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Columna de Adictos y Adicciones: Respuesta para Liz

El hermano de Liz, es un adulto mayor de cincuenta años, que ha pasado gran parte de su vida
El hermano de Liz, es un adulto mayor de cincuenta años, que ha pasado gran parte de su vida entre drogas, centros de rehabilitación y cárceles.
(Al Seib/Los Angeles Times)
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En atención a Liz, quien me envió una carta buscando ayuda para su hermano, me permito extender mi respuesta.

El hermano de Liz, es un adulto mayor de cincuenta años, que ha pasado gran parte de su vida entre drogas, centros de rehabilitación y cárceles. Actualmente se encuentra viviendo en la calle, un juez puso una orden de restricción para que no se acerque a la casa de su madre, lugar donde vivía hasta antes de su último ingreso a la cárcel.

Como es natural, Liz se encuentra angustiada y con deseos de ayudar a su hermano, sin embargo, él es un hombre libre para decidir qué hacer con su vida, nadie lo puede obligar a buscar ayuda, mientras él no se decida, se está matando a pausas y enfermando de dolor a su familia.

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Casos como el de Liz hay miles, las familias de los adictos se enfrascan en un círculo vicioso, que en la mayoría de los casos termina por destruir relaciones o enfermar a quienes tratan de ayudar al adicto.

Lo primero que debemos tomar en cuenta, es que salir de la adicción no es solo un tema de voluntad, el adicto muchas veces tiene el deseo de dejar de consumir, sin embargo, la dependencia física y psicológica es una enfermedad; mientras la familia no se dé cuenta que su ser querido está enfermo, seguramente seguirán pensando que se trata de falta de voluntad.

La enfermedad de la que hablamos afecta no solo al adicto, también a sus familiares, comúnmente a los padres, esposa o hijos, quienes tratan desesperadamente de encontrar una receta, un centro de rehabilitación, un médico o psiquiatra que ayude al adicto, sin embargo, nadie puede hacer que otra persona cambie, a menos que esa persona esté dispuesta a hacerlo, esto aplica para todo, por ejemplo, nadie puede obligar a otro a que estudie, a que deje de comer convulsivamente o a que abandone el tabaco.

Lo que sí podemos hacer es cambiar nosotros, abrir la mente y buscar nuevos enfoques, es por eso que generalmente recomiendo asistir a un programa para familiares y amigos de adictos, también conocido como Nar-Anon.

Aunque estos programas no son religiosos, sí son espirituales, es decir, los miembros de un programa de doce pasos reconocen que hay un poder superior, la mayoría lo llamamos Dios, pero también puede ser el mismo grupo de doce pasos.

¿Por qué es importante concebir a un poder superior? Básicamente porque nos abre la mente a reconocer que nosotros no estamos en control; por mucho que amemos a una persona no podemos controlar sus actos.

Aceptar que no tenemos el control y que lejos de eso, nuestra vida se ha vuelto ingobernable, es el primer paso hacia una nueva vida. tal vez usted piense que el del problema es el adicto, que usted realmente no tiene ningún problema pues no consume ninguna sustancia y lleva una vida más o menos estable, sin embargo, si se hace un análisis profundo y honesto, se dará cuenta que la vida del adicto le quita el sueño, afecta a otros miembros de su familia, puede pasar del enojo a la preocupación en un abrir y cerrar de ojos, muchas veces lesiona las finanzas familiares y consume grandes cantidades de tiempo, eso sin contar las enfermedades que se pueden desarrollar a causa del constante estrés.

Frecuentemente he escuchado decir a madres y esposas, que sí creen en un poder superior (Dios), sin embargo, parece que les resulta imposible dejar en manos de ese poder superior su propia vida y la vida del adicto. Una madre de familia a quien quiero mucho, decía que para ella, Dios era su ayudante, “Sin darme cuenta me sentía superior a Dios, yo sabía qué hacer, yo tenía la solución, solo necesitaba que Dios me ayudara, a ese grado llegaba mi soberbia”.

Cuando reconocemos que el sol sale para todos y que ese poder superior se hace cargo de todos, podemos confiar, soltar al adicto con amor; sí, soltarlo, dejarlo que viva su destino y sus consecuencias. Eso no significa abandonarlo, significa no interferir y dejarlo que toque fondo; muchas veces nuestro amor impide que el adicto toque fondo e involuntariamente perpetuamos el círculo vicioso.

Hasta aquí mi respuesta para Liz; espero de todo corazón que ella y su madre busquen ayuda en un grupo de doce pasos, en internet pueden encontrar un grupo cercano a su domicilio, estoy segura que no se arrepentirán.

Por último, quiero agradecer a Liz por el valor de escribirme; pido a Dios por ella, por su madre y su hermano.

Escríbame, su testimonio puede ayudar a otros. Todos los nombres han sido cambiados.

cadepbc@gmail.com

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