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ENSAYO: La primera pandemia metamoderna

La pandemia de Coronavirus ha creado una nueva realidad.
(Los Angeles Times)
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No queda más remedio que empezar este ensayo de una forma poco (o nada) original. A finales del mes de diciembre de 2019, China notifica a la Organización Mundial de la Salud (OMS) la aparición de varios casos de neumonía atípica procedente de un virus de origen desconocido. Aunque en ese momento apenas se sabía nada de dicho virus, unos meses después ya sabemos algo más — ¿podríamos decir mucho? —. Y lo que conocemos, sea mucho o poco, es gracias al bombardeo continuado de noticias en el que la humanidad vive inmersa actualmente. Una situación sin precedentes ante la que debemos pararnos y reflexionar.

Hablemos con propiedad: ¡El mundo se enfrenta a la pandemia más importante del último siglo! Aunque la reacción de una sociedad ante una situación tan dramática parece muy visceral, ésta sigue un cierto patrón. Todos hemos pasado de una fase de incredulidad inicial ante los acontecimientos a una de negación para, finalmente aceptar y/o resignarnos ante la nueva realidad. Este patrón o curva de transición emocional es descrito por el modelo Kübler-Ross, el cual expresa cómo el paso por estas fases es progresivo y depende tanto del tiempo como de la capacidad de adaptación del sujeto.

El modelo de Kübler-Ross plantea una teoría válida... o, al menos, la planteaba hasta la pandemia actual, en la cual nos hemos visto sometidos a un verdadero atropello emocional. Todo el mundo ha sentido ansiedad, terror, humor, esperanza... pero sin ningún orden lógico o secuencial, sino que ha sido de una forma agregada y simultánea. Hemos vivido todas las emociones existentes y todas ellas a la vez.

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Por supuesto, es lógico sentir cierta confusión ante una situación completamente nueva y desconocida. Sin embargo, pronto la lógica ha sido superada por el tratamiento que los medios de comunicación fueron haciendo del tema. En Europa, a pesar de las noticias que llegaban de China desde hacía semanas y de que tanto la propia OMS como la CIA habían lanzado serias advertencias unas semanas antes, era muy frecuente que todos los medios de comunicación asociaran el COVID-19 a una pequeña gripe estacional.

Patricio, mejor conocido como Pato Cervantes se quedó sin trabajo por el coronavirus.
Patricio, mejor conocido como Pato Cervantes se quedó sin trabajo por el coronavirus. Para mantenerse activo, ofrece clases gratuitas a sus vecinos en la ciudad de Hamburgo.
(AFP/Getty Images)

No hicieron falta más que unos días para que, ante la gravedad de la situación, los medios optaran por eliminar lo de pequeña, para acto seguido añadir el mantra de que “sólo afectaba a gente con serias patologías previas”. Eso hasta observar el colapso de muchos hospitales, la saturación de las Unidades de Cuidados Intensivos (UCIs) y los altos índices de letalidad observados en aquellos infectados sintomáticos — los cuales teóricamente sólo son una parte del número total de infectados—.

Ante esta realidad, los medios de comunicación optan por cambiar radicalmente su enfoque, pasando a tratar el virus como quien habla de una peste. Por supuesto, no sólo los ancianos con un sinfín de patologías previas eran ya los únicos vulnerables, sino que de repente también lo era toda la gente joven y sana.

¡Qué digo sana! Los medios empiezan a recoger casos que demuestran cómo deportistas de alto nivel y corredores de ultramaratones pueden morir y, no sólo eso, sino que de repente el coronavirus parecía ser más virulento con aquellos que están más en forma. La incredulidad no conoce de escalas espaciales. El virus pasa de ser una emergencia sólo en China, más concretamente en la provincia de Huabei, a ser declarada pandemia global y emergencia sanitaria internacional en sólo unas semanas.

Se pasa de unos cuántos casos importados sin riesgo de transmisión local a los brotes descontrolados con un crecimiento exponencial. Y lo mismo con las recomendaciones, medidas y políticas para hacer frente al mismo. Se pasa de descartar el uso de mascarillas por parte de la OMS y los respectivos gobiernos, a que de repente sean obligatorias para salir de casa.

