Los signos secretos: Una entrevista con Enrique Vila-Matas
A Petrone le gustó el hotel Cervantes por razones que hubieran desagradado a otros. Era un hotel sombrío, tranquilo, casi desierto. Escribe Julio Cortázar en el cuento “La puerta condenada”, de su libro El final del juego (1956), un relato fantástico que desafía todas las leyes de la razón, y que sirvió como bastión para Enrique Vila-Matas en la escritura de su novela Montevideo (Seix Barral, 2022), en el que el narrador, un escritor barcelonés que sufre un bloqueo, comienza a observar señales en puertas y cuartos contiguos, símbolos que comunican Paris con Cascais, Montevideo, Reikiavik, San Gallen y Bogotá, que lo devuelven sigilosamente a la escritura. Es cuando deja de prestarle atención a la literatura, que la significación entra en su vida.
Charlé con el escritor Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), acerca de la trascendencia de la literatura en un mundo sin sentido, de narrativa y misticismo, el Ulises, de su más reciente novela Montevideo, y sus signos secretos.
La gente habla de la muerte de la literatura, debido a que este arte tiene que competir con otras formas de ocio. Yo no me imagino la vida sin literatura, creo que es una de las grandes fuerzas en el mundo, y, en cierto sentido, es el único lugar donde dos extraños pueden conocerse y reunirse, en términos de igualdad…
Bueno, en términos de igualdad siempre y cuando el lector no se parezca a Chaves, un personaje de la novela del mismo título del argentino Eduardo Mallea (1902-1982). Chaves fue el mejor libro de Mallea, según Borges. Pero hoy parece olvidado, salvo en Francia, donde fue traducido hace unos años. Chaves es un extraño individuo que llega un día a un poblado del norte de la Patagonia a trabajar con otros en un bosque y muy pronto se revela como alguien amurallado en su silencio, prácticamente mudo pudiendo hablar.
En cierta forma, es una versión gaucha de Bartleby, el escribiente (1853). Pero no del todo. Hay matices en Chaves. Porque, por ejemplo, su persistente silencio tiene la facultad de desencadenar la furia de los demás. Su impasibilidad, su seriedad, su modo tan firme de estar mudo, su culto del silencio, todo esto el narrador de Mallea lo hace vivir directamente al lector. Chaves sólo se expresa muy de vez en cuando en un estilo indirecto, o a través de un discurso interior. Chaves es el hombre solo, pero consciente de estar solo entre los demás, que también están todos solos, solo que ellos, tan solos también, se niegan a admitir esta fatalidad. Por eso incomoda tanto a sus compañeros de trabajo.
¿Qué sentido tendría la literatura en un mundo sin sentido?
El mismo de ahora, porque el mundo nunca ha tenido sentido. De todos modos, hay que tener en cuenta que en la literatura habla una voz que nos dice que la vida no tiene sentido, pero en esa misma voz hay al menos un eco de ese sentido que se niega.
¿Todas las situaciones de conflicto producen buenos escritores?
Sí, pero eso no quiere decir nada. Louis Aragón, que era un pésimo poeta, escribió de pronto grandes versos cuando Alemania invadió Francia. El gran Gabriel Ferrater comentó: “Es muy mal negocio que Hitler tenga que invadir Francia para que Aragón escriba sus mejores versos”.
¿La expresión intencionalmente filosófica, espiritual e incluso mística a través de vehículos de literatura no puede deberse a mero recurso literario o estilístico, o, por el contrario, obedecer a motivos más hondos? Es decir: ¿Cabe preguntarse por la índole del cauce literario como susceptible de traslación espiritual y metafísica, más allá del discurso puramente subjetivo?
Todo es posible. Yo recuerdo haberle hecho a Dalí en Port Lligat una pregunta muy parecida a la suya. Y él, en su respuesta, me preguntó si podía contestarme con algo que no tuviera nada que ver con mi pregunta. Le dije que sí. Y me habló de la grandeza de los pararrayos.
“Jamás había trabajado con tanta alegría, emoción y valentía. Comprendí el sentido más profundo del verbo renacer”.
