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L.A. Affairs: Odiaba el 14 de febrero, hasta que recibí un regalo de San Valentín de mi difunto esposo

A mosaic of images and words, including a heart with the words "forever my valentine," a dahlia, angel wings and ice cream.
(Angela Smyth / Para The Times)
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El Día de San Valentín no es un buen día para una viuda. Por todas partes te recuerdan que ya no eres el amor de alguien. Y no puedes escapar de ello. Están las personas que venden ramos de flores a un lado de la calle, las melodías cursis en la radio, también todos los lugares a los que solías ir con tu pareja, que te recuerdan que ahora estás solo.

El Día de San Valentín es un día que me recuerdo a mí misma que debería pasar en otro lugar, tal vez en otro planeta.

Mi difunto esposo, Michael, era maravilloso con el Día de San Valentín: nunca se excedía, simplemente siempre hacía algo especial y diferente.

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Un año, estaba trabajando en un empleo de producción de televisión en una lúgubre oficina situada sobre un salón de tatuajes en Silver Lake: Michael se presentó con una dalia roja de un solo tallo en un pequeño jarrón plateado. Como su nombre indica, era enorme y hermosa: una sola flor de 10 pulgadas de ancho. Todo el mundo en la oficina sonrió. Otro año fueron tulipanes rojos. Algunos años nos quedábamos en casa y cocinábamos algo especial. O llevábamos a nuestros dos hijos a tomar un helado. A lo largo de los años, le compré libros, o calcetines ridículos.

El regalo en sí no importaba, era lo que el regalo simbolizaba. Era muy reconfortante tener siempre una pareja en San Valentín, alguien a quien elegir como enamorado año tras año. Michael era guapo, encantador e increíblemente amable. Estuvimos juntos durante 21 años, casados durante 18, cuando cayó muerto de un aneurisma cerebral en 2012.

El pasado mes de febrero, decidí controlar la narrativa del Día de San Valentín. Opté por mimarme un poco y decidí canjear un certificado de regalo que tenía para un spa en Koreatown. Lo había estado guardando para una ocasión especial. Escribo y produzco películas y televisión, y trabajo de proyecto a proyecto. Eso significa que siempre estoy buscando lo qué sigue y contando mis centavos. No suelo comprar café fuera, a no ser que me reúna con alguien para hablar de un posible trabajo. Además, están los dos niños que mencioné: mi hija estaba a punto de graduarse de la universidad y mi hijo se dirigía a su primer año. Así que no programé una exfoliación o un masaje en el spa. El certificado de regalo me serviría para darme un baño y una sauna, y eso tendría que bastar.

Justo cuando me disponía a salir para una tarde de relajación, recibí una llamada de un hombre que había conocido en una aplicación de citas. Habíamos salido un par de veces y ya sabía que nunca sería mi futuro esposo. Hablaba sobre todo de sí mismo. Tenía más de 50 años, pero seguía vistiendo como un tipo rockero de 25. Decía tener un doctorado en física, aunque no pude encontrar nada que hubiera publicado. También era dueño de una empresa de tecnología. (Una vez, cuando le pregunté por qué no incluía “Dr.” o “PhD” en su tarjeta de presentación o en la página web de su compañía, me dijo que era porque haría pensar a la gente que era demasiado caro...)

Nos reuníamos de vez en cuando para comer sushi o ir al cine, pero yo me iba sola a casa.

Le hablé de mis planes de ir al spa y de cómo el Día de San Valentín solía ser difícil para mí. Dijo que quería unirse, y yo lo pensé. Acepté. Sería bueno tener algo de compañía. Llegó tarde y se reunió conmigo en el restaurante del spa.

Compartimos algunas risas, una conversación fácil y una buena comida de bulgogi y calamares fritos demasiado picantes para mí. Pidió varios platos, incluso solicitó que le enviaran un postre a la mesa de al lado. Presumió de haber firmado un contrato de $64.000 ese mismo día. Después de la comida, pensé que me acompañaría al sauna mixto, pero dijo que tenía que irse. Fue entonces cuando me di cuenta de que me había estafado con la cuenta, unos $85. No volvería a salir con él.

Incluso la sensación de relajación del spa duró poco.

Esa noche volví a casa sintiéndome más enfadada y sola que nunca.

Me quedé dormida pensando en Michael. Nunca pensé que fuera tan difícil seguir adelante. Simplemente, siempre esperé que estuviera allí, conmigo.

Y, en cierto modo, quizá lo ha estado. Muchas personas que han perdido a un ser querido cuentan historias sobre pequeños momentos en los que sienten que han recibido un guiño, un mensaje, una señal del más allá.

El ejemplo más sorprendente de todos me ocurrió el verano pasado cuando me preparaba para volar de regreso a Los Ángeles después de que nuestro hijo se instalara en su primer año de universidad. Cuando estaba en el aeropuerto, esperando para abordar mi vuelo, busqué mis anillos de boda. Los había llevado en una cadena alrededor del cuello durante el viaje y susurré: “Cariño, lo logramos. Dos hijos que se van a la universidad”.

Y cuando me llevé los anillos a los labios para besarlos, me sorprendió un anuncio a todo volumen en el aeropuerto: “Llamando a Michael Newman, llamando a Michael Newman”.

Michael Newman. Ese era el nombre de mi difunto esposo.

La mañana siguiente a mi debacle en el spa, estaba acostada en la cama haciendo un balance de mi día de sacar a pasear a los perros, llamar a mis hijos y otras tareas, cuando vi algo al otro lado de la habitación.

Muchos años antes, Michael y yo nos habíamos hecho algunas fotografías ridículas juntos en una cabina de fotos, de las que se ven en un parque de atracciones o en el muelle de Santa Mónica. La tira de imágenes eran algunas de mis fotos favoritas de nosotros juntos, y mirarlas siempre me hacía sonreír. Pero, de alguna manera, había desaparecido, ya la había buscado por todas partes y temía que se hubiera caído accidentalmente a la basura o que se hubiera barrido con un periódico y se hubiera tirado de alguna manera.

Había llorado. Otro pedazo de nosotros desaparecido.

Al cruzar la habitación esa mañana, allí, descansando sobre un par de mis zapatos, estaba la tira de fotos. Aparentemente colocada con cuidado.

¿Pero cómo? Sin contar mis dos perros de rescate, vivo sola.

Incluso desde otra dimensión, Michael seguía siendo un buen enamorado.

¿Este año? Estoy confiando en mi instinto.

Prefiero pasar el Día de San Valentín sola que con cualquier pareja cuestionable.

Tal vez hasta haga un viaje de última hora fuera de la ciudad.

Siempre puedo llevarme los perros, y las fotos, conmigo.

La autora vive en South Pasadena y escribe y produce para televisión y cine. Actualmente está desarrollando un proyecto de ficción histórica para televisión. Está en Instagram @margo.newman.75

L.A. Affairs narra la búsqueda del amor romántico en todas sus gloriosas expresiones en el área de Los Ángeles, y queremos escuchar su verdadera historia. Pagamos $300 por un ensayo publicado. Envíe un correo electrónico a LAAffairs@latimes.com. Puede encontrar las pautas de envío aquí. Puede encontrar columnas anteriores aquí.

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