Los gobiernos pasan de recomendar hacer vida normal y evitar aglomeraciones en espacios cerrados a obligar al confinamiento sólo unos días después. Y, por supuesto, los cientos de mensajes de ánimo para sumarnos a las medidas de aislamiento social.

Pasamos del “No podemos hacer nada” al “Podemos aplanar la curva”, ¡qué digo aplanarla! “Podemos doblegarla!” — ¡por cierto! mención aparte lo de afrontar una epidemia como si fuera una etapa de montaña del Tour de Francia —. Y lo mismo respecto a los plazos de salida, que serán muy próximos si todos colaboramos... al no va a ser pronto, seguramente será una salida lenta que quizá dure hasta 2029. Pero lo más paradigmático, entre todas estas divagaciones, es el tiempo medio que transcurre entre la publicación de noticias incoherentes y totalmente inconsistentes, que va de unas cuantas horas a unos pocos días en el mejor de los casos. Aunque el despropósito máximo se da cuando noticias totalmente contradictorias comparten espacio en un mismo medio o, directamente, una noticia se contradice a sí misma.

Ante toda esta vorágine, no queda más que resignarse y dar la bienvenida a la Metamodernidad.

La llamada teoría de la Metamodernidad aparece como un movimiento propio dentro del mundo del arte, cuya base teórica fue desarrollada por Alexandra Dumitrescu, aunque popularizada por el artista británico Luke Turner y el actor Shia LaBeouf. Según esta teoría, la sociedad actual se sustenta en un sistema altamente inestable que no deja de oscilar a lo largo del espectro conceptual, perceptivo y psicológico. Lo que traducido al mundo real viene a decir que lo que hoy es verdad, mañana ya no lo es. Lo que hoy es moderno, mañana es arcaico. Lo que hoy es controvertido, mañana es cotidiano. ¡Y viceversa! Siendo ambos extremos verdad, aunque ninguno a la vez.

La Metamodernidad no es un fenómeno tan nuevo, sino que ronda sobre nosotros desde hace tiempo pudiendo destacar algunos ejemplos recientes. La renovación de la clase política en España ha traído unos políticos más formados y que saben más idiomas… aunque no se entienden entre ellos y son incapaces de alcanzar cualquier mínimo consenso.

Hablando de preparación, las jóvenes generaciones de los países occidentales son las más formadas y altamente educadas de su historia... pero, a su vez, el coeficiente intelectual de las mismas no deja de caer. Escocia descarta independizarse de Reino Unido en 2014... pero el Brexit en 2016 supone su expulsión de una Unión Europea... de la que sí querían formar parte. Y como éstas, un sinfín de historias metamodernas que darían para una enciclopedia.

La del COVID-19 es la primera pandemia metamoderna de la historia de la humanidad. Es la primera porque no hay evidencia de una anterior y porque, de haberla habido, probablemente no hubiéramos sobrevivido a ella. La pandemia actual se ha convertido en el caso tristemente paradigmático de cómo la Metamodernidad ha impedido a la mayor parte de gobiernos occidentales asumir, desde un primer momento, la gravedad de la situación para, en consecuencia, actuar de una forma rápida y eficaz. Y es que, para más despropósito, aunque la pandemia fue avisando conforme iban emergiendo casos en los sucesivos países como si de una ola se tratase, las respuestas de los respectivos gobiernos, a cualquier escala, nunca dejaron de ser confusas.

Por supuesto, la Metamodernidad ha estado muy patente desde los días anteriores a la pandemia y ha seguido estándolo, paradójicamente de una forma mucho más acusada durante la propia pandemia, aún cuando la tragedia era un hecho consumado.

