocupó un lugar importante en la historia de mi familia.
Mucho antes de que Tijuana fuera la gran y ruidosa ciudad que todos conocemos, mis antepasados se asentaron en una zona cercana al río Tijuana, en la colonia 20 de Noviembre. Cuando mis abuelos se casaron y llegaron a esa zona en los años cincuenta, se conocía como Rancho Alegre.
Mi papá, José Francisco Navarro, nació en la casa de mis abuelos en 1955 y él recuerda que en ese entonces la ciudad no contaba con servicio de agua, pero cuenta que había un pozo con agua limpia en nuestra propiedad y en otras casas de nuestro vecindario.
La infancia de mi padre fue muy diferente a la mía. A él le tocó ver cuando la valla fronteriza era solo un alambre de púas y cuando era posible nadar e incluso lavar el carro en las cristalinas aguas del río Tijuana.
Tan espiritual como era la Madre Antonia, tenía un gran sentido del humor. La próxima semana se cumplen diez años de su muerte a los 86 años.
Cuando yo crecí en esa misma zona en los años ochenta, no vi el agua clara, ni conocí el pozo de agua. Para entonces, el río Tijuana ya era un canal hecho de cemento, y conforme me fui convirtiendo en adulta, fui testigo de la indiferencia de los gobiernos ante un problema que ha crecido hasta convertirse en una emergencia ambiental que ahora afecta a comunidades de ambos lados de la frontera.
Un día cualquiera, pero sobre todo durante la temporada de lluvias, el río Tijuana transporta aguas residuales sin tratar, basura y sedimentos desde México a través de la frontera con Estados Unidos.
Además, frecuentemente las aguas residuales contaminadas de las zonas industriales y residenciales de Tijuana se vierten en los cañones y arroyos del río Tijuana y en el océano Pacífico.
Pero, ¿cómo empezó este problema?
Fue casi al mismo tiempo que mis antepasados llegaron a Tijuana, cuando otros miles de migrantes provocaron un crecimiento impresionante de la ciudad, sobre todo alrededor del río Tijuana, construyendo asentamientos informales y provocando inundaciones y contaminación.
Entonces, en 1967, los gobiernos de Estados Unidos y México acordaron por primera vez una solución para el problema de las inundaciones causadas por el río Tijuana en las ciudades de San Diego, Imperial Beach y Tijuana.
La minuta 225 de la Comisión Internacional de Límites y Aguas recomendó la construcción de un canal de concreto al noroeste de Tijuana y continuarlo a lo largo de 6 millas en territorio estadounidense hasta el océano Pacífico.
En los años setenta, el gobierno mexicano construyó el canal de concreto y urbanizó la zona alrededor del río para transformarla en el distrito financiero y comercial de la ciudad, Zona Río.
Mientras esto ocurría, en San Diego, en 1973, la organización ecologista estadounidense Sierra Club lideró una campaña para oponerse al canal de concreto propuesto. La campaña recibió el apoyo del alcalde de San Diego, Pete Wilson, y del cabildo de San Diego en 1974. Esa es la razón por la que el río Tijuana solo está contenido en cemento en el lado mexicano y no en el estadounidense, y ahora las consecuencias de ello afectan a ambos países.
En Tijuana, el río es solo un canal, y una de las principales carreteras de la ciudad, la Vía Rápida, corre paralela a él. Quizá por eso, para la mayoría de los tijuanenses, el río no es un problema en sus vidas.
Pero eso cambia cuando tienes que caminar cerca de la frontera o sobre el puente que te lleva al cruce internacional — ahora cerrado— PedWest, cuando el olor se vuelve insoportable. O cuando vas a Playas de Tijuana y ves el muro fronterizo hacia el norte y las sucias aguas del océano Pacífico al oeste, y puedes oler la contaminada realidad de nuestra frontera.
Y en su mayoría, los residentes de la zona de Playas de Tijuana han aprendido a tolerar el olor y solo mueven la cabeza de un lado a otro cuando ven las aguas residuales sin tratar que se vierten constantemente al mar.
Muchos mexicanos creen que éste no es un problema de México porque cuando se propuso una solución, la parte estadounidense decidió tomar otro camino.
Lo que yo pienso es que no es el momento de revivir esta historia, sino de empezar a actuar en una nueva solución a la realidad que ahora enfrentamos y que pueda resolver este problema permanentemente.
Sueño con el día en que el río Tijuana pueda volver a ser una fuente de agua limpia. Algunos dirán que eso es imposible, pero es en esta tierra donde mis antepasados encontraron una vida mejor y me enseñaron que todo es posible.
Navarro es editora de opinión de la comunidad en The San Diego Union-Tribune. Es transfronteriza y vive en ambos lados de la frontera.
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