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Opinión: Hay una falta de empatía por aquellos que eligen la vida transfronteriza

ARCHIVO.- Solicitantes de asilo,
ARCHIVO.- Solicitantes de asilo, incluido un grupo de peruanos, caminan detrás de un agente de la Patrulla Fronteriza hacia una camioneta después de cruzar la frontera desde México.
(Gregory Bull/AP)
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En 2021 se anunció que la región Tijuana - San Diego iba a tener un cuarto puerto de entrada para viajeros internacionales, uniéndose a San Ysidro y Otay Mesa para peatones y vehículos, y a Cross Border Xpress para quienes viajan hacia o desde el aeropuerto de Tijuana . Se esperaba que el puerto de entrada Otay Mesa East , con un nuevo y más rápido sistema de pago para cruzar la frontera, comenzaría a operar en 2024, pero el año pasado el proyecto se retrasó hasta 2026. Y recientemente, se informó que el nuevo cruce fronterizo podría estar listo para 2028.

Mientras tanto, la kilométrica fila de autos y peatones crece cada mañana en Tijuana . No importa si es martes o sábado, en mayo o en diciembre. Dos de los tres carriles de la Vía Rápida, una de las principales arterias de Tijuana , suelen estar invadidos por autos que esperan durante horas para cruzar a San Ysidro . Los peatones, jóvenes y viejos, esperan bajo el sol o la lluvia. Algunos llevan libros en mochilas, otros computadoras en maletines; todos están ahí por una razón importante.

En diferentes etapas de mi vida he sido viajera transfronteriza. Todo comenzó a principios de los noventa, cuando mi madre me llevaba todos los días, de lunes a viernes, desde Tijuana a Imperial Beach para que tomara clases en la escuela primaria Bayside .

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Desde muy pequeña me acostumbré a levantarme temprano, salir de casa y cruzar la frontera con frío o con calor, con tormenta o buen clima, desayunar y tomar lunch en la escuela, poner atención a mis clases, jugar con mis amigos, esperar a que mamá volviera a buscarme, regresar juntas a Tijuana y volver a repetirlo todo al día siguiente.

Todavía recuerdo el episodio que hizo que mi madre cambiara de opinión y dejara de llevarme a la escuela en San Diego . Fue en parte porque un agente de inmigración la hizo sentir incómoda haciéndonos muchas preguntas y tratando de entender cómo era posible que una madre mexicana con visa de turista tuviera un auto y pudiera cruzar la frontera casi todos los días para llevar a su hija ciudadana americana a escuela. La amenazó con quitarle sus documentos.

“Háblale a mi esposo”, le dijo mi mamá al agente, sabiendo que no estaba haciendo nada malo. Entonces el agente de inmigración me preguntó a mí, una niña de seis años: “Where were you born?” “How old are you?” “Is this your mother?”

Poniendo ese episodio aparte, sigo creyendo que fue gracias a esa educación temprana en inglés que crecí bilingüe, hablando en inglés y en español. En ese momento no sabía el gran sacrificio que hicieron mis padres y que eventualmente me abrió puertas y me permitió convertirme en un miembro contribuyente de mi país.

Como transfronteriza, fui testigo de cómo la seguridad en la frontera se transformó después del 11 de septiembre de 2001, y cómo las largas filas se convirtieron en la nueva normalidad para turistas, estudiantes y trabajadores que esperan para cruzar, caminando o dentro de un automóvil.

Una vez que obtuve mi título profesional y decidí que quería trabajar en el lado norte de la frontera, me uní al grupo de viajeros transfronterizos, una vez más. Esta vez fue mi decisión y, fue entonces que realmente entendí porqué muchos otros lo hacen: para buscar una vida mejor.

Constantemente veo comentarios en las redes sociales que intentan degradar a quienes eligen la vida transfronteriza. “¿Vale la pena?” algunos podrían preguntar. Yo puedo decir que sí. Unos 45,000 estudiantes binacionales en California y México y sus padres así lo creen. Los 54,000 trabajadores que cruzan la frontera de Baja California para ir a sus empleos en California así lo creen. Y no tiene nada de malo. Es nuestro derecho.

Un día, cuando era más joven y estaba sola tratando de cruzar la frontera, tuve que enfrentarme a los incrédulos agentes fronterizos, tal como lo hizo mi mamá. Mi primera licencia de conducir y las placas de mi primer auto fueron emitidas por un estado mexicano, Baja California . Camino a San Ysidro , el agente de inmigración me preguntó “¿Por qué manejas un auto con placas mexicanas?” Respondí explicando que vivía en México con mis padres que son mexicanos. “Bueno, al menos hablas inglés”, me dijo.

Tania Navarro es editora de la opinión de la comunidad en The San Diego Union-Tribune . Es transfronteriza y vive en ambos lados de la frontera.


©2024 The San Diego Union-Tribune. / Distribuido por Tribune Content Agency, LLC

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