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¿La relación entre latinos y ‘latinxs’? Es complicada

A bilingual sign with the words "Vote Aqui Here" outside a polling center in Austin, Texas.
Un letrero bilingüe, afuera de un centro de votación en Austin, Texas. Ha habido un debate por décadas en la política sobre qué términos usar cuando se hace referencia al electorado latino.
(John Moore / Getty Images)
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Cuando se le preguntó cómo los demócratas podrían traducir su éxito entre la comunidad latinx de Arizona en las últimas elecciones presidenciales, el representante federal Rubén Gallego (D-Arizona) tuiteó una respuesta aguda: “Primero comience por no usar el término ‘latinx’”.

Aunque presentados como una objeción personal, los comentarios del representante tienen un significado más profundo. La inserción del vocablo ‘latinx’ en el ritual post mórtem de las elecciones es la última interacción de una batalla de décadas por los nombres, que plantea preguntas en el centro mismo de la idea de un “voto latino” a nivel nacional: ¿Quién pertenece a esta comunidad política, qué son los “problemas latinos” y quiénes deberían ser los aliados de los latinos?

‘Latinx’ es un término de cosecha reciente; surgió de la academia en la década de 2000 y ganó un uso generalizado después del tiroteo en masa en el club nocturno Pulse, en Orlando, Florida, donde muchos de los asesinados eran latinos. El término señala la inclusión de personas que no se identifican como hombres o mujeres y que no ven el género como binario, en un idioma en el cual los sustantivos cambian según el género (latino/latina). La palabra fue incorporada particularmente entre la gente más joven y aquellos pertenecientes a la comunidad LGBTQ.

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Los críticos de izquierda y derecha tomaron nota durante las primarias demócratas cuando la campaña de la senadora de Massachusetts Elizabeth Warren adoptó “latinx” para comunicarse con tal comunidad. Su uso reforzó las credenciales progresistas de Warren, pero los detractores citaron encuestas que mostraban que el término no es ampliamente aceptado por el electorado al cual dice representar.

Un sondeo de agosto del Pew Research Center encontró que solo el 3% de los adultos latinos emplean “latinx”, aunque casi el 15% de las mujeres hispanas de 18 a 29 años lo hacen. Muchos de quienes lo evitan consideran que es un identificador elitista y ajeno.

Como Gallego expresó después de la elección, el uso de “latinx” simboliza un intento de quitar “algo de mi cultura” y reorientarla hacia la “perspectiva” de otra persona. La implicación es que los políticos que usan el término están cediendo a las sensibilidades externas en lugar de respetar las preferencias de sus electores. Los candidatos que hablan de votantes “latinxs” podrían perjudicar su posición dentro del grupo minoritario más grande del país, según algunos analistas políticos.

La búsqueda de un nombre que sea lo suficientemente inclusivo como para capturar la tremenda diversidad de los latinos -en cuanto a su origen nacional, idioma, color de piel, región, religión, sexualidad e identidad de género- ha sido durante mucho tiempo una cuestión clave en la lucha del grupo por ejercer el poder en este país.

Desde que apareció por primera vez un “voto latino” a nivel nacional, la nomenclatura ha sido un punto crucial de debate. Después de ayudar a John F. Kennedy a ganar la presidencia en 1960, los mexicoamericanos trataron de convertir sus clubes “Viva Kennedy” en una alianza permanente que abarcara el suroeste. Sin embargo, en una reunión de 1961 en Phoenix, no pudieron avanzar más allá de la cuestión de cómo llamarse a sí mismos. Habiendo adoptado términos que reflejan sus diferentes comunidades, los autodenominados “mexicoamericanos” de California chocaron con un contingente de “latinoamericanos” de Texas, mientras que otros insistieron en el término “hispanohablantes”. Algunos rechazaron las etiquetas étnicas por completo, prefiriendo enfatizar su americanismo.

Al igual que “latinx”, estas etiquetas se consideraron identificadores tanto culturales como políticos. Por ejemplo, autodenominarse “mexicoamericano” era, a principios de la década de 1960, afirmar el orgullo ancestral contra una sociedad racista, similar a la adopción por parte de los afroamericanos del término “negro”.

