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Kyzza Terrazas: ‘El lenguaje escrito es mi casa’

Eduardo Terrazas Hernández (Nairobi, Kenia, 1977)
Kyzza Terrazas (Nairobi, Kenia, 1977), es un escritor, guionista, cineasta y académico con naturalización mexicana.
(Cortesía: Kyzza Terrazas )
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Ya se fueron las nieves de enero

y llegaron las flores de mayo

ya lo ves me he aguantado a lo macho

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y mi amargo dolor me lo callo.

Mario Molina Montes

Kyzza Terrazas(Nairobi, Kenia, 1977), es un escritor, guionista, cineasta y académico con naturalización mexicana. Ha escrito los libros ‘El primer ojo’ (Ediciones sin nombre, 1997) y ‘Cumbia y desaparecer’ (Moho, 2012), además de hacer formado parte de las antologías ‘El bestiario contemporáneo’ (Instituto Politécnico Nacional, 1999) y ‘Conspiración caramelo’ (Moho, 2012). Como director, ha realizado trabajos como ‘Matapájaros’ (2006), ‘El lenguaje de los machetes’ (2011), ‘Somos lengua’ (2016) y ‘Bayoneta’ (2018), cinta en la que un boxeador fronterizo retirado busca la redención en Turku, Finlandia; un personaje que actúa determinando una suerte de reducción de toda sensorialidad; encerrado entre los límites, su conciencia se esfuerza por superarlos, por incorporarlos a su dominio experimental. Esta facultad de recepción constituye para el boxeador, un proceso de re inmersión en la realidad y de fusión con lo absoluto.

Aquí una entrevista con su director.

El escritor Daniel Sada (1953-2011), autor de ‘El lenguaje del juego’ (2015), fue coordinador de talleres literarios en Aguascalientes, Ciudad Juárez, León, Monterrey, Puebla, Torreón, Zacatecas y San Luis Potosí, al que tú asististe, ¿qué recuerdas de su carácter, y cuál fue la mayor enseñanza que te legó?

El primer taller de Daniel Sada al que yo asistí estaba en la dirección de literatura de Bellas Artes, en la calle de Brasil, en el centro de la Ciudad de México. A Daniel lo recuerdo con muchísimo cariño. Fui a su taller porque primero lo leí y su escritura me había resultado fascinante. Justamente alguien comprometido con las palabras, su sonoridad, su requiebre, su ritmo, lo cual yo intuitivamente también buscaba. Daniel era alguien muy dedicado a sus talleres. En efecto, como mencionas, semana a semana viajaba por varias ciudades para las sesiones de sus talleres.

Era alguien que, me parece, encontraba un balance en cómo emitir sus opiniones sobre los textos, siempre resaltaba lo que sí le gustaba y nunca era destructivo. Y para mí es la forma de abordar los procesos creativos. A veces he aprendido de personas que son directas y duras en sus opiniones, pero no es una actitud que me represente ni que me guste. Daniel era así, llevadero, siempre invocando la risa.

En esos talleres me parece que aprendí a divertirme al abordar los procesos creativos. Cuando he hecho películas, cuando he escrito en equipo, por más que se estén tratando temas delicados o emocionalmente fuertes, el humor y la risa son fundamentales. Seguramente hay muchísimas cosas que aprendí de Daniel para contar historias, pero que no tengo muy consciente, porque fue a su lado que comencé a enfrentarme con esos problemas de narrar algo: cuándo empiezas, cuándo terminas, dónde te detienes, cómo lo cuentas. Recuerdo que decía que lo más importante era conocer el final. Saber adónde vas. Pero pensándolo dos veces: creo que la enseñanza más grande está en su obra tan singular y hermosa, en la forma, cómo hizo lo que quiso con las palabras.

‘El primer ojo’ (1997), fue un libro de relatos que resultó de aquellos talleres, en el que antologaste cuentos tuyos considerados hoy como de culto. Fue una publicación de ‘Ediciones Sin Nombre (Los libros de la oruga)’, ‘Juan Pablos Editor’ y ‘Ponciano Arriaga’ de San Luis Potosí. ¿Qué recuerdas de la formación y corrección de este libro?

