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Análisis: Con mucho retraso, los candidatos demócratas se dan cuenta que Sanders puede vencerlos a todos

Democratic debate
Los candidatos en el escenario después del debate del martes en Charleston, S.C.
(Win McNamee / Getty Images)
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El martes por la noche un aire de desesperación invadió el debate presidencial de los demócratas casi desde el primer momento, cuando seis de los candidatos se enfrentaron a una realidad que antes no habían podido ver: El séptimo de los aspirantes, el senador Bernie Sanders, estaba a punto de vencerlos a todos.

En su último debate, hace menos de una semana en Las Vegas, la mayoría de los rivales trataron a Sanders con cautela y enfocaron su fuego en el ex alcalde de Nueva York Michael R. Bloomberg. Sanders respondió golpeando a sus rivales en las asambleas electorales de Nevada y poniendo amplios recursos en las primarias del sábado en Carolina del Sur y en los concursos de los 14 estados del Súper Martes de la próxima semana con el objetivo de dar fin rápidamente a la lucha por las nominaciones.

A pesar de haber estado muy cerca de ganar el premio que la mayoría de ellos han pasado más de un año persiguiendo, los otros demócratas perdieron poco tiempo el martes en dejar claro que Sanders, con sus posiciones, su juicio y su experiencia, sería el tema principal de la noche.

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Pero mientras sus esfuerzos dieron al debate mucha pasión, y pueden haber sembrado dudas en las mentes de algunos votantes que vacilaban entre apoyar o no al senador de Vermont, no hicieron nada para resolver el mayor problema al que se enfrentan los candidatos que no son Sanders: Muchos de ellos han permanecido en la carrera demasiado tiempo.

Sanders comenzó la campaña de este año con una gran fortaleza: la lealtad de sus seguidores de la izquierda del partido, muchos de los cuales lo apoyaron en su campaña contra Hillary Clinton hace cuatro años. Ese respaldo nunca ha vacilado y le ha permitido ganar constantemente el apoyo de entre una quinta y una cuarta parte de los votantes demócratas.

En una carrera de dos personas, el apoyo de un cuarto de los votantes es una receta para el fracaso. Pero como el presidente Trump demostró en su carrera por la nominación republicana en 2016, una minoría comprometida puede ser el boleto al éxito siempre y cuando sus oponentes dividan el voto de la oposición.

Los oponentes de Sanders han hecho precisamente eso: Todos están de acuerdo en que algunos de ellos deben abandonar la carrera, pero ninguno cree que él o ella deba hacerlo. En los últimos meses, han aumentado la ventaja de Sanders al decidir en gran medida no desafiarlo, sobre todo dándole un trato más amable que al de sus rivales.

El ex vicepresidente Joe Biden, como presunto líder durante gran parte del año, fue objeto de un ataque sostenido durante varios debates. Esas críticas y sus respuestas, a veces vacilantes, dañaron claramente su campaña.

La senadora Elizabeth Warren de Massachusetts, cuya posición se elevó constantemente en la primavera y el verano pasados, recibió una intensa presión en el otoño para que especificara cómo funcionaría su plan de salud, y sobre todo, cómo lo pagaría.

Otros candidatos, como la senadora de California Kamala Harris, soportaron el escrutinio de momentos anteriores de sus carreras – los años como fiscal en su caso. Eso eventualmente ayudó a empujarla fuera de la carrera.

Sanders llamó menos la atención porque, hasta esta semana, ninguno de los otros lo veía como su principal rival.

Muchos estrategas demócratas suscribieron la creencia generalizada de que el apoyo al senador de Vermont tenía un tope natural. Los ardientes seguidores de Sanders no lo abandonaron, pero otros votantes, razonaron, no lo apoyarían.

Atacarlo sólo enfurecería a sus partidarios, con pocas posibilidades de beneficio, pensaron. La sabia estrategia, dijeron, era dejar a Sanders en una isla de la izquierda del partido y centrarse en ganar el continente mucho más grande del centro.

La aplastante victoria de Sanders en Nevada demolió esas teorías. Rompió su supuesto tope y ganó el 34% de los votos de la primera ronda en las asambleas del partido y casi dos tercios de los delegados de la convención estatal.

Tal vez igual de importante, Sanders demostró en Nevada que su reclamo de apoyo de los votantes latinos era real y que también había empezado a hacer incursiones entre los electores afroamericanos, abordando una de las principales debilidades de su anterior candidatura.

Eso provocó el pánico entre muchos funcionarios demócratas electos, especialmente los de los distritos centristas, a quienes no les gusta la perspectiva de presentarse con Sanders a la cabeza de la lista.

Mientras tanto, el senador de Vermont impulsó sus esfuerzos en Carolina del Sur, buscando asestar un golpe que pudiera acabar con las posibilidades de Biden incluso antes del Súper Martes, e intensificó su campaña tanto en Massachusetts, donde las encuestas muestran que podría vencer a Warren en su propio terreno, como en Minnesota, donde podría hacer lo mismo con la senadora Amy Klobuchar.

Esas perspectivas obligaron a los rivales a reorientar repentinamente sus estrategias de debate.

En el acta de apertura del debate, Bloomberg acusó a Sanders de ser el demócrata favorito de Vladimir Putin, diciendo que los rusos esperan que le entregue un segundo mandato a Trump. Biden lo culpó por apoyar la legislación respaldada por la Asociación Nacional del Rifle, que daba a los fabricantes de armas inmunidad frente a ciertas demandas.

Pete Buttigieg, el ex alcalde de South Bend, Indiana, lo acusó de no ser sincero con los votantes sobre cómo pagaría por sus programas sociales. Klobuchar dijo que Sanders ofreció “promesas que suenan bien sólo en las calcomanías para los autos”.

Incluso Warren, que pasó la mayor parte del año pasado en un esfuerzo para evitar cualquier parecido entre sus posiciones y las de Sanders, se metió en la pelea. Ella se burló de su mínimo historial de logros en el Congreso, diciendo que tanto ella como Sanders quieren un gran cambio progresivo pero que sólo ella estaba dispuesta a ser “alguien que entra en los detalles para llevar a cabo los cambios”.

Los candidatos rivales acusaron a Sanders de ser demasiado duro con el presidente Obama y demasiado blando con Fidel Castro. Advirtieron que su plan “Medicare para todos” obligaría a millones de estadounidenses a dejar sus planes de salud actuales. Y dijeron repetidamente que tenerlo en la cima de la candidatura demócrata le costaría potencialmente al partido el control de la Cámara de Representantes.

Sanders, por supuesto, tenía respuestas para la mayoría de las acusaciones. Una ventaja de su consistencia ideológica es que el senador ha tenido cuatro décadas para afinar la defensa de sus posiciones. Aún así, si Sanders hubiera soportado tal aluvión de ataques desde el principio de la campaña, podría no estar en una posición tan dominante hoy en día.

Los intercambios expusieron claramente los riesgos - y las potenciales recompensas - del agudo giro a la izquierda que representaría una nominación de Sanders. Durante la próxima semana, con la votación en Carolina del Sur el sábado y en 14 estados, desde Maine hasta California, el martes, veremos si las posiciones de Sanders convencen a los votantes o si simplemente fueron demasiados los que dijeron muy poco, bastante tarde.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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