De hecho, la redacción de los principales diarios nacionales nunca había vivido tanta confusión. Así, aunque España mostraba los índices de letalidad más altos del mundo en el mes de abril... su gestión de la crisis estaba siendo elogiada por la OMS. Pero es que, además, mientras las noticias de los periódicos y los programas de TV afirmaban que la célebre curva de fallecidos se aplanaba… el número de muertes seguía aumentando porque a lo mejor habíamos entrado en una corta pendiente.

La gestión exitosa de Alemania y Corea del Sur indicaban que la clave estaba en hacer pruebas masivas y rápidas. Por ello España, como muchos otros países, decide comprar numerosas pruebas (un poco tarde) para ser uno de los países que más test hacía en el mundo… pero algo debía estar mal porque de hecho sólo unas horas después era de los que menos pruebas hacía en Europa.

Aunque bueno, esto sólo a medias, porque si se contaban las pruebas que no eran PCR sí era de los que más… aunque desafortunadamente éstos no funcionaban correctamente. Pero lo realmente importante ante una situación tan excepcional es la gestión sanitaria.

En Madrid, durante las primeras semanas de la epidemia los hospitales se colapsaron de pacientes y hubo que reclutar personal sanitario de urgencia, tuviera o no experiencia... aunque también eran frecuentes las noticias sobre despidos masivos de médicos en la misma capital. Mientras se publicaba que las UCIs de los hospitales madrileños estaban completamente desbordadas… igualmente se reconocía que 2.200 plazas nunca llegaron a ocuparse en ningún momento de la epidemia.

Cualquiera que lea estas noticias no puede estar más confundido, tanto o más que las redacciones de los propios medios de comunicación. Según éstos, tras semanas de confinamiento, la gente está deseando salir de sus casas... aunque también parece ser que nadie quiere realmente salir porque tiene miedo.

Por supuesto, las personas quieren volver al mundo de antes para viajar y salir… pero ¡no!, ésta es la gran oportunidad que la humanidad tiene para crear un mundo distinto y mejor, porque en el fondo tampoco tiene sentido viajar tanto.

El virus está matando a mucha gente, no se sabe muy bien cuánta… pero a lo mejor, si se mira bien, puede estar salvando vidas ya que se reduce la contaminación y ayuda a solucionar el problema del cambio climático. La pandemia está siendo algo muy duro que seguramente marcará a nuestra generación para siempre ya que nada será como antes… pero, a lo mejor, en unos años ni siquiera recordaremos que hubo una pandemia porque volveremos a la normalidad… y seguramente caigamos en los mismos errores cuando nos enfrentemos a la siguiente pandemia.

Algo que también ha quedado patente es que la Metamodernidad no conoce de fronteras. De hecho, Wuhan vuelve a la normalidad tras algo más de dos meses de confinamiento masivo… pero, el problema es que hay asintomáticos y ya no es Wuhan, sino es Wuhan 2.0, un escenario espectral como salido de una película de ciencia ficción. Los dueños de animales domésticos pueden estar tranquilos porque parecen ser inmunes al coronavirus... pero en Estados Unidos descubren que hasta los tigres del zoo de Nueva York están infectados. Como el coronavirus suele ser especialmente agresivo con los pulmones, éste afecta en especial a los fumadores... aunque especialistas del principal hospital de París descubren que no, que la nicotina es buena y puede actuar como un escudo frente al virus.

Por simple extensión, y como no puede ser de otra forma, los gobiernos caen en la misma espiral de los medios de comunicación, siendo más paradigmático ver cómo aquellos gobiernos que tuvieron más tiempo de reacción ante la emergencia se contradicen a sí mismos de forma más acusada.

El primer ministro británico Boris Johnson anunció que buscaría la estrategia de inmunidad del rebaño... aunque cuatro días después se desdice y opta por la estrategia contraria. Su asesor más influyente durante la pandemia, Neil Ferguson, aboga por un confinamiento radical y estricto... pero tiene que dimitir porque ni siquiera él se lo toma en serio, saltándose el confinamiento hasta en dos ocasiones para quedar con su amante.