Después de terminar versiones más o menos finales de los cuentos —el propósito de ese taller era escribir un libro de cuentos—, Daniel se ofreció a ayudarme a intentar publicarlo y fue así como llegamos con Chema Espinasa, que tenía ‘Ediciones Sin Nombre’.

También Daniel quiso que trabajáramos juntos en la edición del libro y durante varios fines de semana iba cada sábado a las 8 am a su casa, para leer y corregir los cuentos. Después de que trabajábamos nos poníamos a jugar ajedrez, que era una de sus grandes pasiones, y nunca me he sentido tan tonto en mi vida. Me hacía mate en poquísimas jugadas. Era un gran jugador de ajedrez. Daniel fue muy generoso conmigo. Yo apenas iba a cumplir veinte años, nos hicimos amigos.

¿Qué representa para ti la cinta colombiana ‘Rodrigo D: No futuro’ (1990), en la que jóvenes sin esperanza apelan a las drogas, la violencia y la música Punk para sobrellevar la congoja y la pobreza del Barrio Triste, plena selva de cemento y aceite del centro de la capital de Antioquia?

Yo descubrí esta película, y en general el cine hecho en Latinoamérica, cuando viví y estudié cine en la ciudad de Nueva York. Fue un momento muy particular porque acababa de ocurrir el atentado contra las Torres Gemelas en 2001. Comenzaba la invasión de Irak. Yo estaba encabronado con aquel clima nacionalista gringo, y el Punk era un gran vehículo para darle cauce a esa rabia. Pero ‘Rodrigo D. Futuro’ me voló la cabeza. Nunca había visto una película tan cruda y visceral, tan real, tan honesta, tan sin filtros, y menos aún emanada de un contexto latinoamericano. Me hizo tener muchas ganas de hacer cine, de acercarme a él a partir de la realidad, para confrontar la realidad misma.

¿Cómo fue tu transición de la narrativa al guion cinematográfico y posteriormente a la dirección?

Pues fue difícil, a veces todavía no lo creo ni entiendo bien qué pasó, pues lo que más he querido hacer en la vida es ser escritor. El lenguaje escrito es mi casa. Pero el poder del cine me sedujo a partir de emociones muy profundas. Lo que me hacía sentir el trabajo de, por ejemplo, David Lynch o de Ken Loach o de Mike Leigh o del Lars Von Trier de ‘The Idiots’ (1998), esa emoción honda y transformadora, no lo había experimentado en la literatura. Y cuando sentí esas emociones, quise con todo mi corazón participar de algo parecido a ello. De ahí partió la transición. Fue un proceso doloroso porque tienes que pensar la escritura de otra manera. Y luego siempre pensé que sería algo paralelo, que nunca dejaría de escribir literatura y llevo muchos años sin hacerlo, aunque ahora tengo un proyecto para retomarlo.

Has sido parte de las producciones cinematográficas más alternativas de México, como ‘Drama/Mex’ (2006), ‘Voy a explotar’ (2008), ‘Déficit’ (2007) y ‘Los Adioses’ (2017). ¿Crees que el cine debería echar mano de inquietudes de observación y narración de problemas sociales concretos para propiciar una mejor comprensión de la realidad, de las causas de dichos problemas, del valor de costumbres y tradiciones y del significado de la historia en la conciencia colectiva?

No sé si sea un deber, pero sin duda creo que es una de sus posibilidades más poderosas, una en la que creo profundamente.

¿Qué tanto ha cambiado tu visión como director de ‘Matapájaros’ (2006) a ‘Bayoneta’ (2018)?

Pues uno se va curtiendo, vas agarrando confianza, pero al mismo tiempo yo cada vez que comienzo un proceso de dirección siento que me estoy enfrentando al vacío, que lo estoy haciendo por primera vez. No si mi visión haya cambiado, pero sí creo que el oficio va construyéndose, vas entendiendo a veces que menos, es más, que gran parte del trabajo es rodearte de equipos y colaboradores chidotes.

