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Columna de Adictos y adicciones: Una muerte anunciada

ARCHIVO - En imagen de archivo del 26 de abril de 2018, un hombre yace en una acera
ARCHIVO - En imagen de archivo del 26 de abril de 2018, un hombre yace en una acera junto a un contenedor de reciclaje en San Francisco. (AP Foto/Ben Margot, archivo)
(ASSOCIATED PRESS)
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Enero amaneció frío y brumoso, el primer día del año siempre parece suspendido en el tiempo, las calles lucen desnudas y el mundo entero parece dormir y ser feliz. No para Fer, quien no durmió en toda la noche, esperando el alba para salir a comprar el veneno que lo mata y al mismo tiempo lo cura.

Fer salió de su cueva con los primeros rayos de sol, caminando sin prisa para no llamar la atención, aunque en su interior sentía que las tripas se le aflojaban y una ansiedad de muerte le recorría el cuerpo. Una noche antes se inyectó su única dosis de heroína y tomó alcohol hasta donde pudo, pero no fue suficiente.

Sentía las manos entumidas de frío al llegar a su destino, donde tuvo que esperar más de una hora, con los ojos clavados en esa puerta y esa ventana; a veces creía ver que se movía la cortina y corría, solo para comprobar que su vista lo engañaba.

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Si tocaba la puerta y en vez de salir el ‘Chuy’ aparecía su mujer, todo se echaba a perder; ella los marcaba a quien se atreviera a tocar su puerta y no dejaba que su marido les vendiera droga.

“Que se esperen afuera” decía indiferente a las súplicas de los adictos, que esperaban a que el ‘Chuy’ saliera y diera la señal.

Ella los detestaba a todos, odiaba sus miradas de perros hambrientos cuando la veían salir, aborrecía sus ojos suplicando por una dosis. Repudiaba esa vida, su vida, sin fuerza para salir de aquel hoyo, no terminaba de reprocharse por no tener el valor para dejar a ‘Chuy’ o hacer algo por sí misma, sin ser adicta, ella también estaba atrapada.

El ‘Chuy’ es un hombre campechano, que parece no preocuparse por nada, en el fondo, aprecia que su mujer le cuide las espaldas y no deje acercarse a nadie; su trabajo consiste en salir una o dos veces al día a comprar droga, luego separa su parte y hace dosis que vende a la parvada de adictos, que lo mantienen a él y a su familia.

Finalmente apareció el ‘Chuy’, solo para decir que no había mercancía y que volviera en dos horas; a Fer se le abrió el piso y se le vino el mundo encima, en dos horas estaría vomitando y con esos escalofríos que parecen descargas eléctricas.

Hubiera querido llorar, pero no tenía fuerza ni para compadecerse de sí mismo. Frustrado como un niño y con una malilla galopante, se fue a ocultar en un rincón para que la policía no lo viera y sin más remedio tuvo que esperar.

En esos momentos de desesperación suplicaba a Dios, pero no pedía ayuda para abandonar su adicción, Fer pedía un milagro: una dosis, “una cura”. No esperó mucho, pues luego de media hora llegó otro adicto que lo vio casi moribundo y frente a sus ojos sacó un envoltorio de plástico conteniendo las ansiadas dosis; a Fer le brillaron los ojos, hubiera ofrecido su alma a cambio de una de esas bolsitas, pero no fue necesario tanto, Fer había robado cien dólares del bolso de su hermana y tenía planes de disfrutar su “cura” al máximo.

Fermín murió el primero de enero víctima de una sobredosis, su madre y dos de sus hermanos fueron a reclamar el cuerpo; con la ayuda de parientes y vecinos le dieron cristiana sepultura. A nadie le sorprendió su muerte, de hecho, la suya fue una muerte anunciada desde hacía años, desde esos tiempos el alma se le escapó del cuerpo y vagaba por el barrio, como un fantasma.

Toda madre que pierde a un hijo sufre y la madre de Fermín lo amaba con todo su corazón, pero en medio de su dolor le agradeció a Dios que se lo hubiera llevado. “Dios se apiado de él y de nosotros”, expresó.

Escríbame, su testimonio puede ayudar a otros. Todos los nombres han sido cambiados.

cadepbc@gmail.com

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