Los países europeos escuchan las recomendaciones de la Unión Europea (UE) de evitar concentraciones masivas el día 2 de marzo... aunque muchas de sus administraciones locales, regionales y nacionales las permiten e incluso las promueven unos pocos días después. El fútbol adopta las recomendaciones sanitarias... pero varios partidos de Champions League con aforo completo se juegan el día 11 de marzo o, lo que es peor, en aquellos partidos que se disputan sin aforo los aficionados se concentran en los exteriores del estadio para animar a su equipo. Por supuesto, la gente se horroriza mientras ve por TV estas multitudes en los aledaños de los estadios... aunque en el fondo también se quejan de que no les dejen salir a tomar algo en los bares.

La Metamodernidad tiende a adoptar un patrón multiescalar en todos los niveles de forma, ante los cuales nadie está exento. A nivel personal, todos reconocemos la heroica labor de todo el personal sanitario... aunque se publican noticias sobre incidentes de ciertos inquilinos que repudian a su vecina enfermera que va a trabajar.

A nivel geográfico, el virus se concentra en las grandes ciudades... aunque Soria y Segovia son dos de las provincias más dramáticamente afectadas y no tienen ni respiradores. A nivel tecnológico, el Gobierno trabaja sin descanso durante semanas en todas las vías del mercado para conseguir traer respiradores de China... pero un grupo de estudiantes de la Universidad de Granada diseña un respirador que puede ser fabricado rápidamente y a gran escala mientras Seat se ofrece para fabricar 300 respiradores al día.

Aunque unos días después, Seat deja de fabricar respiradores porque en realidad tampoco hacían tanta falta. Es más, ¡parece que los respiradores pueden aumentar la letalidad del virus! Lo que sí deja claro esta pandemia es que los esfuerzos inversores deben centrarse en prevención. Para ello, el Gobierno se prepara para hacer pruebas masivas procedentes de China... aunque como no van muy bien (¡realmente van fatal!) son devueltos a China... y no sólo una vez, sino varias. Aunque al final parece ser que funcionan, si se hacen bien y combinados con examen de otro tipo. De todas formas, tampoco tiene demasiado sentido hacer pruebas masivas ya que alguien que da negativo ahora podría infectarse unos minutos después.

Como en el fondo estos exámenes no son muy fiables, es mejor no hacerlos porque perdemos un tiempo y unos recursos valiosísimos en la lucha contra la epidemia. Lo más importante es que España cuenta con un gran número de laboratorios de investigación que son referencia internacional y que están preparados para hacer pruebas masivas con una fiabilidad muy alta... aunque no pueden hacerlos porque la burocracia requiere de unos meses o años para homologar el trabajo de estos laboratorios.

Pero seamos justos, tampoco debemos apresurarnos por hacerlo mal ya que lo realmente importante es dar pasos seguros. Ante la situación de emergencia y colapso que vivimos, las empresas deciden ayudar y hacer sus propias pruebas... pero por alguna razón también se prohíben. A nivel político, las autoridades llaman a la calma porque el sistema sanitario español es uno de los mejores del mundo... aunque no hay mascarillas (ni de las buenas ni de las malas) y una parte considerable del personal sanitario acaba infectado. A nivel económico, se prevé que haya una recuperación en V de la economía en unos meses… pero el PIB caerá más de dos cifras y es posible que no se recupere hasta el año 2045.

Por supuesto, este año será catastrófico para la economía española porque apenas habrá turistas. El sector del turismo y la hostelería plantean estrategias de todo tipo para que los turistas vengan... aunque en muchos pueblos de la costa los vecinos denuncian la llegada masiva de madrileños.

A nivel científico, un grupo de expertos apuestan que habrá una vacuna en otoño de este mismo año... pero nunca antes de 18 meses o, a lo mejor, nunca... por eso la inmunidad de rebaño es la mejor estrategia. Pero si adoptamos esa estrategia tendrá que infectarse en torno a un 60% de la población, lo cual supondría muchos millones de personas… pero los laboratorios que desarrollan vacunas temen que, aún así, no se contagie una cantidad significativa de individuos para probar sus vacunas. Los resultados extraídos de las pruebas de seroprevalencia constatan que sólo una pequeña parte de la población española ha estado expuesta al virus y ha desarrollado anticuerpos... aunque esto es malo porque el virus no se ha propagado lo suficiente en la población y la inmunidad de rebaño está lejos, aunque esta estrategia haya sido descartada hace semanas.