¿Por qué en ‘El lenguaje de los machetes’ (2011), la pareja conformada por Ramona (Jessy Bulbo) y Ray (Andrés Almeida) pretenden un atentado contra la Basílica de Guadalupe, y no contra la cámara de diputados, la residencia de Los Pinos o la antena de transmisión de Televisa?

La respuesta teórica a eso, como siempre lo concebí, es que la Virgen de Guadalupe es el símbolo más representativo del colonialismo, la base sobre la cual se ha construido esta sociedad tan profundamente desigual en la que habitamos. Era un atentado que debía ser simbólico, no un blanco militar. El acto de ellos debía ser meramente simbólico.

¿Fue tuya la idea de introducir el tema “Las nieves de enero” de Chalino Sánchez, como soundtrack de ‘Bayoneta’ (2018)?

Así estaba escrito desde el guion y fue algo que a mí se me ocurrió. Primero que nada porque me encanta esa canción. Y porque es una canción mexicana que habla de nieve y justo iba a ser un juego interesante al utilizarla en un contexto nevado. Al mismo tiempo, conectaba a nuestro personaje con todo lo que había dejado atrás. Algo curioso que me sucedió es que después de estrenar la película comencé a escuchar la canción por todos lados, en el taxi, en las taquerías, en las misceláneas, en las esquinas de las calles. Era Chalino haciéndome un shout out desde ultratumba.

¿Qué fue lo más difícil de filmar en Turku, Finlandia, en medio de un clima hemiboreal?

Lo más difícil era que queríamos nieve y días antes de que el rodaje comenzara no teníamos nieve. Con el calentamiento global los inviernos se han vuelto un tanto impredecibles, sobre todo más al sur de Finlandia. Además, Turku es un puerto, que no es ideal para tener nieve. Sin embargo, era una ciudad ideal que nos daba muchas facilidades. Lo más sufrido fue eso, pero el día que comenzamos a filmar comenzó a nevar. El frío fue difícil, pero filmar en Finlandia fue una delicia, con un equipo muy pequeño y muy eficiente. Fue un rodaje hermoso.

¿Por qué tomar a un actor de cine comercial como lo es Luis Gerardo Méndez para contar la historia de un boxeador retirado con necesidad de redención?

Primero que nada, sabíamos que para hacer esta película necesitábamos a un actor no sólo con peso comercial, sino que además tuviera amplitud y profundidad. Fue una idea de Rafa Ley, el productor, de acercarle la película. Lo hicimos después de que lo fui a ver a Luis Gerardo al teatro. Desde que lo vi supe que si él hacía el papel le iba a traer algo muy especial al personaje, algo muy diferente a la elección más obvio, que hubiera sido un hombre macho y hosco. Luis Gerardo le iba a traer una pátina diferente al personaje y contribuiría a hacer la ensalada más inusual e interesante. Creo que fue la mejor elección y Luis Gerardo es un actor maravilloso y un compañero fantástico.

Al final, Miguel “Bayoneta” Domínguez ve morir a un alce –no sabemos si es real o ficticio–, ¿cuál es la relación con su historia, es quizá la aniquilación de la culpa del pasado y alegoría jodorowskiana de la salvación?

Sí a lo de la culpa, no a lo de la alegoría jodorowskiana, sencillamente porque no la conozco. Para mí simboliza su manera de soltar, dejar atrás la culpa, dejar atrás el alcohol, abrirse a lo desconocido, morir para renacer.

¿Qué es para ti la paternidad?

Para mí representa la llave de la buena vida. Algo que me ha hecho una mejor persona, el amor más puro.

¿Cómo es tu relación con el escritor Guillermo Fadanelli?

Hace tiempo que no veo a Willy (Guillermo), pero es y será siempre una de las personas que más me ha influido y uno de mis amigos más entrañables. Lo quiero y lo admiro. Y aunque no lo vea, lo llevo siempre en el corazón.

¿En qué estás trabajando ahora?

Estoy trabajando en un proyecto de largometraje que quiero hacer en el mediano plazo y soy parte del equipo de ‘La Corriente del Golfo’, donde estamos desarrollando y produciendo diferentes proyectos de cine y televisión.

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