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L.A. Affairs: El Dim Sum está hecho para ser compartido. Pero yo no tenía a nadie

Dim sum in a heart-shaped bamboo basket.
(Jordon Cheung / Para The Times)
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Al ir creciendo, recuerdo que lo primero que me preguntaba mi madre, o a mis hermanos, cuando entrábamos por la puerta era: “¿Ni chi le ma?”. El equivalente chino de “¿Cómo estás?”. Traducido a grandes rasgos en nuestra casa, significaba: “¿Has comido?”.

Siempre había algo para picar. Podían ser postres de la panadería, un plato de sopa con fideos caseros de mamá, un club sándwich cortado en triángulos. O, si teníamos suerte, una caja de color rosa brillante llena de dim sum que mamá traía a casa en esos días especiales en los que almorzaba con sus hermanas y su madre (mi abuela) en su restaurante favorito, Honolulu. “Golosinas del corazón”, decía mi abuela mientras se relamía los labios y se tocaba el corazón.

Me gustaban especialmente los suaves bollos al vapor rellenos de cerdo asado dulce, cualquier dumpling (frito, hervido o al vapor) y las tartas de natillas.

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Featuring some of our favorite tales of searching for love in Southern California, curated from the beloved L.A. Affairs column.

Dic. 2, 2020

Los fines de semana, mamá organizaba reuniones de dim sum con las tías, los tíos, los primos y cualquier otra persona que viniera de visita desde el continente, por lo general la familia extendida de California. No siempre disfrutaba de la compañía, de niño, siempre pensé que las conversaciones de los adultos eran muy aburridas, pero me encantaba comer el dim sum.

Después de graduarme de la universidad y mudarme a Los Ángeles para seguir una carrera en la enseñanza, mi búsqueda de dim sum se estancó. No pude encontrar un lugar cuyo dim sum me gustara tanto como el que había tenido en casa. Además, estaba ocupado y sin dinero. Después de obtener mis credenciales de enseñanza, me contrataron para enseñar en una escuela primaria de Pasadena. Había tantas cosas que un maestro joven e inexperto tenía que aprender y hacer. No tenía tiempo para pensar en el dim sum. Me incliné por las comidas para llevar baratas y fáciles y los almuerzos de cafetería.

Me entregué de lleno a mi trabajo. Quería convertirme en el tipo de maestro que hubiera deseado tener de niño. Y me gusta pensar que lo conseguí. Enseñé en todos los grados, pero me especialicé en las artes. Ayudé a mis alumnos a escribir cuentos, a pintar y a montar obras de teatro. Me involucré mucho en la comunidad y me hice amigo de los padres de muchos de mis estudiantes. A menudo me invitaban a sus casas para compartir deliciosas comidas. Me sentía feliz. Pero no me olvidé del dim sum. Frecuentemente regresaba al restaurante Honolulu durante los veranos y me saciaba de dim sum en nuevos restaurantes que mamá había descubierto.

We collected some of our favorite L.A. Affairs columns — which run weekly in the Los Angeles Times, and chronicle the ups and downs of dating in Los Angeles and the search for love — into a new book. Here’s a sneak peek at a few of the columns you’ll find inside. Hint: The book would make a fab V-Day gift!

Feb. 11, 2021

De vuelta en Los Ángeles, después de uno de esos viajes, decidí hacerme cargo de mis antojos de dim sum. Aprendí a hacer dumplings sencillos. Compré un wok, cestas para cocinar al vapor y muchos ingredientes en los mercados de Chinatown. Mis dumplings mejoraban cada vez que los hacía. No dominaba las intrincadas técnicas de plegado, pero sabían mejor que las enchiladas congeladas que solía tener a mano. A mis 30 años, miré a mi alrededor para hacer un balance de mis logros personales. Sabía hacer dumplings y pronto sería titular.

Solo había un problema.

El dim sum está hecho para ser compartido.

Y eso significaba que necesitaba dar el siguiente paso para convertirme en mi verdadero yo.

Llamé a mi madre por su cumpleaños y simplemente lo dije. “Feliz cumpleaños mamá. Soy gay”. Hubo un silencio momentáneo. Estaba a punto de precipitarme en ese silencio, para asegurarle que seguiría recibiendo su tradicional envío de peras de Harry & David (realmente le encantaban esas peras) cuando la escuché aclararse la garganta.

Casi esperaba que me preguntara: “¿Ni chi le ma?”. En cambio, me preguntó: “¿Has conocido a alguien?”

“No, todavía no”.

“Espero que le guste el dim sum”, se rió.

Claramente, no estaba sorprendida por mi revelación.

I told my best friend that I wasn’t sure whether it was a date or just a casual meetup. When Andrew showed up at my house in a T-shirt, shorts and flip-flops, I thought: ‘OK, not a date.’

Mar. 20, 2021

Nunca había sentido la aprensión que suele acompañar a las historias de salida del armario. Jamás había temido decepcionar a mis padres. Mi ansiedad se centraba en lo que significaba todo aquello: era el momento de conocer a alguien. Toda esa concentración en mi trabajo me había vuelto complaciente con todo lo demás en mi vida.

