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El presidente Trump podría aprender, pero probablemente no lo hará, de estos discursos de concesión

In this video from Nov. 4, 2008, Sen. John McCain concedes the 2008 presidential election to Barack Obama.

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Durante más de un siglo, una rutina de la democracia estadounidense ha sido una concesión pública de los candidatos presidenciales que fueron derrotados. El mensaje varía en todos los detalles excepto uno: los vencidos llaman al país a unirse detrás del nuevo presidente.

La tradición de 124 años parece estar en peligro en 2020, cuando el presidente Trump, de pie al borde de la derrota, señala su determinación de liderar una campaña prolongada para revertir la victoria de Joe Biden.

“Gané fácilmente la presidencia de Estados Unidos con VOTOS LEGALES”, afirmó Trump a través de Twitter el viernes temprano.

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No se trataba de un mensaje nuevo de un presidente que llevaba meses diciendo que quizá no aceptaría el resultado de las elecciones.

“No soy un buen perdedor. No me gusta perder”, dijo Trump al presentador de Fox News, Chris Wallace, en julio. “No pierdo con demasiada frecuencia”.

Wallace siguió, “¿Pero eres cortés?”. A lo que Trump respondió: “No lo sabrás hasta que lo veas. Depende”.

Esta no es la norma.

La mayoría de los titulares y aspirantes a la presidencia dicen que respetan y honrarán el proceso electoral, aunque ha habido desafíos en contiendas muy apretadas. No hay un precedente en los tiempos modernos de un candidato que sugiera que la elección fue amañada.

Los discursos no son un asunto menor, dijo el historiador presidencial Robert Dallek, porque “demuestran un compromiso continuo con las transiciones pacíficas del poder”.

Dallek, quien ha escrito sobre presidentes que datan desde Franklin D. Roosevelt, comentó que los mensajes también envían una importante “señal a los partidarios de que deben unirse al candidato ganador y aceptar la derrota”.

Desde 1896, los perdedores han aceptado la derrota públicamente, generalmente con prisa y con frecuencia con apoyo (al menos públicamente) al ganador.

El demócrata William Jennings Bryan perdió esa última contienda del siglo XIX, enviando un telegrama al republicano William McKinley: “Me apresuro a extender mis felicitaciones. Hemos presentado el tema al pueblo estadounidense y su voluntad es la ley”.

En cada una de las 30 elecciones que siguieron, los perdedores le hicieron saber al mundo, primero mediante un discurso público, después mediante un noticiero cinematográfico, luego un discurso en la radio y, finalmente, en la televisión en vivo, que la campaña había terminado y el otro lado había ganado.

Si bien los discursos públicos no son obligatorios, se han convertido en una costumbre, junto con su contenido arquetípico: reconocer la derrota, felicitar al vencedor, instar al país a unirse por el bien común y sugerir que el combatiente vencido seguirá luchando por las causas en las que cree.

A lo largo de las décadas, los derrotados ocasionalmente han pronunciado notas profundas de simpatía.

En 2008, el senador John McCain (republicano por Arizona) reconoció ante una multitud frente a un hotel de Phoenix que el pueblo estadounidense había “hablado con claridad” al elegir al senador Barack Obama (demócrata por Illinois). Se despidió de la multitud que gritaba: “¡No!”

“Esta es una elección histórica”, dijo, cuando Obama se convirtió en el primer presidente electo de raza negra. “Y reconozco el significado especial que tiene para los afroamericanos y el profundo orgullo que deben tener esta noche”.

En un discurso escrito por su ayudante y biógrafo de toda la vida, Mark Salter, McCain dijo que era hora de que el país superara el flagelo del racismo y se uniera.

“Insto a todos los estadounidenses que me apoyaron a que se unan a mí no solo para felicitarlo, sino para ofrecerle a nuestro próximo presidente nuestra buena voluntad y esfuerzo serio para encontrar formas de unirnos”, dijo McCain, “para encontrar los compromisos necesarios, para salvar nuestras diferencias y ayudar a restaurar nuestra prosperidad, defender nuestra seguridad en un mundo peligroso y dejar a nuestros hijos y nietos un país mejor y más fuerte del que heredamos”.

McCain calificó la campaña de 2008 como “el gran honor de mi vida” y agregó: “Mi corazón está lleno de gratitud por la experiencia y del pueblo estadounidense por brindarme una audiencia justa antes de decidir que el senador Obama y mi viejo amigo, el senador Joe Biden deberían tener el honor de liderarnos durante los próximos cuatro años”.

Ocho años después, Hillary Clinton se encontraba impactada por la sorprendente victoria de Trump. Llamó a Trump la noche de las elecciones para aceptar su derrota y pronunció un discurso público al día siguiente.

“Espero que sea un presidente exitoso para todos los estadounidenses”, dijo la exsecretaria de Estado y senadora de Estados Unidos.

Después de instar a las mujeres y jóvenes que la apoyaron, en particular, a seguir soñando con elegir a una mujer para la Casa Blanca, Clinton describió la belleza de las transferencias pacíficas de poder de Estados Unidos.

“Donald Trump será nuestro presidente. Le debemos una mente abierta y la oportunidad de liderar”, manifestó Clinton. “Nuestra democracia constitucional consagra la transferencia pacífica del poder. No solo respetamos eso. Lo apreciamos”.

La concesión más dramática de los tiempos modernos se produjo en 2000, cuando las elecciones llegaron a Florida, donde las papeletas se contaron durante semanas después del día de las elecciones. No fue hasta el 12 de diciembre que la Corte Suprema de Estados Unidos ordenó el fin del recuento de votos, lo que convirtió al gobernador de Texas, George W. Bush, en un vencedor por 527 votos sobre el vicepresidente Al Gore.

Gore inicialmente llamó a Bush la noche de las elecciones y aceptó, solo para llamar menos de una hora después, diciendo que había sido prematuro, dado el margen en Florida. Siguió un tenso intercambio entre los dos hombres.

Treinta y seis días después de las elecciones, Gore se enfrentó a las cámaras de televisión y cortó la alta tensión con una broma.

“Hace unos momentos, hablé con George W. Bush y lo felicité por convertirse en el 43º presidente de Estados Unidos”, dijo Gore. “Y le prometí que no volvería a llamarlo esta vez”.

Se ofreció a reunirse con Bush “lo antes posible para que podamos empezar a sanar las divisiones de la campaña y la elección por la que acabamos de pasar”.

Gore luego citó un precedente de una época incluso antes de las concesiones públicas para evocar el espíritu de e pluribus unum.

“Hace casi un siglo y medio, el senador Stephen Douglas le dijo a Abraham Lincoln, quien acababa de derrotarlo por la presidencia, ‘El sentimiento partidista debe ceder ante el patriotismo. Estoy con usted, señor presidente, y que Dios lo bendiga”.

Para un enfoque menos estadista, un Richard Nixon anterior a la presidencia podría ser el modelo. En 1962, admitió que había perdido la elección para gobernador de California ante Pat Brown.

En un discurso largo y entrecortado, Nixon entrelazó la conciliación con la recriminación. Le deseó lo mejor a Brown, pero agregó: “Creo que el gobernador Brown tiene corazón, aunque cree que yo no”.

El discurso terminó con una larga disquisición sobre los fracasos de la prensa, que culminó con una famosa frase: “Ya no tendrán a Nixon para atacar, porque, señores, esta es mi última conferencia de prensa”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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