“Mexicoamericano” fue ampliamente aceptado por los líderes de la comunidad a mediados de la década de 1960. Sin embargo, la generación más joven pronto comenzó a llamarse a sí mismos “chicanos”, un término que enfatizaba sus raíces mexicanas e indígenas e indicaba solidaridad con los trabajadores, inmigrantes y los pobres. Muchos de sus mayores lo desaprobaron enérgicamente.

A medida que los puertorriqueños y cubanos ingresaron a la arena política en mayor número, algunos exigieron ser incluidos junto a los mexicano-estadounidenses en los partidos políticos y los programas gubernamentales. A fines de la década de 1960, el representante estadounidense Edward Roybal, un demócrata de Los Ángeles y mexicoamericano, vio la oportunidad de unirlos en un electorado que se extendiera de costa a costa. Pero primero necesitaban un término general.

En Washington, Roybal ayudó a proponer términos que el gobierno podía utilizar para tratar de reunir a estos distritos electorales bajo el mismo paraguas. Incluyeron “hispanohablantes”, “hispanoamericanos”, “de apellido español” e “hispanos”. Algunas etiquetas encontraron una fuerte resistencia por su supuesta falta de autenticidad. Al igual que “latinx” hoy, “hispano” fue controvertida. Algunos líderes políticos mexicoamericanos temían que esa palabra ocultara los problemas específicos de los mexicoamericanos al agrupar a sus comunidades con aquellas con las que tenían poco en común.

Sin embargo, el término “hispano” fue ampliamente aceptado después de que fuera adoptado por los medios de comunicación, utilizado en el discurso político y estampado en innumerables fórmulas de gobierno desde finales de la década de 1970.

Aquellos que actualmente se oponen al uso de “latinx” deben considerar que los significados y la utilización de tales etiquetas en la arena política han cambiado considerablemente con el tiempo. En 1964, los republicanos formaron el comité “Latinos con Goldwater” para apoyar al senador conservador en su campaña presidencial. Sin embargo, en la década de 1970, la palabra “latino” había migrado hacia la izquierda, cuando los demócratas formaron un “caucus latino” dentro de sus filas, en 1972. Cuando el partido republicano creó una “Asamblea Nacional Hispana Republicana”, dos años más tarde, veían “hispano” como el identificador más conservador. Después de unos años, aparecieron los “demócratas hispanoamericanos”. En las últimas elecciones presidenciales, los letreros de ‘latinos por Trump’ eran omnipresentes en las partes cubanas de Miami.

Dada esta historia de cambios, se puede esperar que el uso y significado de “latinx” evolucione, y con él la incomodidad que algunos tienen con el vocablo.

Hay otra lección que aprender de Roybal, quien estaba profundamente consciente de la importancia de las etiquetas y consideraba que las identidades nacionales seguirían siendo significativas para las comunidades a las que buscaba unir. Él era flexible; sabía que diferentes momentos y situaciones requerían de términos distintos. En un momento en el que muchos veían que “hispano” y “latino” reflejaban diferentes orientaciones políticas, Roybal presionó por la aceptación de ambos. Construir una comunidad política panlatina se trataba sobre todo de formar coaliciones. Los latinos no podían darse el lujo de condenarse al ostracismo entre sí.

A pesar de su relativa novedad, “latinx” tomó su lugar en la larga lucha por la identidad latina en Estados Unidos. En lugar de tratar de eliminar su uso -algo que alguna vez se intentó con el ahora favorecido “hispanos”- los resistentes deberían estar de acuerdo en que un término nunca podrá encapsular la amplia gama de ambiciones e identidades del grupo minoritario más grande del país. Sus diversas políticas y agendas deben ocupar un lugar central, independientemente de cómo se definan.

Benjamin Francis-Fallon es el autor de “The Rise of the Latino Vote: A History” (“El auge del voto latino: una historia”) y profesor asociado de historia en Western Carolina University.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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