A nivel espiritual, “Resistamos”, “Quedémonos en casa” y “Aplanemos la curva”... aunque seamos realistas, esto es una pandemia y no podemos hacer nada... pero bueno, tenemos Netflix y Zoom por lo que, en el fondo, a la gente no le apetece salir porque puede mirar un montón de series divertidas o ver a todos sus amigos por videoconferencia. De hecho, el confinamiento es el paraíso de los introvertidos... sin embrago, parece que los introvertidos viven en su propio infierno. Pero no sólo ellos, nosotros mismos conocemos a amigos que en el fondo no creen en el virus… pero aún así no piensan salir de casa jamás hasta que exista una vacuna… pero cuando la haya no se la pondrán porque seguramente Bill Gates la habrá usado para inocular un microchip de control mental.

Estar sometido a semejante bombardeo de noticias contradictorias genera un sentimiento de confusión generalizada que se ha extendido a todo el conjunto de la sociedad. No han sido solo los medios de comunicación, sino también los gobiernos, los equipos científicos, los supuestos expertos… y así hasta llegar a cada uno de nosotros. Vivir oscilando constantemente entre realidades diametralmente opuestas supone vivir en un punto muy inestable de media (y suma) cero o, lo que es lo mismo, en una zona de confusión y paralización permanente, lo que nos vuelve extremadamente indefensos, exhaustos y desorientados ante sentimientos encontrados. De esta forma se explica por qué no hemos sabido reaccionar como sociedad ni en tiempo ni en forma ante la magnitud real de esta pandemia.

El daño de la Metamodernidad debe entenderse como una consecuencia directa de las sociedades líquidas definidas por Bauman y existentes, al menos, hasta la llegada de la pandemia. Vivimos en sociedades de consumo masivo en las que la información, el tiempo y la atención son simples bienes de consumo. Las redes sociales se han convertido en el principal motor tanto de interacción social como de consumo de información dentro de unas sociedades cada vez más digitales. El propio formato en el que las redes sociales presentan la información está optimizado para una exposición masiva por parte de los usuarios empleando para ello titulares pretenciosos, imágenes sensacionalistas y memes, además de un contenido (intencionadamente) sesgado e incompleto. Todo ello unido a un modelo de selección de información que contribuye cada vez más a sesgar las ideas propias y preconcebidas, creando silos de opinión y cámaras de eco cada vez más polarizadas.

Este modelo tanto de consumo de información como de interacción entre usuarios ha cambiado el tratamiento de las noticias por parte de la prensa, especialmente la digital. En plena epidemia, han compartido espacio informativo noticias de un dramatismo extremo tales como “Atrapado con el cadáver de su hermana en casa durante dos días” (The Standard, 12-03-2020) o “Doce días sin saber del cadáver de su padre, que llevaba ocho días cremado y la aseguradora no les avisó” (El Mundo, 05-04-2020) con “El desnudo de Anabel Pantoja en el que se muestra así de sincera: ‘Sí, estoy encogiendo barriga para la foto’” (Antena 3, 13-04-2020). Navegar en este mundo de contradicciones ha hecho que realidades totalmente extremas y antagónicas, convivan muy próximas entre sí. Y con ellas, nuestra capacidad de atención y nuestros sentimientos contradictorios ante las mismas.

Desde hace unos años, los gobiernos intentan enfrentarse a las campañas de desinformación que emergen principalmente a partir de las fake news (noticias falsas) y toda aquella información que es manipulada de forma intencionada. Sin embargo, ésta puede ser una estrategia fallida tal como demuestran algunos estudios científicos que determinan que la influencia de las fake news en nuestro comportamiento político es, en realidad, muy limitada. Sin embargo, la Metamodernidad sí puede suponer una gran amenaza para las sociedades venideras.