Salir en citas, y conocer a alguien, sería el siguiente paso para llegar a ser yo. Solo tenía un requisito exigente. No quería en absoluto salir con un profesor.

Unos días después, mi mamá me envió una tetera tradicional china con cuatro tazas de té a juego, metidas en una cesta tejida. Dentro venía una tarjeta donde escribió: “Debes tomar té cuando sirvas dumplings a tus amigos”.

El siguiente capítulo de mi vida me llevó a comprar una casa en Silver Lake que necesitaba reparaciones y que tenía electrodomésticos de color verde aguacate. Si diera clases de verano durante el resto de mi vida, podría permitirme una remodelación. La nueva casa significaba que estaba más cerca del trabajo.

Y yo seguía soltero, pero no por falta de intentos.

It’s been nearly two years, and yet I still think about that night. It’s my inspiration for confronting situations and making a move instead of letting key moments pass me by.

Nov. 6, 2021

Después de instalarme, desempaqué el wok y las cestas para cocinar al vapor. Fui a comprar los ingredientes. Cerdo molido, castañas de agua, cilantro, aceite de sésamo y col napa. Era el momento de hacer los dumplings. Utilicé todas las pieles de won ton del paquete. Tenía suficientes dumplings para toda la semana.

Pero esa noche, este reconfortante proceso me hizo sentir más solo que nunca.

Decidí explorar mi nuevo vecindario e ir a un bar local. Quizá conociera a alguien. Sin embargo, seguía existiendo esa aprensión. Hice un trato conmigo mismo. Si encontraba un lugar para estacionar, lo tomaría como una señal y entraría.

El bar estaba oscuro, lleno de humo (sí, se podía fumar en aquella época) y abarrotado. Pedí una cerveza y me quedé de pie fingiendo estar a gusto. Escuché que alguien decía: “¿Quieres otra?”. Tenía una bonita sonrisa, una cara amable, y nos pusimos a hablar. Y a hablar. Y a hablar. Teníamos muchas cosas en común.

Sí, era profesor.

En un momento dado, comenté que siempre me da hambre cuando bebo, y desearía que el bar sirviera algo de comida. Unas alitas de pollo me vendrían de perlas. Ron no dejó pasar eso. “¿Tú también tienes hambre? No he cenado. ¿Quieres comer algo?”

Y entonces hice algo que me sorprendió incluso a mí.

“¿Te gustan los dumplings?” pregunté.

Y de repente, era sábado por la noche y estaba preparando mi dim sum casero para un nuevo conocido, mientras seguíamos charlando y conociéndonos mejor.

No estoy seguro de que Ron supiera distinguir los dumplings de las donas, pero deben haberle gustado porque seguía regresando por más.

Treinta años después, sigue regresando.

Todos mis temores acerca de salir con un maestro resultaron ser infundados, por cierto. Me preocupaba que se hablara sin cesar sobre la política escolar y quejas sobre el trabajo. Me encantaba mi trabajo, pero no quería que mi vida fuera consumida por la educación. Eso nunca ha sido un problema. En cambio, pasamos el tiempo compartiendo nuestras respectivas pasiones: la suya es la historia, la mía es el arte.

Es increíble cómo ambos podemos mirar lo mismo, sin embargo, ver cosas diferentes.

Nos encanta ir a los museos juntos, y cuando vemos una obra de arte, se la desgloso en términos de color y forma. Él me lo explica en términos del pintor, sus influencias y cómo surgió todo en ese momento concreto. A veces, nos dejamos llevar tanto que la gente cree que somos docentes. Y nuestros amigos, aburridos, nos dejan para ir a pasar el rato al restaurante del museo.

Hace poco, Ron y yo decidimos hacerlo oficial y nos casamos en el jardín de la casa que compartimos. Solo invitamos a dos queridos amigos a acompañarnos. Fueron nuestros “padrinos”.

Como nos conocen bien, nos trajeron un pastel de boda de dos pisos y dim sum para llevar para nuestro “banquete” de boda.

Serví té de la tetera que me regaló mamá. Mientras brindábamos por nuestra boda, me di cuenta de que las palabras más importantes que dijimos esa tarde no fueron “sí, acepto”.

Más bien, fueron la respuesta a la pregunta de mi mamá. Ella murió hace muchos años, y yo quería escuchar esas palabras una vez más, su forma de hacernos saber que le importábamos y nos amaba. “¿Ni chi le ma?”

En respuesta, levantamos nuestras tazas de té, y respondí: “Sí, lo hemos hecho”.

El autor y su esposo se han retirado de la enseñanza y viven en Silver Lake con su perro, Charlie.

L.A. Affairs narra la búsqueda del amor romántico en todas sus gloriosas expresiones en el área de Los Ángeles, y queremos escuchar su verdadera historia. Pagamos $300 por un ensayo publicado. Envíe un correo electrónico a LAAffairs@latimes.com. Puede encontrar las pautas de envío aquí. Puede encontrar columnas anteriores aquí.

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