— Enrique Vila-Matas
¿Consideras a Ulises (1922) de James Joyce como una novela espiritual? Considero que la epifanía de Joyce es la naturaleza esencial de un objeto que se revela por sí mismo, lo que en realidad es una pervivencia del simbolismo mágico. El protagonista piensa el objeto como un todo y como una parte en relación consigo mismo y con otros objetos, examina el equilibrio de sus partes, contempla la forma del objeto, penetra en cada una de las grietas de su estructura. Así, el espíritu recibe la impresión de la simetría del objeto. El espíritu reconoce que el objeto es, en el sentido estricto de la palabra, una cosa, una entidad definitivamente constituida.
Ulises lo abarca todo en unas intensas y al mismo tiempo anodinas 24 horas. De modo que es probable que sea también una novela que penetra en cada una de las “grietas” de su estructura. Eso la hace única. Me recuerda aquello que decía Walter Benjamin en Sombras breves: “Signos secretos. Todo conocimiento ha de contener en su interior alguna pizca de contrasentido, al igual que en la Antigüedad los dibujos de los tapices o los frisos se desviaban un poco en algún sitio respecto de su curso regular. Dicho de otra manera, lo decisivo no es el avanzar de un conocimiento a otro, sino la grieta que se abre en cada uno de esos contrasentidos”.
En la página 289 de Montevideo (Seix Barral, 2022), tu última novela, puede leerse lo siguiente: “Ojalá comprendas que tu destino es el de un hombre que debería estar ya deseando elevarse, renacer, volver a ser. Te lo repito: elevarse. En tus manos está tu destino, la llave de una puerta nueva”. ¿Es esta una invitación a un mejor aprovechamiento del alma y de la mente, considerando el horizonte transpersonal, un convite a repensarse y redescubrirse –como ser humano, cómo ser creacional?
Aquí el verbo clave –elevarse– es el que he subrayado sin explicar el por qué, ya que pertenece a una experiencia recientemente vivida y a la que no deseo implicar de forma directa en el final de la novela. Y porque el sentido del verbo elevarse al final de Montevideo se dispara en varias direcciones, varias interpretaciones, todas válidas.
¿Cuál es la exegesis creativa de Montevideo?
Hay un interruptor de la luz en una de las páginas finales del libro, lo que permite al lector abrir o cerrar la luz. Libertad para cada lector para hacer él mismo la exégesis de Montevideo que crea que más le conviene.
¿De qué manera cambió Montevideo, tras un segundo repaso posterior a la pandemia, y una operación de traspaso de riñón?
A mi regreso al hogar, después de que, en el hospital de Barcelona, me trasplantaran el riñón que me donó mi mujer, me encontré con el borrador que había dejado acabado de Montevideo, y vi que era susceptible de ser, ya no solo corregido, sino transformado por completo. A eso me dediqué en los que, como escritor, fueron los mejores meses de mi vida. Jamás había trabajado con tanta alegría, emoción y valentía. Comprendí el sentido más profundo del verbo renacer. Y es que, a medida que mejoraba mi estado físico, mejoraba también Montevideo. En mi teatro privado, viendo como tanto mi vida como lo que escribía crecían en paralelo y de un modo tan asombroso, me sentía como alguien que, tras renacer en el sentido más literal de la palabra, da un paseo glorioso al borde de un abismo.
¿Qué rol juega tu esposa Paula Massot (Paula de Parma) en Montevideo?
Ella está en la vida, no en mi libro.
En La puerta condenada, el relato de Julio Cortázar, un individuo que viaja a Montevideo por asuntos laborales, se aloja en el Hotel Cervantes, pero cuando intenta descansar, resulta que es imposible, a causa del llanto de un niño en la habitación contigua. ¿De qué forma este cuento te ayudó a construir Montevideo?
De forma esencial. Significó el motor de búsqueda que hizo posible que se pusiera en marcha Montevideo. Me hace pensar lo que acabo de decir en mi impresión, siempre constante, de que aquello que atrae al escritor, lo que le conmociona, no es la obra, sino su búsqueda, el movimiento que conduce a ella, la aproximación a aquello que hace la obra posible. De ahí que el escritor desee frecuentemente no terminar casi nada, dejando en estado fragmentario centenares de relatos que han tenido el interés de conducirle hasta un determinado punto y a los que debe abandonar para intentar ir más allá. De ahí que en días distintos Valéry y Kafka expresaran –ya es una buena casualidad– la misma ansiedad, la misma frase: “Toda mi obra no es más que un ejercicio”
¿La puerta está en nuestro interior?
Siempre y cuando nuestro interior sea nuestro.
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