El hecho de estar tan expuestos a noticias totalmente incoherentes (que no son necesariamente falsas) y que éstas convivan en tiempo y espacio anula por completo el llamadoprincipio de contradicción según el cual, hoy podemos afirmar exactamente lo contrario de lo que dijimos hace unas horas e, incluso más, hacerlo sin que a nadie le importe lo más mínimo. Sirvan como ejemplo algunas noticias publicadas recientemente en diversos diarios nacionales donde los propios titulares son contradictorios en sí mismos: “Diez hospitales no pueden atender a más enfermos críticos pese a bajar la presión en las UCIs” (La Razón, 07-04-2020), “La OMS sobre el Covid-19: ‘el virus tendrá dificultades para sobrevivir’ aunque entramos en una fase muy crítica” (Marca, 25-05-2020).

Hasta la fecha, la Metamodernidad demuestra ser una estrategia muy eficiente de desmovilización y desinformación de la ciudadanía. Así, mientras los gobiernos plantean actuaciones de censura ante bulos y fake news, las cuales pueden ser filtradas y contrastadas, no existen acciones concretas para hacer frente a la Metamodernidad y al espacio de incertidumbre generado por una exposición constante y continuada a noticias contradictorias.

En una situación de pandemia como la que vivimos, un exceso de noticias negativas haría que la sociedad adoptara estrategias sólidas de inteligencia colectiva ante una situación de extrema gravedad. Así, aunque el gobierno reaccionara a destiempo, la propia ciudadanía asumiría su propia iniciativa para hacer frente a la gravedad de la situación. En el supuesto contrario, un exceso de noticias positivas minimizaría inmediatamente la gravedad de la situación lo que permitiría volver rápidamente a la normalidad. Sin embargo, esa posición intermedia que plantea la Metamodernidad deja al conjunto de la sociedad en un lugar incierto y confuso, sin ninguna capacidad de reacción. Dicho de otro modo, si uno no sabe si tiene que tomar las armas ni tampoco si puede bajar a la calle a tomar una cerveza, su cerebro explota.

Queda un espacio para ciertas reflexiones finales. Por una parte, parece que la confusión generada por la Metamodernidad es especialmente dañina en las sociedades líquidas en que vivíamos. Solo así se entiende como la búsqueda constante por el protagonismo y la atención no afecta nada más a los medios de comunicación, sino también a todo el conjunto de la sociedad.

De hecho, esto ha sido muy patente por parte de los respectivos líderes políticos, gobiernos, expertos epidemiólogos y científicos en general, los cuales se han apresurado en publicar sus estudios para intentar resolver un problema de muy largo recorrido temporal, aún siendo conscientes de que sus resultados eran total o parcialmente incoherentes (Proteus phenomenon). En realidad, si somos sinceros, la auténtica contribución de muchos de ellos no ha sido más que aumentar la confusión general ante la epidemia. En resumen: No estamos ni ante una guerra ni tampoco ante un período de contemplación. Nos encontramos ante ¡la nada más absoluta, …el horror, el grito de Munch!

P.D.: Son ya las 8:00 p.m. Hoy toca aplaudir y agradecer la labor de los sanitarios, los auténticos guerreros en esta pandemia. Mientras me dispongo a aplaudir, siento como la adrenalina recorre mi cuerpo por ser uno de los millones de héroes anónimos que ha sabido quedarse en casa y que, silenciosamente, ha luchado contra este virus. Pero solo unos segundos después siento, de repente, una vergüenza indescifrable por salir a aplaudir ante una situación que no sé muy bien de qué va. No puedo evitar que se me escape una risa. Esto confirma que soy una víctima más de la Metamodernidad. Todo parecería un poco ridículo... si no fuera que estamos realmente ante ¡el fin del mundo!

José Balsa Barreiro es investigador afiliado del MIT Media Lab, en Estados Unidos. Manuel Cebrián, es director asociado en el Institute for Human Development, Berlin, Alemania.

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